«El alpinismo no se considera generalmente como un deporte, lo que a veces parece discutible. Sea lo que fuere, esta actividad se diferencia del resto de los deportes por el hecho de que el hombre, en lugar de enfrentarse a otros hombres, con el vano deseo de superar a su semejante y sin duda de poder pregonarlo, lucha contra las fuerzas de la naturaleza y su propia debilidad.
Salvo excepciones bastante raras, al alpinista no le espera la gloria, incluso ningún espectador puede animarle. Sin otro testigo que su compañero de cordada, en la soledad y el silencio de la montaña, se bate por la única satisfacción de vencer el obstáculo que se ha impuesto, sólo por el orgullo de sentirse fuerte y valiente. Ningún juego está tan desprovisto de las contingencias humanas, ninguna actividad es más pura, más desinteresada que el alpinismo en su forma primitiva, y es precisamente en esta sencillez, en esta pureza, donde residen su grandeza y su seducción.
Salvo excepciones bastante raras, al alpinista no le espera la gloria, incluso ningún espectador puede animarle. Sin otro testigo que su compañero de cordada, en la soledad y el silencio de la montaña, se bate por la única satisfacción de vencer el obstáculo que se ha impuesto, sólo por el orgullo de sentirse fuerte y valiente. Ningún juego está tan desprovisto de las contingencias humanas, ninguna actividad es más pura, más desinteresada que el alpinismo en su forma primitiva, y es precisamente en esta sencillez, en esta pureza, donde residen su grandeza y su seducción.
Pero aunque se mueven cerca del cielo, en la pureza infinita de un mundo de luz y de belleza, los alpinistas no son ángeles. Siempre son hombres y su corazón sigue manchado por la maldad del mundo del que proceden y al que, pronto o tarde, deberán volver.»
Los conquistadores de lo inútil, Lionel Terray, Ed. Desnivel.
Los conquistadores de lo inútil, Lionel Terray, Ed. Desnivel.
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