CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

miércoles, 12 de mayo de 2010

- LA GRAN SOLEDAD, por Domenico Rudatis

LA GRAN SOLEDAD

Domenico Rudatis
(La Torre, Società Editrice Il Falco)

El hombre teme todas las soledades, con un temor extraño y profundo del cual no sabe darse cuenta; pero a menudo encuentra también en la soledad algo inefable que lo fascina y que algunas veces, misteriosamente, lo exalta.
Todas las soledades poseen este poder sobre el alma humana, un poder mediante el cual la naturaleza se expresa del modo más significativo como entidad total, en tanto es lo que en cierto sentido podemos denominar y debemos reconocer como nuestra madre viviente y no como ese esqueleto al que la ciega ciencia miserablemente y en vano se esfuerza en reducirla, investigando la vida con el metro y la balanza, la conciencia con los diagramas, anunciando a los cuatro viento la creencia de haber realizado una conquista cuando ha medido un fragmento cualquiera de ese esqueleto espectral.
En el lenguaje de los significantes a través de los cuales se expresa la naturaleza, multiforme e única al mismo tiempo, puesto que en cada una de sus partes, quizá infinitesimales, todas tienden necesariamente a enlazarse y manifestarse en modos infinitos, naturaleza siempre viviente a través de invisibles potencias infinitas, la soledad encerrada en el círculo de los ilimitados horizontes marinos se convierte en un espejo en el cual se reflejan los pensamientos del espacio y del cielo; las ardientes y maravillosas extensiones de los desiertos nos ofrecen espejismos de presencias y de lejanías primordiales que reclaman y revelan orígenes y destinos y de la misma manera las llanuras inmensas, al igual que los deslumbrantes paisajes de nieve, de hielo, de roca, son soledades que hablan todas ellas con un lenguaje cósmico. Voces que tienen una esencia y una potencia externa, pero ante las cuales el hombre actual ha perdido toda capacidad de oír. Y, sin embargo, incluso aunque nos puedan comprenderse, dejan en las almas más fuertes y sensibles nostalgias, a pesar de todo horror, de todo peligro.
Existe una soledad en la que la naturaleza se expresa con sugestiones más claras y potentes que en cualquier otro espacio: la soledad de las cumbres.
Esta es esencialmente la Gran Soledad.
La soledad de las cumbres, preñada de significado en todo mito, está habitada por Dioses y, al mismo tiempo, poblada por hombres excepcionales, profetas y fundadores de religiones, que remontaron hacia lo divino, es decir, hacia la inspiración, la percepción y la preparación para evocar las fuerzas transcendentes del espíritu. El hombre de otras civilizaciones, ya desaparecidas, sabía siempre vivificar todas sus sensaciones alcanzando en el simbolismo de sus mitos y en los ritos de sus religiones, a crear vínculos íntimos con la naturaleza, a sentirla viva y operativa en su interior.
Hoy los mitos se han apagado en la anquilosada imaginación del hombre moderno, y los Dioses han muerto, porque ya nadie los siente. Las gentes de hoy den día ya no advierten ninguna verdadera intimidad, ninguna viva presencia en la naturaleza.
Quizá pronto el hombre no sabrá ni tan siquiera meditar sobre lo que es él mismo. Y entonces desaparecerá, solamente existirá un hormiguero al aire libre y un rebaño extraviado: y el tiempo aplastará la totalidad del hormiguero y el rebaño será presa de los lobos del futuro.
Enseñaba Buda a sus discípulos que la liberación, la meta suprema de alcanzar más allá de la vida y de la muerte, es el nirvâna. Pero el nirvâna era también el supremo misterio que la mente humana no podía concebir. Ansiosos de saber, sus discípulos preguntaron un día qué era lo que sobre la tierra tenía mayor semejanza con el nirvâna, y Buda respondió que aquello que sobre la tierra tenía mayor semejanza con el nirvâna era la alta montaña.
La cumbre de la montaña es el símbolo y la realidad de la montaña misma.
El silencio y la soledad de las cumbres son su lenguaje y su misterio.
Desde la cumbre de la alta montaña se descubre el mundo, se descubre que desde allí –dijo un poeta oriental– «todas las cosas son contempladas como desde su mismo Creador».
Se siente verdaderamente algo que precede y está por encima de la tierra del hombre.
Una realidad desnuda, desierta, violenta, un caos primordial y prodigioso.
La inmensidad saturada de silencio y de potencia.
La soledad y el vértigo de las cumbres exaltan en todo individuo las más oscuras profundidades de su ser, empujando hacia la luz de su conciencia sensaciones inefables. Es fermento del infinito. Actúa sobre todas las naturalezas, transforma a quien vive, y destruye a quien está por apagarse espiritualmente.
Los individuos pasivos, civilmente adiestrados para un mejor funcionamiento en el mecanismo social moderno, individuos cuyas necesidades de libertad se limitan a los vastos horizontes de gasas pintadas de los escenarios de los teatros, cuando se aproximan al mundo de las cumbres sienten una inquietud oscura, una sensación de pérdida, cuyo último sentido se les escapa.
El mundo se presenta ante ellos en su realidad más concreta y más potente y nada de todo aquello que constituye su existencia habitual, en el pensamiento y en la acción, se vincula en absoluto a esta realidad eterna y originaria. Toda la mentalidad de mundo de los negocios, la imponente armadura moderna, se destruye ante el primer contacto con la esencia inquebrantable de esta realidad, que nos habla con dureza, como barro seco arrojado contra la roca, con un inmediato y desconsolado sonido de cáscaras quebradas.
Temen los hombres, espantosamente temen, descubrir que los miles de apoyos que cotidianamente sostienen sus propias vidas se precipitan en el abismo de la inconsistencia, que el tan pomposo progreso no es más que una complicación caricaturesca de la ridícula y dolorosa pesadez de quien es obeso hasta la impotencia; y es este angustioso temor el secreto del vértigo que nos invade incluso sobre la cima más amplia e inquebrantablemente sólida.
No es únicamente vértigo físico sino un vértigo íntimo que arremete contra sus espíritus y los arrolla. Surge en ellos, en el interior que en el exterior, una necesidad de retroceder, de sostenerse, de retirarse, de reentrar en sus propias limitaciones. Se convierte para ellos en necesario el olvidar lo antes posible el haber dudado, haber temido; arraigarse más aún que antes, desesperadamente, a aquello que en la pesadilla de la cumbre, en el abismo, presintieron como algo en disolución.
Es el efecto destructivo de la soledad de las cumbres sobre los espíritus que están por apagarse.
Es la contracción que sucede a la última firmeza de aquello que ha dejado de vivir.
El poder de la soledad de las cumbres es tan grande que actúa no solamente sobre el individuo aislado sino también sobre los individuos como conjunto. Éstos, ante el vértigo que los sorprende, reaccionan excitándose entre sí, gritando y cantando. Pero tras los gritos el silencio vuelve a cernirse más grave y desconcertante.
Sin embargo, la cumbre al igual que hunde a quien desciende eleva a quien asciende.
Aquí, en la ascensión de quien afronta, entre constantes peligros de todo tipo, casi encarna el símbolo de un significado superior e interior. En la soledad intangible y silente de las cumbres se hace presente la promesa del Evangelio: «A quien es, le será dado». Puesto que le será dada ilimitadamente belleza, vida y potencia, como sea capaz de resistir y de conservar.
Formas y colores se visten de instantes de tal belleza que parecen dar a las cosas una expresión y una esencia definitiva para toda la eternidad. El horizonte parece vivir en el espacio y propagarse como una espiral galáctica en la inmensidad. Se siente el espacio mismo como si estuviese concentrado sobre la cima y se siente como si se expandiese en un ilimitado hálito oceánico que parece transportarnos junto a sí en la lejanía y la inmensidad. El silencio hace resonar en el alma las extasiantes melodías del infinito. Surge de lo profundo, como una grandeza reencontrada, el sentido de una realidad de vida superior todavía no presente, pero ya muy cercana, inminente.
La soledad de las cimas eleva en forma de rito, de plenitud, de símbolo.
Quien consiga estar poderosamente solo en la Gran Soledad, se sentirá también Uno y cuanto más se sienta Uno, más se reconocerá en el Todo.

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