PRÓLOGO PARA LA VERSIÓN ESPAÑOLA DEL LIBRO "UM DIE EIGERNORDWAND" Por J. C. Castell
La Década de los años 30 conoció el resurgimiento de un nuevo montañismo. No se trataba ya de subir a las cumbres para realizar exploraciones científicas, tampoco se trataba de ir a sitios nuevos, hasta ahora vírgenes de la huella del hombre. En estos años empezó a notarse con gran fuerza la modalidad de la escalada de dificultad, aquella en la que el alpinista se enfrentaba a montañas conocidas, pero quería subir por rutas nuevas. No se trataba de una lucha del hombre con la naturaleza, como a menudo se ha querido ver en el deporte del montañismo, sino de una lucha del hombre consigo mismo (1). Al margen del aspecto puramente deportivo, no cabe duda de que este nuevo tipo de montañeros querían a la montaña como una nueva forma de entender la vida (1b), antaño ‑y todavía hoy - las expediciones eran grandes y a países lejanos, se necesitaban a menudo cantidades importantes de dinero y se iba preferentemente a sitios desconocidos. En la época que describimos también se planteaban este tipo de aventuras (fue la época del inicio de las grandes expediciones al Himalaya), pero se inició también esta nueva modalidad de montañismo. Paralelamente a estas grandes expediciones surgían hombres que deseaban encontrar la aventura más cerca de "casa", que en una verdadera confrontación pacifica deseaban ser los primeros en subir a las grandes cimas, pero además por el lado más difícil, que deseaban, en fin, ser los primeros en superar el reto que suponía la ascensión a determinadas paredes consideradas en esa época por imposibles.
Bajo este ímpetu fueron cayendo una a una las grandes paredes alpinas. Y llegó el momento de enfrentarse a las grandes "paredes norte".
El término "pared norte”, para una persona no introducida en ambientes montañeros apenas significará nada, supondrá que será lo mismo una pared norte que una sur o cualquier otra, pero para los que conozcan un poco este estilo de vida, pared norte significa mucho más: significa una pared expuesta a los fríos vientos del norte; significa que cuando se produce un cambio de tiempo brusco y repentino ‑en los Alpes el denominado "fohen"‑, a menudo los alpinistas que se encuentran en ella ni siquiera se dan cuenta hasta que tienen el mal tiempo encima, ya que éste entra por la parte de atrás de la montaña; significa paredes de mayor longitud; significa paredes no solo de roca sino cubiertas en largos tramos por neveros permanentes; significa que debido a los cambios de temperatura se producen frecuentemente auténticos aludes de piedras, al margen de los de nieve que son moneda corriente; significa, en consecuencia, la dificultad extrema y continuada, pues aunque existen vías concretas en determinadas montañas que tienen una dificultad mucho mayor, no tienen la complejidad ni la longitud de estas paredes alpinas.
Estos retos atrajeron a estas montañas a multitud de alpinistas deseosos de demostrar a los que consideraban tales hazañas como "inútiles" que la escalada, además de tener la cualidad de poder mostrar a cada uno sus límites, era algo "vivo”, donde se fomentaba la estrecha unión del hombre y la naturaleza "amando el riesgo, pero despreciando el peligro» (2), donde de verdad se podía comprobar el grado de camaradería de unas personas unidas por un objetivo común y que alternativamente iban poniendo sus vidas en la mano segura de sus compañeros de cordada, donde cada cual podía, tal como nos explicaba extraordinariamente Maurice Herzog tener la "satisfacción de sentirse realizado". (3).
A veces, actos tan aparentemente banales sirven para muchas cosas, aunque no todas las personas puedan valorarlos adecuadamente, existiendo a lo largo del tiempo comentarios sobre los montañeros calificándolos desde "realizadores de actos inútiles” hasta de "enfermos mentales” (4). Al respecto viene a nuestra memoria un párrafo extraído del prólogo de un libro de Pérez de Tudela, en donde escribía: "... también es útil lo inútil, si es bello y hace Hombres" (5), mostrando de esa manera ‑no sólo con la escritura, sino con los hechos narrados en el libro ‑ que hasta una cosa aparentemente inútil puede ser enteramente positiva si por lo menos es bonita y además sirve para formar positivamente el carácter de las personas.
En esta época ‑década de los 30‑ que podíamos llamar de resurgimiento de una nueva mentalidad romántica se fueron superando todas las grandes paredes norte. Las tres últimas fueron conquistadas por cordadas alemanas: El Matterhorn o Cervino en 1931 por los hermanos Toni y Franz Schmidt, con la particularidad de que el camino desde Munich a Zermatt (320 km. ida y vuelta) lo hicieron en bicicleta; en 1935 las Grandes Jorasses, en el macizo del Mont Blanc fueron superadas por Peters y Maier y por último en 1938 la considerada como “el último gran problema de los Alpes" la pared norte del Eiger.
Puesto que el libro que a continuación transcribimos se refiere a esta última pared, vamos a detenemos en este punto para dar un somero repaso a la historia y circunstancias particulares de esta montaña.
El Eiger es un macizo de los Alpes suizos situado en la zona del Oberland bernés. La traducción del nombre alemán significa “ogro". Dejemos que sea Arthur Roth, un escritor especialista en esta pared, el que nos haga una breve introducción sobre el nombre en cuestión "...preciso es reconocer que el apelativo resultaba muy apropiado, ya que hasta entonces cuarenta grandes alpinistas habían hallado la muerte sólo en la pared norte. Esta cifra puede parecernos irrelevante si la comparamos con las 50 vidas que aproximadamente se cobra cada año el Mont Blanc. Pero debe tenerse en cuenta que en este cómputo se incluyen esquiadores, excursionistas, domingueros y alpinistas de desigual grado de competencia e ineptitud. El Eiger es una cumbre alpina que nada tiene que ver con las restantes. Nadie intenta trepar por su cara norte hasta que ha cimentado y demostrado sus condiciones para la escalada. Cabe afirmar, casi sin excepción, que aquellos muertos en el empeño de vencer la Eigernordwand (pared norte del Eiger) eran alpinistas muy por encima de la media entre los montañeros. Y no podía ser de otro modo, porque no existen travesías fáciles en el ascenso por la pared en cuestión. La Eigernordwand atrajo a la élite del alpinismo de alta montaña, y casi siempre perecieron los mejores de entre ellos". (6)
Tiene una altitud de 3.970 metros, lo que no es mucho comparado, por ejemplo, con los 8.848 metros del Everest. Sin embargo su dificultad viene dada, aparte de lo que describíamos con carácter genérico al hablar de las "paredes norte”, por el hecho de que desde el momento en que se inicia la escalada a la pared propiamente dicha hasta el final de la misma, existen 1.800 metros de desnivel que hay que ir cuidadosamente ascendiendo. 1.800 metros puede que al lector le parezcan mucho, casi dos kilómetros en vertical... pero intente pensar que en realidad, 1.800 metros serían si se subiese por un ascensor o montado en un avión, ahora rogamos al lector que se ponga en la situación de escalar la montaña, piense que por ella hay que subir en zig‑zag, buscando la ruta más adecuada, convirtiéndose los casi dos kilómetros en por lo menos el doble, (para poder hacerse una idea de las proporciones de la montaña, observe que en el mapa de la ruta que acompaña a la traducción del libro, el reseñado como el “segundo helero" mide unos 500 metros de longitud) de vez en cuando, aunque en el cielo luzca un espléndido sol, en la pared se estarán produciendo auténticos torrentes de agua de deshielo que tendremos que pasar entre medias de ellos calándonos hasta los huesos, que en algún otro momento nos sorprenderá una lluvia de piedras... unamos a ello el hecho de tener que utilizar una depurada técnica de escalada para superar los obstáculos más difíciles, el frío que tendremos que soportar tanto de día como sobre todo de noche ‑en esta pared, en pleno verano, han llegado a morir alpinistas sólo de frío ‑, el cansancio que se apodera de nosotros después de un día de exhausto trabajo unido a la deficiente alimentación y al desgaste progresivo de los vivacs colgados de la pared...
Reinhold Messner, el famoso escalador tirolés considerado como uno de los mejores alpinistas conocidos, escribió con posterioridad a su segunda ascensión por esta pared que "en lo tocante a los factores o condiciones de altura, verticalidad, dificultad técnica, peligros objetivos, combinación de escalada en terreno mixto de hielo, nieve y roca, una vez iniciada la ascensión, la Eigernordwand se contaba entre las tres paredes más difíciles del mundo, siendo las dos restantes la cara Rupal del Nanga Parbat y la pared sur del Aconcagua". (7).
No, decididamente los alpinistas que se aventuran a estos niveles no son alpinistas normales. Y no lo eran los que empezaron a plantarle cara a estas paredes.
Los escaladores que protagonizaron las escaladas a las que nos referimos recibían el nombre de "extremistas", o para ser más exactos el apodo despectivo de "Kletterfritzen” que se puede traducir como gateadores de roca. Eran en su mayoría alemanes, austríacos e italianos. (8).
La explicación a la nacionalidad de estos escaladores puede explicarse tan retorcidamente como uno quiera, pero lo cierto es que las condiciones que se daban en estos países, sobre todo en Alemania, eran las más favorables hacia los jóvenes que tenían interés en estas hazañas, interés fomentado por el estilo de vida que se propugnaba desde las esferas culturales de esas naciones.
No se puede dejar pasar por alto la premonición que supone el que precisamente los primeros conquistadores de la pared norte del Eiger fueran dos cordadas, una alemana, otra austríaca, que deciden juntarse a mitad de la pared para realizar la escalada conjuntamente. En ese mismo año de 1938 Alemania y Austria habían dejado de ser países separados para pasar a formar parte del Gran Reich Alemán.
Tal y como se muestra en el prefacio del libro, escrito por el Dr. Ley, la educación Nacionalsocialista en el sentido de fomentar las actividades relacionadas con la naturaleza era una cosa evidente y cuanto menos, en los Ordensburg ‑escuelas para mandos del Partido ‑ era una "asignatura” obligatoria. No es de extrañar pues, que como más adelante se menciona en el libro "el último gran problema de los Alpes, la Eigernordwand, debía en general, ser asunto de cordadas alemanas". En los intentos anteriores de conquistar la Eigernordwand murieron 6 alpinistas, todos alemanes; 2 en 1935 (Max Seldmayer y Karl Mehringer) y 4 en 1936 (Edi Rainer, Willy Angerer, Anderl Hinterstoisser y Toni Kurz), los dos últimos miembros de una Unidad de Montaña del Ejército. A estos hay que sumar la muerte en 1937 del escalador austríaco Bert Gollackner, fallecido cuando estaba realizando un reconocimiento para un posterior ataque de la Nordwand.
En uno de los capítulos del libro se dice: "Llegará el momento en que se reparará la muerte de tantos buenos camaradas”. Y la reparación se cumplió el día 24 de julio de 1938, a las 15'30 horas, cuando Heinrich Harrer, Anderl Heckmair, Ludwig Vörg y Fritz Kasparek alcanzaron la cumbre de la montaña. El último gran problema de los Alpes había quedado resuelto.
Notas
(1) "El alpinista, el verdadero alpinista, es un luchador contra sí mismo ‑luchar contra la montaña, es decir contra un montón de piedra y hielo sería estúpido ‑, es un hombre que aprende a autodominarse y a resolver situaciones críticas e inesperadas con enorme rapidez y serenidad, y es al mismo tiempo un poeta, un admirador incansable y apasionado de la estética de la alta montaña".
(1b) "Ser alpinista es una forma de ser; el alpinista no va a la montaña como una evasión de días festivos, para él la montaña es algo por lo que vale la pena vivir y soportar el trabajo de cada día. El alpinista es un ser que se revela contra la sociedad burguesa, cuya ley es la del mínimo esfuerzo y a la que repugna toda actividad que no reporte un tangible beneficio material; la sociedad lo considera como un pobre idealista que no aprecia demasiado la vida; la vida del burgués no, desde fuego. ¿Cómo va a comprender lo que hace? Se expone a innumerables peligros, privaciones, pasa frío, hambre y no le dan nada a cambio.
El alpinista, lo sepa él o no, es un firme aliado nuestro en la destrucción de la sociedad materialista".
Bartomeu Puiggros, "Les Muntanyes que vaig estimar”.
(2) Gaston Rebuffat, "Estrellas y borrascas”
(3) Maurice Herzog, "Anapurna, primer 8.000”
(4) John Murray, "Handbook for Travelers in Switzerland” (Guía para viajeros en Suiza)
(5) César Pérez de Tudela, "Al encuentro con la tierra"
(6) Arthur Roth, "Eiger, la pared Trágica"
(7) Nótese que se menciona la pared sur del Aconcagua, hay que tener en cuenta que en el Hemisferio Norte, las grandes paredes muestran sus lados más difíciles orientados al norte, mientras que en el Hemisferio Sur, como es el caso de la cordillera andina, las paredes que dan a ese lado son las más dificultosas.
Nosotros añadiríamos a esta lista la Pared Sur del Lhotse. Situada en el Himalaya, es uno de los 14 picos de más de 8.000 metros que existen en la tierra. Si al Eiger se le mencionó como el “último problema de los Alpes", la cara sur del Lhotse ha sido probablemente el último problema conocido hasta ahora en el montañismo moderno. Esta pared fue escalada por primera vez hace unos tres años por el alpinista Torno Cesen que lo hizo en estilo alpino (sin utilizar porteadores ni campamentos de altura) y en solitario. En estos momentos no tenemos constancia de que esta ascensión halla sido repetida por nadie.
(8) Arthur Roth, Obra citada.
La Década de los años 30 conoció el resurgimiento de un nuevo montañismo. No se trataba ya de subir a las cumbres para realizar exploraciones científicas, tampoco se trataba de ir a sitios nuevos, hasta ahora vírgenes de la huella del hombre. En estos años empezó a notarse con gran fuerza la modalidad de la escalada de dificultad, aquella en la que el alpinista se enfrentaba a montañas conocidas, pero quería subir por rutas nuevas. No se trataba de una lucha del hombre con la naturaleza, como a menudo se ha querido ver en el deporte del montañismo, sino de una lucha del hombre consigo mismo (1). Al margen del aspecto puramente deportivo, no cabe duda de que este nuevo tipo de montañeros querían a la montaña como una nueva forma de entender la vida (1b), antaño ‑y todavía hoy - las expediciones eran grandes y a países lejanos, se necesitaban a menudo cantidades importantes de dinero y se iba preferentemente a sitios desconocidos. En la época que describimos también se planteaban este tipo de aventuras (fue la época del inicio de las grandes expediciones al Himalaya), pero se inició también esta nueva modalidad de montañismo. Paralelamente a estas grandes expediciones surgían hombres que deseaban encontrar la aventura más cerca de "casa", que en una verdadera confrontación pacifica deseaban ser los primeros en subir a las grandes cimas, pero además por el lado más difícil, que deseaban, en fin, ser los primeros en superar el reto que suponía la ascensión a determinadas paredes consideradas en esa época por imposibles.
Bajo este ímpetu fueron cayendo una a una las grandes paredes alpinas. Y llegó el momento de enfrentarse a las grandes "paredes norte".
El término "pared norte”, para una persona no introducida en ambientes montañeros apenas significará nada, supondrá que será lo mismo una pared norte que una sur o cualquier otra, pero para los que conozcan un poco este estilo de vida, pared norte significa mucho más: significa una pared expuesta a los fríos vientos del norte; significa que cuando se produce un cambio de tiempo brusco y repentino ‑en los Alpes el denominado "fohen"‑, a menudo los alpinistas que se encuentran en ella ni siquiera se dan cuenta hasta que tienen el mal tiempo encima, ya que éste entra por la parte de atrás de la montaña; significa paredes de mayor longitud; significa paredes no solo de roca sino cubiertas en largos tramos por neveros permanentes; significa que debido a los cambios de temperatura se producen frecuentemente auténticos aludes de piedras, al margen de los de nieve que son moneda corriente; significa, en consecuencia, la dificultad extrema y continuada, pues aunque existen vías concretas en determinadas montañas que tienen una dificultad mucho mayor, no tienen la complejidad ni la longitud de estas paredes alpinas.
Estos retos atrajeron a estas montañas a multitud de alpinistas deseosos de demostrar a los que consideraban tales hazañas como "inútiles" que la escalada, además de tener la cualidad de poder mostrar a cada uno sus límites, era algo "vivo”, donde se fomentaba la estrecha unión del hombre y la naturaleza "amando el riesgo, pero despreciando el peligro» (2), donde de verdad se podía comprobar el grado de camaradería de unas personas unidas por un objetivo común y que alternativamente iban poniendo sus vidas en la mano segura de sus compañeros de cordada, donde cada cual podía, tal como nos explicaba extraordinariamente Maurice Herzog tener la "satisfacción de sentirse realizado". (3).
A veces, actos tan aparentemente banales sirven para muchas cosas, aunque no todas las personas puedan valorarlos adecuadamente, existiendo a lo largo del tiempo comentarios sobre los montañeros calificándolos desde "realizadores de actos inútiles” hasta de "enfermos mentales” (4). Al respecto viene a nuestra memoria un párrafo extraído del prólogo de un libro de Pérez de Tudela, en donde escribía: "... también es útil lo inútil, si es bello y hace Hombres" (5), mostrando de esa manera ‑no sólo con la escritura, sino con los hechos narrados en el libro ‑ que hasta una cosa aparentemente inútil puede ser enteramente positiva si por lo menos es bonita y además sirve para formar positivamente el carácter de las personas.
En esta época ‑década de los 30‑ que podíamos llamar de resurgimiento de una nueva mentalidad romántica se fueron superando todas las grandes paredes norte. Las tres últimas fueron conquistadas por cordadas alemanas: El Matterhorn o Cervino en 1931 por los hermanos Toni y Franz Schmidt, con la particularidad de que el camino desde Munich a Zermatt (320 km. ida y vuelta) lo hicieron en bicicleta; en 1935 las Grandes Jorasses, en el macizo del Mont Blanc fueron superadas por Peters y Maier y por último en 1938 la considerada como “el último gran problema de los Alpes" la pared norte del Eiger.
Puesto que el libro que a continuación transcribimos se refiere a esta última pared, vamos a detenemos en este punto para dar un somero repaso a la historia y circunstancias particulares de esta montaña.
El Eiger es un macizo de los Alpes suizos situado en la zona del Oberland bernés. La traducción del nombre alemán significa “ogro". Dejemos que sea Arthur Roth, un escritor especialista en esta pared, el que nos haga una breve introducción sobre el nombre en cuestión "...preciso es reconocer que el apelativo resultaba muy apropiado, ya que hasta entonces cuarenta grandes alpinistas habían hallado la muerte sólo en la pared norte. Esta cifra puede parecernos irrelevante si la comparamos con las 50 vidas que aproximadamente se cobra cada año el Mont Blanc. Pero debe tenerse en cuenta que en este cómputo se incluyen esquiadores, excursionistas, domingueros y alpinistas de desigual grado de competencia e ineptitud. El Eiger es una cumbre alpina que nada tiene que ver con las restantes. Nadie intenta trepar por su cara norte hasta que ha cimentado y demostrado sus condiciones para la escalada. Cabe afirmar, casi sin excepción, que aquellos muertos en el empeño de vencer la Eigernordwand (pared norte del Eiger) eran alpinistas muy por encima de la media entre los montañeros. Y no podía ser de otro modo, porque no existen travesías fáciles en el ascenso por la pared en cuestión. La Eigernordwand atrajo a la élite del alpinismo de alta montaña, y casi siempre perecieron los mejores de entre ellos". (6)
Tiene una altitud de 3.970 metros, lo que no es mucho comparado, por ejemplo, con los 8.848 metros del Everest. Sin embargo su dificultad viene dada, aparte de lo que describíamos con carácter genérico al hablar de las "paredes norte”, por el hecho de que desde el momento en que se inicia la escalada a la pared propiamente dicha hasta el final de la misma, existen 1.800 metros de desnivel que hay que ir cuidadosamente ascendiendo. 1.800 metros puede que al lector le parezcan mucho, casi dos kilómetros en vertical... pero intente pensar que en realidad, 1.800 metros serían si se subiese por un ascensor o montado en un avión, ahora rogamos al lector que se ponga en la situación de escalar la montaña, piense que por ella hay que subir en zig‑zag, buscando la ruta más adecuada, convirtiéndose los casi dos kilómetros en por lo menos el doble, (para poder hacerse una idea de las proporciones de la montaña, observe que en el mapa de la ruta que acompaña a la traducción del libro, el reseñado como el “segundo helero" mide unos 500 metros de longitud) de vez en cuando, aunque en el cielo luzca un espléndido sol, en la pared se estarán produciendo auténticos torrentes de agua de deshielo que tendremos que pasar entre medias de ellos calándonos hasta los huesos, que en algún otro momento nos sorprenderá una lluvia de piedras... unamos a ello el hecho de tener que utilizar una depurada técnica de escalada para superar los obstáculos más difíciles, el frío que tendremos que soportar tanto de día como sobre todo de noche ‑en esta pared, en pleno verano, han llegado a morir alpinistas sólo de frío ‑, el cansancio que se apodera de nosotros después de un día de exhausto trabajo unido a la deficiente alimentación y al desgaste progresivo de los vivacs colgados de la pared...
Reinhold Messner, el famoso escalador tirolés considerado como uno de los mejores alpinistas conocidos, escribió con posterioridad a su segunda ascensión por esta pared que "en lo tocante a los factores o condiciones de altura, verticalidad, dificultad técnica, peligros objetivos, combinación de escalada en terreno mixto de hielo, nieve y roca, una vez iniciada la ascensión, la Eigernordwand se contaba entre las tres paredes más difíciles del mundo, siendo las dos restantes la cara Rupal del Nanga Parbat y la pared sur del Aconcagua". (7).
No, decididamente los alpinistas que se aventuran a estos niveles no son alpinistas normales. Y no lo eran los que empezaron a plantarle cara a estas paredes.
Los escaladores que protagonizaron las escaladas a las que nos referimos recibían el nombre de "extremistas", o para ser más exactos el apodo despectivo de "Kletterfritzen” que se puede traducir como gateadores de roca. Eran en su mayoría alemanes, austríacos e italianos. (8).
La explicación a la nacionalidad de estos escaladores puede explicarse tan retorcidamente como uno quiera, pero lo cierto es que las condiciones que se daban en estos países, sobre todo en Alemania, eran las más favorables hacia los jóvenes que tenían interés en estas hazañas, interés fomentado por el estilo de vida que se propugnaba desde las esferas culturales de esas naciones.
No se puede dejar pasar por alto la premonición que supone el que precisamente los primeros conquistadores de la pared norte del Eiger fueran dos cordadas, una alemana, otra austríaca, que deciden juntarse a mitad de la pared para realizar la escalada conjuntamente. En ese mismo año de 1938 Alemania y Austria habían dejado de ser países separados para pasar a formar parte del Gran Reich Alemán.
Tal y como se muestra en el prefacio del libro, escrito por el Dr. Ley, la educación Nacionalsocialista en el sentido de fomentar las actividades relacionadas con la naturaleza era una cosa evidente y cuanto menos, en los Ordensburg ‑escuelas para mandos del Partido ‑ era una "asignatura” obligatoria. No es de extrañar pues, que como más adelante se menciona en el libro "el último gran problema de los Alpes, la Eigernordwand, debía en general, ser asunto de cordadas alemanas". En los intentos anteriores de conquistar la Eigernordwand murieron 6 alpinistas, todos alemanes; 2 en 1935 (Max Seldmayer y Karl Mehringer) y 4 en 1936 (Edi Rainer, Willy Angerer, Anderl Hinterstoisser y Toni Kurz), los dos últimos miembros de una Unidad de Montaña del Ejército. A estos hay que sumar la muerte en 1937 del escalador austríaco Bert Gollackner, fallecido cuando estaba realizando un reconocimiento para un posterior ataque de la Nordwand.
En uno de los capítulos del libro se dice: "Llegará el momento en que se reparará la muerte de tantos buenos camaradas”. Y la reparación se cumplió el día 24 de julio de 1938, a las 15'30 horas, cuando Heinrich Harrer, Anderl Heckmair, Ludwig Vörg y Fritz Kasparek alcanzaron la cumbre de la montaña. El último gran problema de los Alpes había quedado resuelto.
Notas
(1) "El alpinista, el verdadero alpinista, es un luchador contra sí mismo ‑luchar contra la montaña, es decir contra un montón de piedra y hielo sería estúpido ‑, es un hombre que aprende a autodominarse y a resolver situaciones críticas e inesperadas con enorme rapidez y serenidad, y es al mismo tiempo un poeta, un admirador incansable y apasionado de la estética de la alta montaña".
(1b) "Ser alpinista es una forma de ser; el alpinista no va a la montaña como una evasión de días festivos, para él la montaña es algo por lo que vale la pena vivir y soportar el trabajo de cada día. El alpinista es un ser que se revela contra la sociedad burguesa, cuya ley es la del mínimo esfuerzo y a la que repugna toda actividad que no reporte un tangible beneficio material; la sociedad lo considera como un pobre idealista que no aprecia demasiado la vida; la vida del burgués no, desde fuego. ¿Cómo va a comprender lo que hace? Se expone a innumerables peligros, privaciones, pasa frío, hambre y no le dan nada a cambio.
El alpinista, lo sepa él o no, es un firme aliado nuestro en la destrucción de la sociedad materialista".
Bartomeu Puiggros, "Les Muntanyes que vaig estimar”.
(2) Gaston Rebuffat, "Estrellas y borrascas”
(3) Maurice Herzog, "Anapurna, primer 8.000”
(4) John Murray, "Handbook for Travelers in Switzerland” (Guía para viajeros en Suiza)
(5) César Pérez de Tudela, "Al encuentro con la tierra"
(6) Arthur Roth, "Eiger, la pared Trágica"
(7) Nótese que se menciona la pared sur del Aconcagua, hay que tener en cuenta que en el Hemisferio Norte, las grandes paredes muestran sus lados más difíciles orientados al norte, mientras que en el Hemisferio Sur, como es el caso de la cordillera andina, las paredes que dan a ese lado son las más dificultosas.
Nosotros añadiríamos a esta lista la Pared Sur del Lhotse. Situada en el Himalaya, es uno de los 14 picos de más de 8.000 metros que existen en la tierra. Si al Eiger se le mencionó como el “último problema de los Alpes", la cara sur del Lhotse ha sido probablemente el último problema conocido hasta ahora en el montañismo moderno. Esta pared fue escalada por primera vez hace unos tres años por el alpinista Torno Cesen que lo hizo en estilo alpino (sin utilizar porteadores ni campamentos de altura) y en solitario. En estos momentos no tenemos constancia de que esta ascensión halla sido repetida por nadie.
(8) Arthur Roth, Obra citada.
Un sitio extraordinario. ¡Felicidades!
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