CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

miércoles, 18 de agosto de 2010

- RENATO DEL PONTE, PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN DE MEDITACIONES DE LAS CUMBRES

















Prólogo de la primera edición de Meditaciones de las cumbres (1974, ed. Il Tridente de la Spezia).
Renato del Ponte

Anteponer palabras, o alguna forma de comentario, a una obra de Evola, parece y es una empresa de tal modo fuera de lugar, que hacerlo podría parecer un síntoma de grave presunción. Sin embargo, no tratándose aquí de una obra orgánica del Autor, sino de una colección “particularísima” de sus escritos aparecidos en épocas diversas, podrá tal vez concederse una cierta inmunidad. Bajo el título de Meditaciones de las Cumbres hemos querido recoger -con el consentimiento del autor- un conjunto de escritos de significado y valor muy diversos, sobre una experiencia que en la vida y -de reflejo, por luz indirecta- en la producción de las obras de Evola ha revestido y reviste siempre una importancia que no dudamos en definir como excepcional. No parece imprudente o demasiado azarosa esta afirmación: todavía hoy, el que tiene el honor de conocer y escuchar al Barón Julius Evola sabe el lugar que ocupa en su pensamiento y en su juicio la Montaña.
La experiencia de la Montaña, de hecho, al mismo tiempo y más allá de la experiencia física por sí misma, representa la posibilidad de una realización interior que raramente puede ser ofrecida hoy al hombre moderno “occidentalizado”, es decir – aunque fuera involuntariamente- que está condicionado por un tipo de sociedad opresiva y violenta contra la realidad profunda de las cosas naturales, realidad que aparecía muy evidente a los occidentales antiguos -ya fueran, por ejemplo, los Camunes, los Ligures o los primitivos romanos- o hasta ayer- a los Orientales, desconocida a los modernos, a pesar de que pueden conocerlo al encontrarse, por así decirlo, en el umbral remoto y casi inaccesible que permite el acceso a reductos interiores y reales de un ultramundo de tal manera arcano que aparece más allá de los límites del universo conocido, bajo los siete símbolos sagrados de la Osa -que refulge siempre con una luz vivísima- pero tan próxima a nosotros de estar en nuestro interior.
La Montaña, por consiguiente, representa y puede ser el guardián del umbral -temible e intenso titán-que todo Hombre que ose definirse como tál, deberá, una vez en la propia existencia, intentar rebasar; de otro modo no habrá valido la pena haber nacido; de aquí la vieja disciplina que enseña que venir a este mundo quiere decir realizarse a sí mismo: fuera de ahí, está el país de las sombras y de las nieblas, el vacío de un mundo convulsionado y el vacío interior, caos y desorden.
La Montaña es, al mismo tiempo, posibilidad de visión y de iluminación: quien nunca ha asistido, desde una altura de cuatro mil metros, a la repetición del rito de la Aurora, no podrá comprender cómo en aquel instante, que dura una eternidad, se realiza en nosotros un nuevo milagro de amor cósmico que aquí forma parte del Todo y en el cual nosotros somos el Todo. Quien no ha velado en la soledad entre los hielos de los tres mil metros, en compañía de la Osa Mayor y de Sirio, no comprenderá tal vez cómo en esta modesta experiencia pueda encerrarse el significado auténtico del drama del hombre moderno que lucha, combate -inútilmente- contra los fantasmas interiores, en la ilusoria búsqueda de un paraíso artificial, no más real que la nieve que el sol matinal derrite: vencerse a sí mismo, al miedo de la soledad, del silencio, del vacío, que todo ello forma parte de la experiencia de la Montaña. Y cuando entre los hielos de la cumbre desaparece la última estrella y, rodeado de valles, precipicios y cascadas, aparece en lo alto el disco del Sol, tenemos la neta sensación de que algo trascendente no solo ya haya penetrado en nuestro interior, sino que ha sido iluminado en nosotros. La roja estría de fuego que avanza sobre la línea curva del mundo testimonia la grandeza y la divinidad de lo humano o, mejor dicho, de lo divino que hay en el hombre, que de tal modo se manifiesta.
La Montaña habla por signos y enigmas. La Montaña -y cuando hablamos de Montaña nos referimos a la de altas cumbres, accesible a unos pocos- con sus formas nítidas y recortadas, excavadas en el hielo, dibuja con mayor determinación y precisión los contornos de un mundo hiper-uránico al cual anhelamos retornar.
Quien haya “conquistado la montaña -como observa Evola (1)- es decir, que haya sabido adecuarse a sus significados fundamentales, posee ya una clave para comprender el espíritu ario original, y después, aquello que es proprio de la ario-romanidad en todo lo que ésta tiene de severo, de puro, de monumental, una clave que vanamente se buscaría por los caminos de la simple cultura y de la erudición”.
La Montaña es, en fin -y en último análisis- palestra física del rudimento interior, con sus víctimas obvias y con sus vencedores; su máximo valor reside en esto: que no es posible acercarse a ella sin preparación, necesitándose un largo aprendizaje: la Montaña, de hecho, no ama las componendas y no perdona a los viles y a los ineptos.
Y es de este modo que la subida se convierte en elevación mística...
Que quede bien claro que nos estamos refiriendo, no a un vulgar alpinismo de exibición, sino a aquella forma singular de metafísica práctica cual es el alpinismo que Evola y nosotros amamos y que René Daumal ha llamado “arte”, en la acepción tradicional del término, es decir “realización de un saber en una acción”, o aún volviendo a Evola (2), se trata de “alcanzar un renacimiento interior como premisa para dar a un deporte una dimensión y un contenido superior”.
“Pero no puede uno quedarse siempre en las cumbres, es necesario descender... Entonces, ¿de qué ha servido? He aquí: lo alto conoce a lo bajo, lo bajo no conoce a lo alto”. En estas simples palabras de René Daumal (3) se encierra todo el significado de la práctica y la espiritualidad de la Montaña. Y es todo esto que la presente antología de escritos de Evola sobre la Montaña y sus implicaciones metafísicas quiere dar a conocer, para los que tengan la capacidad y sobre todo la voluntad de entenderlo.
En un cuadro del pintor ruso Nicolás Roerich, que trabajó durante muchos años en el Tibet, una figura de caballero, a punto de alejarse de un pueblo en el que algunas mujeres se hallan cerca de un pozo, mira por un instante tras de sí: sobre toda la escena predominan, inmensas y resplandecientes de luminosa claridad, las cimas excelsas del Himalaya. Es un momento de incertidumbre y de tensión: el camino iniciático está indicado, ¿sabrá el Hombre -renunciando a las bajezas y a las comodidades de un mundo de afectos cotidianos- volver a su camino más veraz?. Es la meta ambicionada y atrevida que estos ensayos, aquí reunidos por primera vez, quieren indicar: será algo grande que tan sólo uno de nuestros lectores sepa, además de entenderlo, realizar al menos las premisas.
Los escritos evolianos de esta antología están subdivididos y de acuerdo con criterios asaz discutibles, demasiado apriorísticos-en las tres categorias de “Doctrina”, “Experiencias” y “Apéndice” (esta última se ocupa, en particular, de las relaciones entre el arte, simbolismo y la Montaña). La antología deberá, por lo que al tema respecta, comprender todos los artículos de Evola dedicados a este sujeto (4). Tres son las fuentes de las que se ha recabado este material.
La revista del “CAI (Club alpino italiano)”:
Un arte de las alturas: Nicolás Roerich (1930). (Ausente en las ediciones en castellano).
La pared Norte del Lynskamm Oriental (1930).
Notas para un entrenamiento psíquico en la Montaña (1931).
Notas sobre la “divinidad” de la Montaña (1933).
El Gross-Glockner por la vía Pallavicini (1935).
Espiritualidad de la Montaña (1936).
Un místico de las alturas tibetanas (1938).
El periódico “El Regime Fascista”:
Ascensión del Langkopfel (6 de agosto 1933).
Arte y símbolo en la sede de las nieves (8 de octubre 1933). (Ausente en las ediciones en castellano)
El valle del viento (21 de diciembre 1933).
Meditaciones de las cumbres (28 de julio 1936).
Religiosidad del Tirol (7 de noviembre 1936). (Ausente en las ediciones en castellano).
Sobre la Montaña, el deporte y la contemplación (26 de julio 1942).
La revista “Difesa della Razza”:
La raza y la Montaña (20 de febrero 1942).

Notas:
(1) Cfr. Primera parte: “doctrina”. La raza y la Montaña.
(2) Cfr. Las entrevistas de “Arthos”: Julius Evola, en Arthos núm. 1, septiembre-diciembre 1972, pag. 10.
(3)Recordamos al lector, como complemento de estos ensayos, a aquel auténtico texto de “alpinismo metafísico” que es “El Monte Análogo” de René Daumal (ed. Alfaguara en castellano). Esta obra, demasiado incompleta por la prematura muerte de autor, puede también verse representada una técnica de la ascensión, es decir, una técnica de pensar según los ejercicios de Gurdjieff y de su escuela, por cuanto en este caso vengan a significar solamente los rudimentos físicos, osea, alpinísticos o mentales de la ascensión, no ya la subida propiamente dicha y mucho menos la meta. (Cfr. Jean Biès, René Daumal et l'expérience Gurdjieff, en “Hermes”, 5, 1967-1968).
(4) No hemos conseguido encontrar huella alguna de un escrito cuya existencia, no obstante, ha sido atestiguada por el proprio Evola y que se refería a “los efectos del uso del alcohol en la alta montaña” (pero probablemente tal escrito nunca vió la luz, echado al cesto de los papeles en la “revista del CAI” a causa de estas afirmaciones indudablemente anticonformistas: ciertas reservas, por ejemplo, fueron formuladas en la redacción de tal revista en una nota al pie de página del artículo “Por un entrenamiento psíquico en la montaña”, debido a ciertas técnicas fuera de lo común en Occidente). Naturalmente, no aparecen en esta antología referencias evolianas acerca de la Montaña ya mencionadas en obras orgánicas a lasque remitimos al lector, como “El Arco y la Clava”(psicoanálisis del esquí), o en “Revuelta contra el mundo moderno” (El símbolo polar-El seño de paz y justicia-apéndice “La Altura”), presente en la primera edición en italiano de 1934 y en la segunda de 1951, mientras que, singuramente, esta parte ha sido suprimida de la tercera edición de 1969.

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