CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

viernes, 16 de diciembre de 2011

- UM DIE EIGERNORDWAND (EN LA PARED NORTE DEL EIGER) LUCHAS Y SACRIFICIOS EN LA PARED NORTE (CAPÍTULO III DE VIII-PARTE SEGUNDA)


UM DIE EIGERNORDWAND (EN LA PARED NORTE DEL EIGER)
LUCHAS Y SACRIFICIOS EN LA PARED NORTE
Por Fritz Kaisparek
Estamos a 18 de julio. Aquí, en la pared norte del Eiger, cuatro hombres luchan por alcanzar una meta, con firme esperanza que ellos mismos se han fijado, persuadidos de lograr el éxito gracias a su indomable voluntad.
A partir del campamento de vivac, debajo del Roten Fluh, comienzan las dificultades. Angerer y Rainer ya habían intentado sobrepasarlo. Pero todo había sido en vano. Se debe sortear el extraplomo por la derecha. Una grieta extremadamente dificultosa compuesta de roca suelta continúa hasta bastante arriba, a la derecha del nevero, Anderl Hinterstoisser colocó con maestría una cuerda transversal hasta el nevero sobre la pared totalmente lisa.
Aquí encontraron la vía que Mehringer y Sedlmayer habían seguido el año anterior y, a continuación, su segundo campamento de vivac. En lo que a tiempo dedicado se refiere, llevan un día de adelanto y ese mismo día pueden proseguir la escalada. Como puede ser observado desde abajo, ésta se desarrolla de manera ejemplar, con arreglo a las normas de escalada. Tampoco se descuida nada de cuanto pueda contribuir a aumentar la seguridad. Cinco horas de trabajo les llevó el escalón de roca que conducía del primer al segundo nevero. Es vertical, desunido y, a veces, extraplomado. Pero, a las 4'30 de la tarde, llega el último hombre a esta parte de la pared y, todos juntos, se dirigen hacia la izquierda,: hacia las rocas que se hallan en el borde inferior del nevero superior
Van a pasar con increíble rapidez. Pronto oscurecerá y comenzará a anochecer. Es necesario buscar el lugar adecuado para establecer el campamento. Ese día, se observa también como se esfuerzan por ascender hacia la derecha, a través del nevero occidental y, hacia las 7 de la tarde, llegan a la parte rocosa por encima del Roten Fluh. Aquí se monta el primer campamento.
Casi imposible parece el trabajo realizado en este día. Detrás suyo habían dejado los cuatro la mitad de la pared y, si las próximas dificultades no eran mayores y la suerte no les abandonaba, seguro que alcanzaban la cima. No se habían lanzado a la escalada por haber perdido la alegría de vivir. ¡Todo lo contrario! ¡Querían vivir! Querían vivir su vida colmada de montañas, luchas y victorias.
Apretados acurrucados unos junto a otros pasaron la noche. El cuerpo está cansado y reclama sus derechos. El sueño es corto y ligero. El silencio se ve siempre interrumpido por el atronador estrepitoso ruido de las piedras que caen. Pronto se despierta uno de ellos y a continuación otro y miran hacia arriba` a la infinidad de estrellas. ¡Qué maravillosos son sus fulgores y destellos! Uno deja de sentirse minúsculo y se une a su movimiento circulatorio, paseando con ellas al encuentro del amanecer.
El frío penetra terriblemente en los huesos pese al buen equipo de vivac y la noche se hace horriblemente larga. Interminable resulta el lapso entre la noche y la mañana. Por fin, el Este comienza a aclararse. Brazos y piernas han quedado rígidos e insensibles y cualquier movimiento provoca dolor.
Hoy es domingo, día de descanso, día de reflexión. Para ellos, debe resultar un día de dura lucha.
El tiempo empieza a cambiar. Jirones de niebla flotan en la pared y alrededor de las montañas y amenazadoras nubes de lluvia no anuncian nada bueno.
En Grindelwald la gente se ha despabilado y observa que hay de nuevo a través del anteojo. Pero no se llega a saber demasiado. El reportero del "Sport" informa en estos días:
"Por doquier despunta el día, mas las montañas permanecen ocultas ante nosotros. La brisa. matutina ha barrido las tormentas de la noche enviándolas hacia los .frentes de nieve arriba en la montaña. Detrás de la impermeable cortina de las nubes matutinas deben encontrarse condenados a la inactividad, los cuatro huéspedes del 'albergue del Roten Fiuh'. No pueden saber que, desde la tierra, un día azul avanza hacia arriba y, en efecto, la primera cordada abandona el vivac a las 6'45. Llegamos justo en el momento oportuno al Kleinen Scheidegg, para apreciar gracias al gran telescopio del hotel, la puesta en movimiento ante las protectoras rocas del vivac.

El primero ‑el intrépido Hinterstoisser, al igual que ayer‑ ha excavado una ancha y fuerte superficie del largo de una cuerda para colocar los pies en el vertical ventisquero y poder cruzar hacia el Este el nevero superior. Negra y rígida por la humedad, arrastra la cuerda a través de la nieve. Unos 30 metros más abajo, en las rocas del vivac, se asegura el segundo, el jovencísimo y ágil Toni Kurz. A las 7´30 el guía ha excavado con firmeza los gigantescos escalones en la nieve y probablemente coloca incluso una larga clavija para hielo en el inseguro ventisquero. El segundo puede proseguir, pero repentinamente se baja el telón".
No tenía objeto seguir mirando hacia arriba. Una niebla impenetrable ocultó la montaña junto con su pared y los cuatro combatientes que en ella seguían buscando el camino hacia la cima. Ese día, había gente en la cumbre del Eiger. Pero hasta las 9 de la noche no se volvió a saber nada de las dos cordadas de la pared norte. Debían pues encontrarse por debajo de la cima. Se esperaba que a lo largo del día se podría conseguir echar algún vistazo a la pared. Pero la niebla no abandonó la montaña. Tan sólo de madrugada se pudo localizar la situación del segundo vivac. Se encontraba aproximadamente a la misma altura en que el año anterior Sedimayer‑Mehringer habían establecido el vivac que precedió a su muerte. El lento avance del domingo quedó envuelto en el misterio. ¿Habían confiado demasiado los cuatro en sus propias fuerzas durante el primer día y este primer vivac les había quizás debilitado hasta tal punto que debían apelar a toda su fuerza de voluntad para seguir adelante?
El lunes por la mañana fueron miles los que echaron la primera mirada al diario matutino. ¿Qué había de nuevo en la pared el Eiger? ¿Habrían salido triunfantes los cuatro? ¿Cómo les iba? ¿Qué contaban? Pero, desilusionados, se vieron obligados a cerrar el periódico pues lo que se sabía era muy poco y no se podía hacer suposiciones.
Esa segunda noche, sin embargo, no había conseguido frenar el ímpetu de los alemanes. Comenzaron con renovada fuerza la ascensión. No era tan fácil vencer la pared. Eso ya lo sabían y, en consecuencia, debían permanecer firmes en cualquier caso hasta el límite y dar hasta lo último de sí mismo.
Eran las 8 cuando se les vio continuar la ascensión. Esta se realizaba no obstante lenta, muy lentamente. Nadie podía adivinar cuál era la causa. Finalmente, al cabo de unas horas, comenzaron a retirarse y se les pudo observar a los cuatro a la altura del campamento de vivac del domingo, a 3.250 metros. ¿Así que abandonaban? ¿Por qué?
¿Las dificultades se habían hecho insuperables, o había ocurrido algo que impedía avanzar desde un principio? Debía tratarse de esto último, pues se deducía cuando algunos alpinistas volvían al mismo campamento, que debía haber pasado algo. En efecto, más tarde se comprobó que Angerer había sufrido una herida en la cabeza. En esas circunstancias, era fácil deducir la causa del retroceso.
Los acontecimientos que se sucedieron, se desarrollaron cual actos de un gigantesco drama. Un director artístico invisible volvió a ocultar la pared tras una cortina de niebla y, los observadores de Scheidegg volvieron a quedar sumidos en la incertidumbre y la espera.
Hacia las 5 de la tarde, se volvió a rasgar la niebla. Los alemanes se encontraban sobre el gran nevero por encima del Roten Fluh. O sea, que se retiraban. Se confirmó que uno de ellos estaba herido al comprobar que dos de ellos ayudaban siempre a un tercero.
Cada escalón vertical del segundo al primer nevero, que en la ascensión se venció en cinco horas de duro trabajo, necesitaba ahora en el descenso, complicadas y engorrosas maniobras de la cuerda. Había que tener cuidado con el herido. A las 8'30 de la tarde se les observó a los cuatro en el mismo lugar en que Mehringer y Sedlmayer habían pasado su segunda noche, quedaban todavía 900 metros entre ellos y el pie de la pared donde se encontrarían a salvo.
Cae la tercera noche. Ya no se trata de alcanzar la cima del Eiger, sino de salvar simplemente la vida. Todavía faltan muchas horas para la mañana y la montaña amenaza incesantemente con aludes y desprendimientos de piedras.

El martes, 21 de julio, empeora el tiempo. Al amanecer se percibieron gritos en la pared. Llovía a cántaros y en la pared se veía nieve virgen. Con las manos rígidas recomponen los cuatro la cuerda helada con el fin de disponerse a continuar el descenso.
El reportero del "Neuen Züricher Zeitung" informa:
"Hacia las 9 de la mañana volví a ver la partida. Percibí con claridad a tres de los turistas descendiendo, al cuarto no se le divisaba por ninguna parte. El que cerraba la marcha, que el día anterior se arrastraba con dificultad, se encontraba evidentemente incapacitado. Durante unas horas, la niebla ocultó la vista. Entonces se les vio apretarse a los cuatro en el borde inferior de la primera pendiente de nieve. A derecha e izquierda rugían los torrentes, se desprendía la nieve. A sus pies les aguardaba el último obstáculo temible, una losa de 200 metros de altura con su paso transversal de 40 metros de longitud, que a la subida les había costado dos horas. Entonces se hallaban frescos y los suficientemente fuertes como para salvar esa parte de la pared. Ahora, sin embargo, la situación había variado. Han sobrevivido ya a tres vivacs, están calados hasta los huesos, el material de la cuerda está helado, se han gastado las provisiones y el descenso de la pared vertical resulta arriesgado a causa del agua y de la nieve recién caída. Desde Alpiglen trepó a lo largo de la pared del Eiger hasta el glaciar pero nada puede apreciarse a causa de la espesa niebla".
A 400 metros por debajo de la estación Eigerwand, horadado en la línea del recorrido, se abrió un orificio, a través del cual, durante la construcción del ferrocarril de la Jungfrau, se extraían los escombros. A primera hora de la mañana, el guardavía, siguiendo su recorrido, se asomó por este agujero e intento establecer contacto con los escaladores. Se escucharon gritos que, en Alpigien y Scheidegg, se identificaron por error como gritos de socorro. Al mediodía repitió el guardavía su salida y oyó, a unos 200 metros por encima suyo, a los cuatro en intensa actividad. Convencido de que descenderían hasta la galería les preparó té. Pasó el tiempo. Ninguno de los cuatro abandonaba su puesto. ¡Si, como se suponía, se habían caído las clavijas, no podrían descolgarse por la cuerda!
Desde el lugar del vivac, ambas cordadas habían ido descendiendo lentamente por los escalones de la vía de ascenso. Alcanzaron cada peldaño que debía conducirles al Roten Fluh. La ascensión les había llevado ciertamente muchas horas de trabajo. Se encontraban en el lugar que más adelante llevaría el nombre de "paso transversal de la caída" o "travesía de Hinterstoisser”. Pero, entretanto, la roca se había helado y resultaba imposible sortearla. No se le podía pedir más imposibles al cuerpo. Había entregado ya hasta su última reserva. Sin embargo, se siguió intentando durante horas, como única salida, o descolgarse por la cuerda sobre el extraplomo, lo que representaba unos 100 metros de más.
El tiempo, que hasta el momento había sido tolerable, empezó a empeorar. Pesadas nubes ascendieron por los extraplomos helados y ocultaron la montaña con un tupido manto. Se empezó a escuchar el zumbido de las piedras que caían y los torrentes y desprendimientos de nieve bramaban sobre las puntas de las rocas. La retirada queda cortada en la mitad del paso transversal. Una mayor permanencia bajo esta infernal lluvia de piedras resulta del todo imposible y se toma la decisión de seguir la única salida que queda: intentar forzar el descenso directo sobre los escalones de la pared, descolgándose por la cuerda.
Observando todas las medidas de precaución, se clava la primera clavija descolgándose por la cuerda que les ponga a salvo. Exactamente en ese momento, 200 metros más abajo, salió el guardavía del ferrocarril de la Jungfrau y lanzó un “jodel" a los cuatro que permanecían más arriba. Ellos le gritaron que todos se encontraban bien. Esa voz les había devuelto a la vida y confiaban en encontrarse pronto a salvo. Ahora ya no podía ocurrir nada inesperado en un lugar donde se había establecido contacto con el medio ambiente y se escuchaba a una persona que, como ellos, estaba viva.
Cuando, dos horas más tarde, el guardavía volvió a buscarles con la vista, de la pared descendieron gritos de socorro. Inmediatamente se puso en contacto telefónico con la estación "Eigergietscher»" para solicitar ayuda. Su llamada llegó justamente a tres guías de montaña de Wengen que se habían refugiado allí a causa del temporal. Se trataba de Christian Rubi, su hermano Adolf y Hans Schlunegger. El ferrocarril de la Jungfrau pone a su disposición un tren especial que traslada a la columna de salvamento hasta el orificio de la galería. A estos guías se les debe reconocer el hecho de que estaban dispuestos a correr en su ayuda, y ello a pesar de haber empeñado su palabra, como los demás guías suizos, de no arriesgar ninguna vida más en la pared del Eiger.

Los tres guías de montaña ascienden inmediatamente por la pared e intentan atravesar al otro lado, hasta llegar a los gritos de socorro. Consiguen llegar hasta unos 100 metros por debajo de la cuerda de la que cuelga Toni Kurz y establecer comunicación con él. Pero como cae la noche se hace del todo imposible seguir avanzando y así se ven obligados a regresar a la galería para pasar allí la noche. Por los gritos de Toni se han enterado de que él es el único superviviente. Va oscilando en la pared por medio del nudo de la cuerda, quedando así expuesto al incesante diluvio de piedras y chaparrones. Bajo y sobre él cuelga un cadáver. Uno de ellos ya se había despeñado antes y a Kurz no le queda ni una sola clavija para continuar el descenso.
Kurz pasa todavía una cuarta noche en esta horrible situación. Tuvo que ser terrible.
El miércoles a las 4 de la madrugada prosiguen los esfuerzos. La columna de salvamento se ve reforzada por el guía de montaña Arnold Glatthard. De la pared siguen llegando los gritos de socorro de Kurz. Schlunegger, Adolf Rubi y Glatthard empiezan a subir. Pronto llegan a la franja de nieve bajo el extraptomo. Sus gritos reciben respuesta. A 40 metros por encima suyo, Kurz cuelga de la cuerda. Pueden hablar con él sin problemas y contesta así a la pregunta que sobre sus camaradas le formulan los guías: Estoy completamente solo. Rainer se encuentra encima mío helado, Hinterstoisser se despeñó ayer y Angerer cuelga de la cuerda debajo mío. Está ahorcado”.
Se le dice a Kurz que corte la cuerda de la que pende Angerer salvando el máximo trozo posible, y lo que Kurz realizó durante las horas que siguieron raya casi en lo inconcebible. Debemos mostrar un profundo respeto ante tamaña voluntad de hierro e invencible voluntad de vivir. Su única posibilidad de salvación residía en procurarse cuerda para que los de abajo pudieran hacerle llegar la cuerda y las clavijas que le faltaban. Angerer, que cuelga debajo suyo, está muerto. Así pues, desciende unos 12 metros hacia él y corta la cuerda al máximo. Vuelve entonces a escalar a su anterior posición y, con las manos rígidas por el frío, tras penoso trabajo que dura horas, va separando la cuerda que ha conseguido y la anuda a la suya. Alcanza los 50 metros aproximadamente. La deja caer y los guías le atan una cuerda de 40 metros, clavijas de roca y un mosquetón. Se iza la cuerda y Kurz, arriba, clava una clavija en la roca. Por fin, después de tres horas de perseverancia, los 3 guías comprueban con alegría que Kurz se está deslizando hacia abajo y que pende de la cuerda cada vez más cerca por encima de sus cabezas. ¿Podrá convertirse en realidad aquello que apenas se atrevían a esperar?
Toni se descolgó 30 metros por la cuerda sin ningún problema. En ese instante cuelga oscilante del extrápIorno y casi se le puede tocar con el piolet alzado al máximo. Pero, repentinamente, todo movimiento cesa en su cuerpo, los brazos se descuelgan lentamente sin energía y la cabeza cae hacia atrás: ¡Kurz ha dejado de existir!
Ha vendido cara su vida, ha actuado de manera sobrehumana con increíble energía. Su destino no era volver a la vida. Lo trágico de esta tentativa de la pared norte del Eiger había alcanzado en este instante su punto culminante: el único superviviente, exhalaba el último suspiro casi al alcance de sus salvadores.
Nunca se llegará a saber con suficiente exactitud lo que en realidad sucedió en las horas transcurridas entre la primera y la segunda vez que el guardavía intentó localizarles con la vista. Únicamente la escasa información que Kurz pudo ofrecer, ha permitido imaginar hasta cierto punto lo ocurrido ha todos aquellos jóvenes que colgaban ahora juntos de la cuerda. Lo último que realmente había podido observarse, como ya hemos dicho, había sido la retirada del paso transversal Hinterstoisser y el comienzo de los trabajos de descenso descolgándose por la cuerda a lo largo de los 100 metros del extraplomo en la pared. Entonces debía haber vuelto a desencadenarse una avalancha de piedras arremetiendo con espantosa inexorabilidad más allá de los muchachos que descendían en ese momento y respetando únicamente a Kurz con inexplicable magnanimidad. Aunque casi lo podríamos tildar de crueldad, pues su irremediable muerte se aplazaba tan sólo unas horas.
Tan pronto como llegaron a Munich las primeras noticias de la desgracia del Eiger, se avisó con premura al Servicio Alemán de Salvamento en Montaña. Tras un vuelo de pocas horas, aterrizó en Berna un avión especial. Un automóvil dispuesto a tal efecto los trasladó a la estación del valle del ferrocarril de la Jungfrau y, así, ya el mismo jueves comenzaban los trabajos de recuperación del cuerpo de Toni Kurz que seguía colgando de la pared.
El tiempo había mejorado. Un cielo resplandecientemente azul se desplegó sobre la cumbre y el Sol, en apariencia, pretendió reparar lo que de triste hubiese sucedido en los últimos días. Pretendía borrar con premura las huellas que la nieve había dejado durante ese tiempo en la pared.

No resultó fácil poner a salvo el cuerpo de Toni Kurz. Desde la ventana de la galería se colocó una baranda de cuerda de 200 metros de longitud, hasta el lugar de donde colgaba Toni. Se trataba de cortar su cuerda y trasladado hasta la galería. Pese a todas las precauciones adoptadas, Kurz cayó sin embargo mientras intentaban rescatarle con ayuda de un nudo corredizo y se precipitó sobre la pared. El Servicio de Salvamento en Montaña regresó a la estación Eigerfletscher. Así pues, sólo quedaba ya Rainer en este punto de la pared, pues a Angerer ya le había cortado la cuerda Kurz el día anterior Se había demostrado, no obstante, una falta de responsabilidad a causa de la caída de piedras, si se hubiese intentado atravesar hasta llegar al cuerpo que colgaba abajo. Rainer pendía directamente en la línea de caída de las piedras, así, que llegamos a la conclusión que su cadáver se vería en poco tiempo precipitado sobre la pared. Así pues, los hombres que componían el Servicio de Salvamento de Montaña descendieron a la parte inferior de la pared con el fin de recuperar el cuerpo cuando se despeñase.
La base de la pared, compuesta por una sucesión de campos de nieve, fue cuidadosamente inspeccionada. En primer lugar se hallaron los restos mortales de Angerer. De Kurz y Hinterstoisser no aparecía la más mínima señal, únicamente de Kurz apareció una máquina de fotos, un reloj y la mochila.
En cambio, se descubrió algo que nadie esperaba. A saber, los restos mortales de Sedlmayer, muerto en el intento del pasado verano. Todo el mundo estaba convencido de que SedImayer y Mehringer se encontraban en algún lugar cercano al vivac donde habían hallado la muerte. Pero, al parecer, al llegar la primavera, algún alud debió arrojarlos por encima del desnivel de 800 metros hasta la ventana de la estación Eigerwand.
De las seis víctimas que se había cobrado la pared norte del Eiger, dos no fueron hallados y, únicamente se debió a la casualidad, el que al año siguiente se encontrase a Hinterstoisser debajo de la parte occidental de la Galería del ferrocarril de la Jungfrau.
El balance de los últimos años había sido, pues, desolador. Uno se sentía casi inclinado a creer que una desventurada fatalidad se cernía sobre cada espíritu aventurero que intentaba extorsionar la pared escalándola. Prácticamente ninguna pared se había apoderado, con anterioridad, de tantos espíritus de jóvenes alegres.
Las opiniones sobre la posibilidad de ascensión de la pared norte del Eiger se encontraban, pese a las derrotas sufridas, divididas. El Dr. Lanper, el eminente experto del Eiger, escribió al respecto:
"Desde nuestro puesto, en la parte inferior de la última cresta de nieve, disfrutábamos de una buena vista sobre la parte superior de la mitad occidental de la pared norte. Pero lo que nosotros pudimos observar directamente de la pared del Eiger parecía bastante inaccesible o casi podríamos decir imposible. ¿Imposible?".
Está claro que el Dr. Lanper no aceptaba esta imposibilidad.
Algo sí era seguro. Aparte de una completísima técnica, una inquebrantable fuerza de resistencia y una inflexible tenacidad, se necesitaba además mucha suerte para quedar exento de los peligros objetivos.
Willy Angerer, Andreas Hinterstoisser, Toni Kurz, Karl Mehringer, Edi Rainer y Max Sedlmayer permanecerán para siempre en nuestro recuerdo.
Nos allanaron el camino a quienes, después suyo, perseguíamos tan enorme meta. Sin su espíritu de sacrificio, tal vez la pared siguiese siendo el gran "problema”. Realizaron su última excursión de montaña y no explicarán a ningún amigo querido las sorpresas de esta gigantesca pared que hacia sí los atrajo y que se convirtió en su destino.

- CAPÍTULO I

- CAPÍTULO II

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