CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

sábado, 23 de noviembre de 2013

- MONTAÑAS SAGRADAS EN EL PAIS VASCO Y SU MITOLOGIA ( capítulo 1)

MONTAÑAS SAGRADAS EN EL PAIS VASCO Y SU MITOLOGIA

Introducción 

El país vasco se encuentra situado en el extremo de la región conocida como “el levante”, formando una ruta natural de acceso a la península Ibérica. Los pirineos occidentales forman parte del territorio vasco o Euskadi, al igual que la cordillera cantábrica, la cual se abalanza sobre el agua en sus costas acantiladas y en el flysch que se extiende a modo de “dedos” hacia el mar. Cada región de Euskadi se encuentra dominada por una montaña de mayor importancia simbólica, tratándose habitualmente de elevaciones de baja altitud pero de topografía abrupta, atravesadas por caudalosos ríos que se precipitan en su corto trayecto hacia la costa. 

Compartido geopolíticamente entre Francia y España, el país vasco constituye una indivisible unidad cultural, fundada en la pervivencia de una lengua propia -el euskera- y de un sistema de creencias en el que la montaña juega un papel fundamental. La mitología es considerada, junto con la lengua Euskera, como el monumento cultural más importante del país vasco. 
En la provincia vasca de Guipuzkua existen dos regiones montañosas principales, en torno a los macizos de Aizkorri y Aralar. Los macizos tienen nombres genéricos pero cada montaña o pico en la “cordelada” recibe un nombre específico y suele estar vinculada a distintas leyendas. Tal es el caso del macizo de Aizkorri, cuyas faldas cubiertas de megalitos se asocian a la presencia de gigantescos “gentiles” y a los “agujeros de oro” resultantes del saqueo de los monumentos megalíticos. En tanto que el distintivo pico denominado Aketegui, el cual forma parte de las cumbres del macizo, constituye una de las moradas preferidas de Mari, la diosa vasca de las montañas. 
A lo largo de los siglos, las montañas del país vasco fueron habitadas por pastores adscriptos a un modo de vida transhumante con raíces que se remontan a la etapa Neolítica y cuyo sistema de creencias se ha mantenido en vigencia hasta la actualidad, siendo prueba de ello, el vigor de la mitología y de la lengua vascuence. Simultáneamente las montañas vascas fueron regularmente atravesadas por peregrinos cristianos en ruta hacia Santiago de Compostela y constituyeron la cuna geográfica de la Compañía de Jesús. 
La mitología da vívida cuenta de las tensiones emergentes entre la cosmovisión animista tradicional de los vascos al interactuar con el sistema de creencias cristiano. El conflicto se hace presente en la leyenda del caballero Teodosio de Goñi que narra el enfrentamiento entre el arcángel San Miguel y el dragón del monte Udalaitz; o en la leyenda del caballero Diego López de Haro y su mujer Mari, con pies de cabra, que huye a la montaña cuando el esposo cristiano se santigua.

La cosmovisión vasca es claramente animista y gira en torno a la figura de Mari como deidad femenina que mora en las montañas. La relevancia del principio femenino en el mundo vasco se entrevé en el carácter cíclico, nutricio, telúrico, lunar y acuático de su mitología, así como en la importancia otorgada ancestralmente a las cuevas como lugares de culto y a los motivos de círculos concéntricos, espirales y laberintos en el arte rupestre y en la decoración de la cerámica. La antigüedad de dicho sistema de creencias podría remontarse a varios miles de años siendo, que el sacerdote etnógrafo José Miguel de Barandiaran, ha señalado posibles vínculos a nivel simbólico entre los animales en el ciclo de Mari y las pictografías rupestres paleolíticas y neolíticas. 
Existen en el imaginario vasco entidades que obran como “dueñas” del entorno. En particular, cuando se trata de entornos boscosos o nemeton considerados sagrados en todo el mundo celta, y en el mundo celtíbero por extensión. Tal es el caso de Basajaun y la Basandere, el señor y la señora del bosque. El Basajaun tiene el aspecto de un hombre agricultor, molinero o herrero y su eficacia simbólica se manifiesta en la protección de los rebaños. También se encuentra Busgosu, un ser mitológico forestal con forma de árbol y cubierto de líquenes. Al igual que los duendes del bosque conocidos en el mundo vasco como Trasgus. 
Es así que conviven en el paisaje de Euskadi las ermitas en cumbres dedicadas a santos católicos con cuevas de brujas y aquelarres; los elevados picos rocosos donde mora Mari, la diosa vasca de la montaña, y las alturas de los cerros tapizadas de megalitos prehistóricos que el folklore atribuye a la fortaleza física y el conocimiento de los gigantescos “gentiles”. 

Montañas, Megalitos y Gentiles 

En el sistema de creencias vasco, las construcciones megalíticas aparecen vinculadas a la figura de los míticos gentiles; así como a la morada de brujas y al ocultamiento de tesoros. A diferencia de los conjuntos megalíticos en el norte de Europa, el emplazamiento de los megalitos ibéricos suele ubicarse en collados cercanos a las cumbres de cerros forestados; aspecto que aparece realzado por la toponimia. En las inmediaciones de la cima del cerro Akolaxtara se yergue el dolmen de Sagastieko Lepua, desde cuyo emplazamiento se admiran las cimas de los vecinos montes Urdaburu (“cima de oro”) y Adarra (“cuerno”). El nombre del dolmen hace referencia a su ubicación en un collado montañoso. Como es habitual en los dólmenes ibéricos, la cámara funeraria está orientada hacia la puesta del sol, quedando el cuerpo orientado hacia la salida del mismo, tradición que perdura en los cementerios y camposantos cristianos en el país vasco. 
Los cromlech del país vasco se diferencian también de otros círculos de piedra celtas por su carácter de monumentos funerarios. Las tumbas megalíticas suelen ser de cámara individual; aunque en algunos casos funcionaron como osarios que alojaron los restos de más de 30 difuntos. Los objetos materiales encontrados en dólmenes, en calidad de ofrendas funerarias, incluyen cerámica y cintillas de oro que contribuían a la función social de los cromlech como emblemas del poderío del clan o tribu.

El cromlech de Mulisko Gaina, emplazado en un llano en las alturas del cerro Oindi, consta de varios círculos de piedra y de un inusual domen de doble cámara. Tal como se desprende de su nombre en euskera -Muniskueko Gaina- se trata de un conjunto megalítico emplazado en un llano elevado. El sitio ha sido tradicionalmente asociado a los “gentiles” y descripto por los pastores vascos como “Kanpu santu zarra”; es decir, campo santo de los antiguos. Las tumbas de doble cámara con grandes losas se conocen como “jentilarri” o piedra de los gentiles.

Por su parte, los menhires habrían sido monumentos recordatorios para señalar en la geografía montañosa el lugar donde ocurriera un evento digno de memoria. En el abra de acceso al valle de Urbía que se extiende en las faldas del macizo de Aizkorri se yergue un pequeño menhir que, pese a su escasa altura, es reconocido por los pastores transhumantes como una “piedra sagrada”. 

El macizo de Aizkorri y los gentiles 

Los megalíticos característicos del paisaje arqueológico de Euskadi aparecen en la mitología vasca como estrechamente vinculados a los míticos “gentiles” a quienes se caracteriza como gigantes -usualmente deformes- que moran en las montañas. “Tártalo”, un gentil emparentado con los cíclopes de la mitología mediterránea, tiene su morada en un dolmen en el macizo de Aizkorri, cuya cima de 1528 metros constituye la máxima elevación de Guipuzkua. El paraje asociado con dicho megalito recibe la lógica denominación de Tártaloexte (“casa de Tártalo”). A la toponimia se suman los relatos folklóricos: el gentil Tártalo ha sido avistado personalmente por una anciana que pastorea en la región. 
En virtud de su descomunal tamaño, los gentiles son capaces de mover las grandes piedras empleadas en la construcción de dólmenes y cromlech; así como en la erección de menhires. También pueden arrojarlas violentamente cuando se enojan ante la presencia de ermitas cristianas construidas en sus montañas o durante la celebración de festividades religiosas. Uno de los gentiles más diestros en esta tarea es Sansorri -cuyo nombre remite a la figura bíblica de Sanson- el cual desde la costa cantábrica arroja piedras contra los barcos de los “filisteos”. 
En algunas narraciones, los gentiles arrojan las piedras valiéndose de una honda, aspecto llamativo en cuanto a su semejanza con lo referido en leyendas sudamericanas en las que, montañas antropomórficas, luchan entre sí arrojándose hondazos; o en los relatos que atribuyen los hondazos que transformaron el paisaje de los Andes a la figura de un mítico rey Inca. En otras ocasiones, la torpeza de los gentiles queda de manifiesto al caminar por los pastizales de montaña y resbalar sobre las heces frescas de las vacas.

Los gentiles dominan conocimientos (agricultura) y artes (metalurgia) antiguamente vedados a los cristianos. En la mitología vasca, la figura del héroe civilizador es ocupada por San Martín Txiki, un joven astuto y audaz quien fuera capaz de engañar a los gentiles para robarles el grano y así permitir que se introduzca la agricultura en la sociedad humana. Coloquialmente se lo conoce como Martinico o San Martinico y se lo caracteriza como físicamente débil pero intelectualmente dotado para asumir con astucia los desafíos que implica la apropiación de los conocimientos guardados por los gentiles. En este aspecto, los relatos sobre Martinico que he tenido oportunidad de escuchar en el país vasco me recuerdan en gran medida a las leyendas sobre el héroe cultural nórdico Askelod, cuya juventud y astucia le permiten enfrentarse a los trolls y rescatar exitosamente a la princesa cautiva.

El accionar de los gentiles aparece frecuentemente asociado a Mari, al igual que a la figura de ciertos genios masculinos. A uno de estos genios, llamado Maide, se atribuye la ayuda recibida para la construcción de dólmenes y cromlech. En general, los genios masculinos en la cosmovisión vasca -incluso los genios malignos como Inguma, capaz de ahogar a sus víctimas- aparecen vinculados al aspecto tremendo de Mari, la diosa de las montañas. 

Montañas y tesoros en el país vasco 

La toponimia vasca abunda en nombres de montes que hacen alusión a tesoros. Tal es el caso del cerro Urdaburu, cuyo topónimo se traduce como “cima de oro”. En las inmediaciones del macizo de Aizkorri se conoce una cumbre bautizada “agujero de oro” en razón del saqueo sufrido por un dolmen erigido en su alturas. 
Por su parte, las leyendas vascas también vinculan a las montañas que albergan sitios megalíticos con legendarios tesoros, en relatos que aluden a “campanas de oro” y “pellejos de buey”. La similitud de dichos relatos con leyendas de “campanas de oro, “cogotes” y “toros con astas de oro” que se conocen en zonas cordilleranas de los Andes sugieren que las versiones americanas se habrían nutrido sustancialmente de la mitología vasca aportada durante la conquista española. 
El monte Irukurutzeta (896 m) cuenta en su geografía con varias estaciones megalíticas, entre ellas la de Elozua Placencia, dotada de 14 dólmenes. Las leyendas vascas atribuyen a la montaña la custodia de “12 palancas de oro”, “odres y fudres” y también “un cofre lleno de oro”. Se dice que los franceses, durante las guerras napoleónicas, cargaban con una “cucha de oro” y que al enterarse de la derrota de su ejército, enterraron su contenido envuelto en el pellejo de un buey en algún lugar secreto de la cima de esta montaña. No pueden dejar de advertirse las semejanzas con los relatos andinos en los que el tesoro enterrado en la cima de una montaña es parte del “rescate de Atahualpa” que los Incas transportaban para la liberación de su emperador cautivo y que decidieron esconder en la montaña al enterarse que Atahualpa había sido ejecutado por los españoles. 

Montañas, Ermitas y Romería 

La montaña cumple un rol destacado como escenario de ritos religiosos de importancia calendárica en el país vasco. El primero de Enero es tradición ascender a la cima más significativa para cada aldea. En Navidad “lo primero para los vascos es ir al monte”. Durante la noche de San Juan es costumbre que se enciendan hogueras en todas las cumbreras y que los jóvenes sean los encargados de saltarlas ceremonialmente. El solsticio de verano es celebrado también con abluciones y baños purificatorios. 
Entre los árboles que pueblan las forestadas laderas de los montes vascos se reconocen ciertas especies a las que se consideran “árboles buenos”, entre las cuales se cuenta el fresno, por las propiedades mágicas de sus ramas para proteger los hogares de los rayos e incendios; el laurel, de uso culinario y el espino al que se vincula usualmente con las apariciones de vírgenes. La madera de los “árboles buenos” es habitualmente empleada para la confección de cruces de palillos que se colocan en las puertas de las casas para protección de sus moradores. Idéntica función cumplen las flores de Eguzki-lore colocadas en los dinteles de las ventanas y puertas. 
Las ermitas erigidas en relación con rasgos sacralizados del paisaje vasco, tales como montañas, árboles o fuentes, invitan a la peregrinación orientada a la curación de distintas dolencias. En la ermita de San Prudencio, los romeros vascos llevan ofrendas de aceite de oliva y ovillos de hilo que presentan a cambio de la oportunidad de moler una piedra cuyo polvillo cura la psoriasis. En la ermita de San Elías, las mujeres se lavan “las partes” en una bañera de piedra llena de agua que gotea de la roca con la esperanza de poder concebir un hijo. 

El monte Uzturre y la ermita de Isazkun 

El monte Uzturre es una montaña forestada cuya ladera más abrupta forma un precipicio que domina a la aldea de Tolosa, otorgándole un dramático telón de fondo. La montaña está coronada por una gran cruz, la cual no ha sido erigida sobre la cumbre misma sino hacia un lado, en la cima del precipicio. Dicho emplazamiento es visitado cotidianamente por residentes de Tolosa que combinan en el ascenso al monte Uzturre una actividad física (en carácter de entrenamiento deportivo o de simple ejercicio saludable) junto con una actividad religiosa, como es la visita a la ermita de Isazkun, situada a mitad de camino, en las alturas de la montaña. 
Durante todo el mes de Mayo, la visita a la ermita se acompaña con asistencia diaria a misa en horas del amanecer, puesto que durante esas cuatro semanas los vascos de la aldea Tolosa realizan su “romería a Isazkun”. Incidentalmente, escuche acerca de dicha tradición vasca mientras cenaba en una de las típicas “sociedades gastronómicas” de Tolosa -en la que solamente cocinan los hombres-. El anfitrión y cocinero comentaba a los comensales que, pese a la lluvia y el frío imperantes, no pensaba dejar de ascender al monte Uzturre al día siguiente, para lo cual tenía prevista la partida alrededor de las cinco de la mañana, con el fin de llegar a tiempo a la misa en la ermita y tener también el tiempo necesario para ascender a la cruz y descender luego al pueblo, en horario para el inicio de sus actividades laborales cotidianas.
Dado que mi visita al país vasco coincidió con el mes de romería al monte Uzturre, tuve eventualmente oportunidad de realizar la ascensión acompañada del alcalde de la aldea de Tolosa. Me conmovió la fe y devoción de los “romeros” -en su mayoría ancianos y ancianas vascas- que asistían a misa en la ermita de Izaskun, habiendo ascendido al amparo de las frías sombras de la madrugada para recitar sus plegarias y salmos en lengua euskera. Al finalizar la celebración católica, y tras saludar al sacerdote en la pequeña sacristía, emprendimos el ascenso hasta la cruz a pesar de las reiteradas advertencias que oímos en razón de los fuertísimos vientos que soplaban aquella mañana, los cuales se decía que podían convertir las inmediaciones del precipicio en una trampa mortal para cualquier incauto. 
Las cruces de gran tamaño situadas en las alturas de numerosas montañas vascas, como en el caso del monte Uzturre, fueron allí colocadas después de la guerra civil española a pedido del papa Pío XII, para protección de los pueblos y aldeas a sus pies. Ya desde 1901, la iglesia católica romana había ordenado la “cristianización” de las montañas vascas mediante la colocación de cruces en sus cimas, en un proceso que en algunos aspectos se asemeja al que se llevara a cabo durante las campañas de extirpación de idolatrías en las montañas andinas. 
La montaña es también un espacio de inspiración y esparcimiento para renombrados artistas vascos, al igual que para artesanos locales que eligen refugiarse en la naturaleza boscosa de sus laderas, manteniendo estilos de vida menos convencionales que los de sus compatriotas aldeanos. 

El monte Ernio y su romería 

El macizo del Ernio ocupa una posición central en la geografía de la provincia vasca de Guipuzkua. Dotado de cuatro cumbres, su distintivo perfil aserrado suele permanecer oculto entre las nubes y neblinas típicas de Euskadi, llamando la atención al ser observado en días claros desde cualquier otra montaña de la región cantábrica, incluyendo los montes Urgull e Igueldo, que custodian la bahía de la concha en la ciudad costera de Donosita -San Sebastián-. 
El monte Ernio es caracterizado por los vascos como un lugar de romería y hasta como una “montaña mágica” o “cerro que desprende magia”. En efecto, una de las cimas principales del monte Ernio, es ascendida colectivamente en romerías anuales (también en forma circunstancial por devotos particulares), lo que la convierte en un importante centro de peregrinaje donde se llevan a cabo ritos sincréticos de purificación y sanación propios del catolicismo popular vasco. 
El santuario se encuentra emplazado en la cima de mayor dramatismo paisajístico en todo el macizo montañoso, puesto que suele vérsela rodeada de nubes que cubren y descubren alternativamente los precipicios aparentemente inexpugnables que la flanquean por varios lados. Dicha cumbre reúne en sus características topográficas un limitado espacio físico relativamente llano -de unos quince metros de extensión por cinco metros de amplitud- que hace posible la congregación de fieles para la veneración de las cruces allí erigidas. Se trata no sólo de la gran cruz que tradicionalmente corona a las montañas vascas, sino también de innumerables cruces de distinto porte y tamaño, plantadas ad-hoc por los peregrinos, las cuales llegan a ocupar gran parte de la superficie rocosa sobre la cresta. 
La apariencia abrupta de la cresta del monte Ernio contribuye a la percepción alternativa de la montaña como lugar peligroso; caracterización que se desprende de una leyenda que describe esta montaña como último refugio de los antiguos vascones en su resistencia contra la invasión romana. El dramatismo del relato legendario se ve aumentado ante la referencia a numerosos vascos ancestrales, quienes en su heroico intento de evitar caer prisioneros, se habrían suicidado lanzándose al vacío desde las abruptas peñas del Ernio. 
Dos son las rutas de ascensión utilizadas para llegar a la cima del monte Ernio.  La ruta más frecuentada asciende desde una antigua ermita, por la rocosa dorsal del cerro hasta el refugio de montaña de Zelantun, para continuar desde allí por un camino tallado en la roca viva hasta la cima donde se encuentran las cruces resultantes de la devoción popular. Tratándose de la ruta más corta y de menor desnivel, es la más frecuentemente elegida por los romeros en su peregrinación a la cima del Ernio. 

Recorrí este camino, referido coloquialmente como “la ruta de Zelantun” bajo una fuerte tormenta de primavera, con espesas cortinas de lluvia, temperaturas muy bajas y fuertes vientos, que motivaron que las dos mujeres residentes en Tolosa con quienes ascendía en aquel momento me imploraran que no continuara más allá del refugio de Zelantun. Según me explicaban, la montaña era tan peligrosa que muchas de las cruces plantadas en la cima aludían a las numerosas vidas que el Ernio se había cobrado hasta entonces. En honor a la verdad, la apariencia de la montaña con su cresta envuelta en nubes y azotada por los vientos era francamente sobrecogedora.
La segunda ruta de ascensión parte de la localidad de Urkizu, en los altos que rodean a la aldea de Tolosa, y asciende hasta la cumbre menor más distante, para luego “crestear” por las abruptas cimas que se suceden en la geografía del Ernio, hasta llegar a la cumbre donde se encuentra el santuario. El ascenso es mucho más largo por esta vía; pero esta vez me acompañaban un sol espléndido y una pareja de veteranos montañistas vascos residentes en Urkisu, con quienes había compartido un opíparo almuerzo. Cuando llegamos a la cima, me explicaron que las cruces en las alturas del Ernio son plantadas como exvotos de agradecimiento por la salud recuperada o erigidas en memoria de personas fuera del ámbito de la montaña. Solo me fue referido un caso concreto de muerte por despeñamiento en un devoto cuyo equilibrio y buen juicio se vieron afectados por un exceso en la bebida. 
La más importante romería al monte Ernio tiene lugar en el mes de Septiembre, cuando incontables peregrinos ascienden a sus alturas para santiguarse frente a las cruces de la cima y llevar a cabo un rito por demás peculiar. El rito se repite en las visitas periódicas que los devotos repiten a la cima del cerro durante el transcurso del año, en fines de semana. Junto a un arbusto en la precumbre del cerro, una antigua cruz de piedra sostiene unos aros de metal de aproximadamente medio metro de diámetro, a través de los cuales hay que introducir la totalidad del cuerpo, comenzando por la cabeza y terminando por los pies o viceversa. La creencia popular vasca afirma que dicho ritual previene enfermedades y que resulta eficaz para aliviar padecimientos como el reuma, que resultan tan típicos entre los ancianos residentes en un clima húmedo y fresco como el de los bosques de Euskadi. La picardía vasca refiere también que el fervor devoto de ciertas señoras corpulentas ha terminado en más de una oportunidad con sus talles irremediablemente atorados dentro del aro de hierro, requiriendo la intervención de algún herrero experto para liberarlas.

El elemento de los aros de metal puede estar relacionado simbólicamente con las cadenas que los penitentes medievales cargaban en sus ascensos purgativos a las montañas, como se desprende de la leyenda del caballero Teodosio de Goñi, de quien se dice que hacía penitencia en el macizo de Aralar cargando pesadas cadenas para purgar el asesinato involuntario de sus progenitores. 
Cabe por último señalar las similitudes que el monte Ernio presenta con respecto al pico pirenaico de Montsegur, al que también se describe como una montaña cargada de “magia” y como “último refugio” de los cátaros, quienes pese a haber sido históricamente quemados en una hoguera al pie del cerro, las leyendas populares recuerdan como saltando al vacío desde los abruptos precipicios de la montaña. 

El monte Izarraitz: entre santos y hechiceras 

Izarraitz es un macizo montañoso constituido por una cumbre principal redondeada y por un pico abrupto que se yergue a su lado. El pico abrupto, conocido como Oiz, es una de las moradas temporarias de Mari, la diosa de las montañas vascas. La cumbre principal del monte Izarraitz ostenta en cambio una estatua de San Ignacio de Loyola, fundador de la orden religiosa de la Compañía de Jesús. En sus faldas se asientan los poblados de Azpeitia y Azkoitia, que disputan ancestralmente el privilegio de ser la cuna de tan eminente santo de la iglesia católica. Se dice que la estatua en la cumbre del monte Izarraitz ha sido en alguna ocasión “dada vuelta” procurando que “apunte su protección” hacia algunos de los poblados en disputa.

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