martes, 30 de octubre de 2012
martes, 23 de octubre de 2012
- II MARCHA-HOMENAJE EN MEMORIA AL CAMARADA BARTOMEU PUIGROSS
DEVENIR EUROPEO CATALUNYA
Le invita a la II Marcha-Homenaje en memoria al camarada Bartomeu Puiggros -Sábado, 29 de septiembre de 2012, a las 18:00 horas- Bartomeu Puiggros fue uno de los primeros miembros activos de la antigua organización nacionalsocialista CEDADE. Murió en un trágico accidente en la montaña sagrada de Montserrat. Devenir Europeo, tal y como inició el año pasado, rinde un merecido homenaje a esta personalidad con una humilde subida desde el pueblo de Monistrol hasta Montserrat en su honor, donde leeremos unas breves reseñas de la vida de B. Puiggros. Recuerden llevar calzado y ropa apropiada para la montaña y el almuerzo para la hora de la comida.
(Para asistir póngase en contacto con la dirección de la asociación: devenir_europeo@yahoo.com – Teléfono 693243005)
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viernes, 19 de octubre de 2012
- EN LAS TIERRAS DEL DRAGÓN, RENATO DEL PONTE
Presentación del libro "En la Tierra del Dragón Jueves 25 octubre 2012, hora 21.00en la sede del Club Alpino Italiano en piazza della Libertà 42, Porretta Terme (Bologna) y ...viernes 26 octubre 2012, hora 20.30 en la Libreróa Aseq in via dei sediari 10, Roma.
Nella Terra del Drago (En la Tierra del Dragón)
Anotaciones insólitas de viaje en el reino del Bhután
de Renato Del Ponte
Edizioni Del Tridente
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jueves, 18 de octubre de 2012
miércoles, 17 de octubre de 2012
martes, 16 de octubre de 2012
- BANDERAS TIBETANAS DE ORACIÓN
En el año 800 D.C. (era actual) el Budismo se introdujo por primera vez en el Tibet por Padmasambhava. Hasta ese tiempo la mayoría de los tibetanos seguía la religión Bon, una práctica shamanística. La religión Bon había instaurado la tradición de colgar banderas de cinco colores, en representación de los cinco elementos, con la creencia que éstas ofrecían protección.
Cuando el Budismo se mezcló con la religión Bon, los sagrados mantras e iconografías se pintaron sobre las banderas Bon, creando los orígenes de lo que es conocido hoy como banderas tibetanas de oración. Posteriormente, el monje indio Atisha (980-1054) introdujo la práctica india de imprimir banderas de plegaria al Tibet y Nepal. el cual llegó para enseñarle Budismo al pueblo tibetano en 1040 D.C. trayendo con él el Estandarte de la Victoria indio y con ello las banderas de oración ganaron más popularidad. La leyenda asigna el origen de la bandera de plegaria a Shakyamuni Buddha, cuyas plegarias fueron escritas sobre las banderas de batalla utilizadas por los devas contra sus adversarios, los asuras. La leyenda le podría haber brindado a los bhikku indios una razón para para portar la banderola 'celestial' como una forma de demostrar su compromiso con ahimsa. Este conocimiento fue llevado al Tibet hacia el año 800. Las banderas tibetanas de oración son entonces, una síntesis de las banderas de los elementos de la religión Bon y el dharma del budismo indio.
Las banderas tibetanas de oración flamean sobre todo el mundo de la cultura tibetana. Sobre los más altos pasos montañosos, sobre los rápidos de los tríos cordilleranos, sobre las azoteas puentes, calles, taxis, por todas partes.
Hay dos tipos de banderas de plegaria: las de tipo horizontal, denominadas lung ta (que significa "caballo de viento") en tibetano, y las verticales denominadas Darchor. "Dar" significa "para aumentar la vida, fortuna, salud y dinero", "Cho" significa "todos los seres sensibles".1
Las banderas de plegaria Lung Ta (horizontales) poseen una forma rectangular o cuadrada y se encuentran unidas a lo largo de su borde superior a una larga soga. Por lo general son colgadas en una linea diagonal de lo alto a lo bajo entre dos objetos (por ejemplo, una roca y la punta de un mástil) en sitios elevados tales como arriba de templos, monasterios, estupas o pasos en las montañas.
Las banderas de plegaria Darchor (verticales) son por lo general un gran rectángulo solo que se adosa a un mástil a lo largo de su lado más largo. Por lo general las Darchor se plantan en el terreno, montañas, montículo de piedras o en techos se encuentran relacionadas tanto en un plano iconográfico como simbólico con el Dhvaja.
En el centro de una bandera de plegaria generalmente se encuentra un "Lung ta" (caballo poderoso o fuerte) que lleva tres joyas llameantes (específicamente ratna) en su lomo. El Ta es un símbolo de velocidad y de la transformación de la mala suerte en buena suerte. Las tres joyas llameantes simbolizan a Buda, el Dharma (enseñanzas budistas), y el Sangha (comunidad budista), los tres vértices de la tradición filosófica tibetana.
Rodeando el Lung ta se presentan distintas versiones de unos 400 mantras tradicionales (invocaciones rituales poderosas), cada uno dedicado a una deidad particular (en el esquema tibetano, las deidades no son tanto dioses sino "aspectos de lo divino" que se manifiestan en cada parte de todo el universo no-dual, incluidas las personas individuales). Estos escritos incluyen mantras de tres de los grandes Bodhisattvas budistas: Padmasambhava (Gurú Rinpoche), Avalokiteśvara (Chenrezig, el bodhisattva de la compasión, y el patrono del pueblo tibetano), y Manjusri.
Las banderas de oración se imprimen tanto en bloques de madera como en telas coloreadas, tradicionalmente de los colores azul, blanco, rojo, verde y amarillo.
Los cinco colores tradicionales representan las cinco familias de Buddha y los cinco 5 elementos.
Azul-espacio,
Blanco-agua,
Rojo-fuego, Verde-aire y el viento,
Amarillo-tierra.
El propósito principal de las Banderas de Oración es ser colgadas donde el viento pueda activar las bendiciones. El sol, el viento y la lluvia las descolorarán o desgastarán con el tiempo, lo que nos proporciona un recordatorio sutil de que todas las cosas son impermanentes o temporales.
Una típica bandera de oración tiene en su imagen central un caballo que porta en su espalda las Tres Joyas en llamas. Este caballo es conocido como el Caballo de Viento y le otorga a las banderas su nombre en tibetano “Lung-Ta”. Las tres joyas simbolizan a Budha (el estado de Iluminación), el Dharma (las Enseñanzas budistas) y la Sangha (la Comunidad budista).
El Caballo de Viento simboliza la realización de trabajos positivos de una manera más satisfactoria e inmediata.
Los nombres de los cuatro animales de poder son garuda (pájaro), el dragón, tigre y león blanco, escritos en cada una de las cuatro esquinas de la bandera.
Garuda es un ave que come serpientes y simboliza el espantar la voluntad o intenciones del mal.
El dragón simboliza el alejamiento de diferentes amenazas del cielo como los rayos etc.
El Tigre simboliza el éxito en cada paso de la vida, sin tropiezos.
Los leones simbolizan a los seres que enfrentan con valor cada paso de la vida.
Alrededor del caballo hay veinte mantras, poderosas emisiones de sonidos, cada uno dedicado a una deidad en particular. La idea es que al pasar el viento sobre la superficie de las banderas, el aire es purificado, santificado y dulcificado por los mantras. Esta bendición recae sobre todos los seres del vecindario.
El viento: Cuando el viento sopla (expresando la calidad y naturaleza de la mente) la sagrada bandera de oración se agita en la brisa y las oraciones contenidas en la bandera son transportadas a todos los seres como una bendición. Las banderas de oración pueden ser puestas en el campo atándolas al borde de un tejado, entre postes, en los templos, entre árboles y otros lugares. Dándole la oportunidad al viento de moverlas. El viento es considerado una expresión de nuestras mentes, y la energía mental que los activa.
“El viento es el elemento natural del caballo. Cuando galopa por las llanuras, el viento se levanta para ir a su encuentro. Su cola larga y su melena fluyen libremente cuando acelera a través de la quietud del aire, creando el viento. El viento y el caballo son vehículos naturales de movimiento, el caballo transporta formas materiales y el viento formas etéreas. Las oraciones son llevadas por el viento, y en el Tibet la bandera de oración es conocida como el Caballo del Viento, Lung Ta.”
El Caballo del Viento es el poder de la fuerza. Esto es sentirse libre de miedo. Con esta energía, todas las cosas emergen sin obstáculos. Aquéllos que tienen una buena energía del viento tienen fortuna y suerte en la vida.
A veces cuando un Lama le dice a otra persona que tiene la energía del viento muy baja, significa que se está encontrando con obstáculos, su mente está irritada, físicamente no está bien, y generalmente las cosas salen mal.
A esto se le llama tener un bajo Caballo de Viento.
A veces para tratar esto, puede que un Lama le recomiende izar banderas de oración en la montaña y hacer ofrendas especiales. Las banderas de oración tienen muchas oraciones, y todas esas oraciones son tomadas por el viento. Esto armoniza el ambiente entero.
Nosotros podemos elevar la energía del viento mental y físicamente. Mentalmente, nosotros elevamos la energía del Caballo de Viento a través del desarrollo de la compasión, la bondad amorosa y la sabiduría. Esto es lo más importante. Cuando tenemos confianza en nuestra mente e intrepidez, esto es energía del viento mental. Físicamente, nosotros elevamos esta energía respetando el ambiente, y protegiendo ambos elementos, los de fuera y dentro. Así, con una motivación pura, podemos elevar la energía del viento.
Significado práctico de las banderas de oración
Cuando se las ve, la intención de orar y trabajar por el bienestar de los demás se vuelve a encender. Así, el viento como la mente, lleva las bendiciones a lo largo del campo, y por el mundo.
También ver esta bandera tiene un beneficio práctico de recordarles a las personas que estén atentas al Dharma cuando realizan sus negocios. Al ver una bandera inmóvil o volando en la brisa, recordamos la llamada para orar por el bienestar de todos los seres, trabajar para provocar la virtud, la bondad, la curación y la felicidad en todo el mundo.
Las banderas de oración son una expresión de la intención del Bodhisattva (…) de orar y ofrecer sus méritos por el bienestar de todos los seres sintientes.
El mantra habla en favor de la bondad para cada ser viviente en este mundo. La traducción literal dice:
“Pueda cada ser viviente tener una vida sin temor, sin sufrimiento, sin desdicha, una vida con inteligencia, saludable, exitosa, bien orientada y con riqueza.”
Este tipo de banderas se pueden regalar como una bendición a personas recién casadas, en funerales, a dignatarios e incluso a las personas de negocios de todo el mundo. Para algunos occidentales que desconocen esta tradición, les puede parecer un poco folklórico al principio, o de aspecto campestre. Pero, hay un poder real en estas banderas para activar los corazones y mentes de las personas en busca de la felicidad en el mundo. Además, los mantras son oraciones que prolongan la vida y la buena fortuna de las personas que colocan las banderas.
Las banderas desgastadas en sus componentes son usualmente renovadas cada Nuevo Año tibetano (Losar: a fines de febrero).
Francis Blas
Francis Blas
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lunes, 15 de octubre de 2012
jueves, 11 de octubre de 2012
lunes, 8 de octubre de 2012
viernes, 5 de octubre de 2012
- LA MONTAÑA, HERMAN HESSE
LA MONTAÑA
Herman Hesse (Cuentos)
Todo transcurre, y todo lo nuevo envejece alguna vez. Mucho tiempo pasó desde aquella feria, y más de uno de los que entonces se enriquecieron, había vuelto a ser pobre. La muchacha de los largos cabellos de oro rojo estaba casada desde bastante tiempo atrás y ya tenía hijos que frecuentaban las ferias de la ciudad en las postrimerías de cada verano. La muchacha de los ágiles pies de bailarina era ahora la esposa de un maestro artesano de la ciudad. Aún sabía bailar magníficamente, mejor que muchas jóvenes; tenía tanto dinero como su marido había deseado en otro tiempo, y, según las perspectivas, a la alegre pareja el dinero le duraría toda la vida. La tercera muchacha la de las manos lindas, era la que más pensaba en el hombre extraño de la barraca de los espejos. Ella no se había casado, es cierto, y tampoco se había enriquecido, pero conservaba sus manos delicadas que la privaron, por causa de su misma delicadeza, de volver a las tareas campesinas. En cambio, cuidaba a los niños de su aldea cuando era necesario, y les relataba cuentos de hadas e historias. Precisamente, por su intermedio, los niños habían conocido la historia de la fantástica feria, de los pobres que se habían enriquecido y de la transformación del país de Faldum en una montaña. Cuando refería aquellos sucesos, se miraba sonriente sus esbeltas manos de princesa, y podía creerse, dadas su emoción y ternura, que nadie había conseguido, excepto ella, una fortuna más radiante junto a los espejos, no obstante haberse quedado soltera y pobre y tener que dedicarse a contar sus bellas historias a niños ajenos. Los que fueron jóvenes en aquellos tiempos, eran ahora viejos, y los viejos de entonces habían fallecido. Inmutable y sin edad se elevaba solamente la montaña; y cuando la nieve sobre su cumbre enceguecía a través de las nubes, parecía sonreír y estar contenta de no ser más un hombre, de no tener que contar más el tiempo de acuerdo con la medida humana. En lo alto, por encima de la ciudad y la campiña, brillaban las peñas de la montaña; su sombra poderosa se trasladaba cada día sobre el país; sus arroyos y torrentes anunciaban abajo, en el Rano, la llegada y el término de las estaciones del año; la montaña se había convertido en el sostén y padre de todas las cosas. Crecían sobre ella bosques y praderas con hierba ondulante y flores; las fuentes brotaban de ella, y también la nieve, el hielo y las piedras; de estas últimas brotaba un musgo colorido y junto a sus arroyos surgían nomeolvides. En sus entrañas había cuevas, por las que el agua goteaba como hebras de plata, año tras año y de piedra en piedra con una música inmutable; y en sus abismos había cámaras secretas donde con paciencia milenaria se iban formando cristales. En la cumbre de la montaña jamás había estado hombre alguno. Pero muchos pretendían saber que arriba de todo había un pequeño lago redondo, en el que nunca se había reflejado otra cosa que el sol, la luna, las nubes y los astros. Ningún hombre ni animal se había asomado a aquella taza que la montaña ofrecía alcielo, porque ni las águilas volaban tan alto. Los habitantes de Faldum vivían contentos en la ciudad y en los numerosos valles; bautizaban a sus hijos, se dedicaban al comercio y a la industria. Y unos sepultaban a los otros.
Y todo lo que pasaba de generación en generación y que sobrevivía, era su conocimiento y sus sueños acerca de la montaña. Pastores y cazadores de gamuzas, los que recogían el heno en las laderas de la montaña y los buscadores de flores, vaqueros y viajeros incrementaban el tesoro de esa tradición, y tanto los poetas líricos como los narradores se encargaban de transmitirlo. Ellos sabían de cavernas oscuras e interminables, de, cascadas sombrías en abismos escondidos, de glaciares profundamente hendidos y también aprendían a conocer los cursos de los aludes y los cambios meteorológicos. Y lo que llegaba a la campiña en lo concerniente al calor y al frío, al agua o al crecimiento, al tiempo buenoo malo y a los vientos, todo esto provenía de la montaña. De los tiempos primitivos ya nadie sabía nada. Es cierto que existía la hermosa leyenda de la feria maravillosa en la que todas las almas de Faldum pudieron formular su deseo. Pero el que la montaña también hubiese surgido ese día, eso no quería creerlo nadie. La montaña, se daba por cierto, estaba en su sitio desde el origen de las cosas y allí seguiría por toda la eternidad. La montaña era la patria, era Faldum. Pero la historia de las tres muchachas y la del violinista eran escuchadas con placer. Y siempre se hallaba, aquí o allá, a un muchacho que se abstraía profundamente tocando el violín a puertas cerradas, soñando con disiparse tras la creación de su melodía más bella, para luego volar hacia el cielo como el celestial violinista del cuento. La montaña continuaba viviendo serenamente en su grandeza. Todos los días veía salir del océano al lejano y rojo sol y presenciaba su paseo circular en torno de Su apogeo, del este hacia el oeste, y todas las noches contemplaba el mismo tranquilo camino de las estrellas. Cada año el invierno la cubría con una profunda capa de nieve e hielo; y cada año, en el momento indicado, los aludes buscaban su ruta, y lindando con los restos de nieve reían los ojos datos de las flores de verano con colores azules y amarillos, y los arroyos saltaban rebosantes, y los lagos ofrecían un cálido azul a la luz del día. En abismos invisibles tronaban sordamente las aguas perdidas; el lago en la cima, redondo y pequeño, yacía cubierto de hielo compacto y aguardaba todo el año para -en el breve plazo de la culminación del estío-, abrir su ojo límpido y reflejar el sol durante unos pocos días y las estrellas durante unas pocas noches. En cavernas tenebrosas se detenían las aguas; las rocas resonaban con un gotear continuo; y en gargantas escondidas crecían con exactitud loscristales en busca de su perfección. Al pie de la montaña, y algo más alto que la ciudad, se extendía un valle, por donde discurría un arroyo ancho de claros reflejos, entre chopos y sauces. Allí se dirigían los jóvenes enamorados y aprendían de la montaña y de los árboles las maravillas de las estaciones. En otro valle seejercitaban los hombres con sus armas y caballos.
Y en la más elevada cima de un peñasco cortado a pique ardía una hoguera imponente la primera noche de verano de cada año. Transcurrió el tiempo y la montaña proseguía amparando el valle del amor y el campo de maniobras; ofrecía espacio a pastores y a leñadores, a cazadores y balseros; proporcionaba piedras para la construcción y el hierro para las fundiciones. Indiferente, contemplaba y toleraba el primer fuego de verano sobre su cúspide; lo vio cien veces y luego centenares de veces más. Vio cómo lac iudad se extendía allí abajo con sus pequeños brazos truncados y cómo crecía más allá de las viejas murallas. Vio a los cazadores olvidarse de sus ballestas y disparar con armas de fuego. Los siglos le pasaban volando como si fueran las estaciones del año, y los años como horas. No le preocupó que durante el curso de los años, en una ocasión, dejase de brillar el rojo fuego del solsticio sobre la plana superficie del peñasco, allá en la cumbre. Tampoco le causó preocupación que en el extenso correr de los tiempos el valle de los ejercicios militares quedara abandonado y que en el campo de maniobras crecieran llantenes y cardos. Y no se opuso a que una vez, en el largo del curso de los siglos, un hundimiento alterara su forma, ni que bajo las rocas desprendidas media ciudad de Faldum quedara reducida a escombros. Apenas si miró hacia abajo, y no percibió que la arruinada ciudad no volvió a ser reconstruida. Nada de aquello llegó a preocuparle.
Pero otras cosas sí comenzaron a darle cuidado. Los tiempos pasaban volando, y la montaña se había puesto vieja. Cuando veía salir el sol, hacer sucarrera y desaparecer, ya no era como antes; y cuando las estrellas se reflejaban en el descolorido glaciar, ya no se sentía semejante a ellas. Las estrellas y el sol dejaron de ser ahora importantes en su vida. Ahora lo importante era lo que le acontecía a ella misma, lo que pasaba en su interior. Pues experimentaba cómo en lo más hondo, dentro de sus peñas y oquedades, iba trabajando una mano desconocida, cómo se iba desmoronando su fuerte sustancia pétrea primitiva y se descomponía en depósitos de pizarra, cómo los arroyos y cascadas se devoraban con un impulso cada vez mayor. Habían desaparecido glaciares y nacido lagos; hubo bosques que se transformaron en pedregales y praderas en negros pantanos; corrían hacia el infinito en forma de puntiagudas lenguas los yermos cordones de morenas y las estrías de cantos rodados, extendiéndose por el país, el cual, en sus partes inferiores, también había experimentado extraños cambios, pues se había vueltosingularmente pedregoso, estaba calcinado y envuelto en silencio. La montaña se recluía más y más en sí misma. Advertía bien que ni el sol ni los astros eran ya sus semejantes. Sus semejantes eran el viento y la nieve, el agua y el hielo. Su semejante era lo que parece eterno y, no obstante,desaparece lentamente, hasta irse extinguiendo de a poco. Mientras tanto, guiaba más fervorosamente sus arroyos hacia el valle; hacía rodar con mayor solicitud sus aludes; ofrecía con más ternura sus praderas de flores al sol. Y le sucedió que en su avanzada vejez recordase nuevamente a los hombres. No es que hubiese considerado a los hombres como sus semejantes, pero comenzó a buscarlos con la vista, a sentirse abandonada, comenzó a pensar en el pasado. Sólo que la ciudad ya no estaba en su sitio, ni había canciones en el valle del amor, ni tampoco quedaban cabañas entre los pastos alpestres. Ya no había hombres allí. También ellos habían pasado. Imperaban el silencio y lo marchito, una sombra se extendía por el aire. La montaña se estremeció al percatarse de lo que la extinción significaba, y después del estremecimiento su cima se desplomó hacia un costado. Y fragmentos de roca rodaron acontinuación por el valle del amor -que desde mucho tiempo atrás yacía lleno de piedras- y llegaron al mar. Sí, los tiempos eran diferentes. ¿Por qué, si no, se acordaría incesantemente de los hombres? ¿No hubiera constituido aquello un hecho maravilloso antaño, cuando ardían las hogueras estivales, y cuando la juventud, en parejas, concurría al valle del amor? ¡Oh, cuán dulces y cálidas habían resonado allí esas canciones! La vieja montaña se abismó por completo en sus recuerdos; apenas advertía el paso de los siglos; apenas sentía que en sus grutas, aquí y allá, algo se desmoronaba o cedía con un tronar sordo. Cuando pensaba en los hombres, le dolía como una reminiscencia vaga de edades pretéritas, una emoción y amor difíciles de comprender, un sueño oscuro y flotante como si en el pasado ella misma hubiera sido un hombre o semejante a ellos, como si hubiese cantado y oído cantar, como si alguna vez, en sus días más tempranos, hubiese pasado por su corazón el pensamiento de loperecedero. Las edades transcurrieron.
Mientras se iba hundiendo, rodeada por ásperos desiertos pedregosos, la montaña moribunda se entregaba a sus sueños. ¿Cómo había sido ella en el pasado?¿No quedaría algún eco, un fino hilo de plata que la uniera al mundo anterior? Afanosamente escarbaba en la noche de los recuerdos enmohecidos, repasaba incansablemente los hilos estropeados, se inclinaba cada vez más hacia el abismo de las cosas ya ocurridas... En tiempos lejanos, ¿no había ardido dentro de ella un sentimiento de comunidad, un amor? Ella, la solitaria, la gigantesca, ¿no había sido también, allá en el tiempo más remoto, un igual entre iguales? ¿No le había cantado también una madre en el principio de las cosas? A fuerza de pensar y pensar, sus ojos, los lagos azules, se enturbiaron y se volvieron espesos, se transformaron en ciénagas y pantanos, y sobre las fajas de césped y los pequeños espacios con flores, brotaba la rocalla. Siguió pensando, y de una lejanía increíble le llegó una resonancia; percibió el flotar de unas notas, una canción, una melodía humana, y tembló ante el doloroso placer del reconocimiento. Escuchó los sonidos, y vio a un hombre, a un adolescente, totalmente envuelto en ellos, que se cernía en el soleado cielo a través del aire. Cien recuerdos sepultados se agitaron y comenzaron a brotar y a crecer. Vio un rostro humano de ojos oscuros, y los ojos le preguntaban apremiantes: «¿No quieres expresar un deseo?» Y entonces formuló un deseo, un deseo silencioso. Y mientras lo hacía, la abandonó aquel tormento de verse constreñida a recordar cosas tan remotas y ya desaparecidas, y se alejó de ella todo lo que la había afligido. Montaña y país se hundieron, y donde había estado Faldum se agitó ancho y tumultuoso el mar infinito. Y encima, el sol y las estrellas siguieron su curso.
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