CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

viernes, 4 de febrero de 2011

- ÉTICA DEL ALPINISMO















ÉTICA DEL ALPINISMO

Tratar acerca de la «ética del alpinismo» es al mismo tiempo fácil y difícil.

Fácil porqué se trata de una actividad que desde el punto de vista ideológico se nos presenta ligada fundamentalmente a la esencia del hombre.

Difícil porqué cuando se habla de factores que sobrepasan de la dimensión física, material, lógica, tropezamos con las clásicas sonrisitas de compasión que se dedican generalmente a los inferiores como podemos ver, por ejemplo, en parte de los representantes del llamado pensamiento intelectual, o simplemente del “practico” ciudadano común, en su forma de considerar a una persona que manifiesta de forma simple una fé genuina.

Es por ello que, antes de entrar a profundizar en mi exposición, es oportuno rebatir algunos estereótipos habituales en el mundo de la montaña y de la escalada.

A menudo se escuchan declaraciones como que: “La escalada y el alpinismo son actividades puramente físicas, por lo que no necesitan de la ética”. Esto equivale a decir que el hombre-alpinista es un ser completamente estúpido debido a que se expone voluntariamente a riesgo, esfuerzo, peligro, sufrimiento – por no hablar de la perdida de tiempo – sin obtener a cambio ninguna ventaja material.

Otro dicho habitual es que no tiene una finalidad ideológica: - “ el alpinismo es una acción puramente individualista. Por lo tanto cada uno lo puede practicar según su propia ética”.

Debemos prestar atención a que el alpinismo es una actividad totalmente personal y por lo tanto lo es también el método, o el lugar donde practicarlo. No sucede igual con la ética, a pesar que existan tantos modos diversos y lugares diferentes de practicarla.

En definitiva son muchos los que han dado una definición diferente a esta actividad, precisamente porque han prestado solo atención a la actividad en si misma, y no a su sentido ético, que precisamente como tal, y debido a ello, la sobrepasa en una dimensión superior. Corremos el riesgo al apelar al ideal de chocar contra el materialismo limitado, dado que no se dispone de una evidencia, precisamente porqué la ética pertenece a otra dimensión.

No obstante, en el caso que nos ocupa este ideal puede ser constatado gracias a los datos históricos que, sin suponer una evidencia, constituyen una prueba cierta de la existencia de esta ética, mucho antes del nacimiento del alpinismo que representa su moderna forma de concretización. De hecho la cima de las montaña están profundamente ligadas a la esencia del hombre, y desde los tiempos más remotos, la historia y la leyenda nos reconducen a ejemplos concretos.

Así las grandes Tradiciones hacen referencia al logro de la máxima sabiduría, incluso al estado de avatara, acudiendo a las cumbres de las montañas más elevadas para meditar e invocar la Divinidad: Arjuna sobre el Himalaya, Krishna sobre el Monte Meru, Buda sobre las más altas cimas del Nepál, Moisés sobre el Sinai, Zaratrustra sobre el Albordzdgi. Por no hablar de Milarepa cuya demora sobre las altas cimas ha sido documentada por concisas narraciones.

Más cerca en el tiempo, encontramos un ejemplo paralelo de dos pueblos antiguos, sin ningún tipo de contacto entre ellos por evidentes diferencias geográficas y temporales, que concuerdan en la asignación de sus divinidades con la cima de una montaña como sede: el Olimpo para los antiguos griegos, y el Walhalla para los rudos germanos.

Hasta este punto en mi investigación histórica aparece en una posición privilegiada la cima de las montañas, como base de meditación metafísica de avataras y grandes sabios – a los cuales la dimensión espiritual se les presenta al margen de tener como objetivo final alcanzar la cima.

Con el paso de los siglos, alejándonos del relato tradicional para entrar en el histórico, también de tipo material, se asume con mayor importancia el factor de la idea del subir, de la ascensión. El primer ejemplo de esta exigencia nos llega en el siglo VIII y IX en Japón, donde una escuela de monjes, los Yamabushi, solicitaban a sus adeptos la práctica del Shugen-do, o sea de la escalada en función de la catarsis. Sobre el significado de la misma volveré más adelante, en cuanto se nos vuelve a mostrar en la actualidad algunos elementos de la ética del alpinismo.

Casi seiscientos años mas tarde, se nos presenta el poema cósmico de Dante Alighieri que, entre otras cosas, determina clara y definitivamente, el símbolo de la montaña y de la ascensión a la cima. Montaña: el Monte del Purgatorio que es necesario subir para alcanzar la cumbre – Paraiso Terrestre – desde donde el hombre podrá contemplar la Divinidad y alcanzar el Cielo. Así pues Dante establece la función simbólica de la Montaña y de su ascensión, purificada por la travesia del infierno. Se trata por lo tanto de la primera, clara enunciación de la ética del alpinismo, sobre la que volveremos posteriormente explicando los principios característicos en nuestros días.

Pero antes de proceder en nuestra búsqueda, considero oportuno citar un elemento que demuestra la veracidad de la teoría de Alighieri, espejo de la verdad y no aborto de fantasía onírica por parte de un poeta exacerbado. Existía entonces, algunas décadas antes de Dante, un Sufi islámico, Moydin-Idn-Arabi que compuso un poema cuyo protagonista quería subir el Monte de la Salvación, pero se lo impiden tres fieras salvajes que le obligan a descender y atravesar el embudo del infierno; desde el cual vuelve a subir para posteriormente ascender al Monte de la Salvación, alcanzando el Paraíso Terrestre y desde aquí el Cielo.

La analogía y la similitud con la Divina Comedia es total, incluso en muchos otros detalles – Infierno, Purgatorio dividido en etapas-. La única diferencia, Mahoma en lugar de Virgilio. De las crónicas detalladas de su vida sabemos que Alighieri no tubo contacto directo o encuentros con la cultura islámica, por lo que este paralelismo entre Divina Comedia y la obra de Moydin-Ibn-Arabi confirma la exactitud metafísica de su expresión. A estas premisas ofrecidas de la historia debemos también – con anterioridad a Dante – recordar a los monjes estílitas con un hecho más tardio, pero todavía presente, de la erección de monasterios y santuarios en la cima de monte y pináculos – como los del Monte Athos, Meteora y Mistra.

Hasta aquí he querido enunciar algunos elementos acontecidos en la historia que justifican, sino lo demuestran totalmente, la existencia de la ética del alpinismo sin pretender que se trate de una exacta conexión, sino más bien como puntos de referencia y antelación.

Apoyado por estos antecedentes, podemos afrontar directamente el problema, siendo un deber afirmar que, debido el caracter eminentemente espiritual de la ética, resulte indispensable tratar dicho tema no como una simple motivación de tipo práctico, sino como la esencia misma del ser humano.

Sin querer filosofar demasiado, parece evidente incluso para la persona más profana, que el hombre está formado por espíritu y materia, la cual por desgracia, con el paso del tiempo, tiende siempre a ir cada vez a más en detrimento del idealismo.

Pero aunque a menudo sea reducida a un mero hobby, también subsiste la exigencia espiritual y continua manifestándose, fundamentalmente a través de expresiones como el arte y el pensamiento. Innata en la misma esencia del hombre nace la curiosa necesidad de afirmación, de lo que podríamos llamar, “las alturas”. Desde la infancia, manifestamos la tendencia a colocar el Bien en las alturas así como el Cielo, sea como morada de la Divinidad, o como sede del Paraíso – y no únicamente en las actuales religiones, sino también en todas las Tradiciones del presente y del pasado.

A esta exigencia espiritual debemos añadir una especie de instinto natural: Al llevar a un niño pequeño – es decir, a un ser humano todavía ingenuo y no contaminado, o no del todo – a un claro del bosque donde haya una gran roca: el niño no estará tranquilo hasta que no haya conseguido subirse encima del bloque de piedra. Llegados ha este punto podemos hacer una deducción. Sustituyamos el bloque de piedra por una montaña, y al niño en el hombre que se convertirá y obtendremos al alpinismo con todas sus motivaciones.

En nosotros existe de hecho un sentimiento natural que podemos definir como “necesidad de elevación”; elevación que la ética del alpinismo confirma con la búsqueda de la cumbre, la acción que permite la elevación completa de la persona.

Que el hombre esté formado de espíritu además que de materia lo constatamos en su propensión hacia el arte. En un mundo donde impera la necesidad de lucro, bienestar, poder, el ser humano continua requiriendo nutrirse de necesidades espirituales que generalmente sacía en el arte. Espectáculos, conciertos, lectura, son todas ellas actividades que no ofrecen ventajas de tipo práctico, según las leyes vigentes del utilitarismo, pero las manifestaciones artísticas tienen la característica de implicar únicamente el elemento espiritual del hombre, mientras que existe una actividad que ocupa la totalidad del ser, y es precisamente, el alpinismo, la ascensión.

En la ascensión, la parte espiritual arrastra en un primer momento a la parte física, mientras en un segundo tiempo puede suceder lo contrario, hasta alcanzar el equilibrio supremo en la cima. Puede parecer absurda tal atribución a una actividad que es considerada de la gran mayoría un mero ejercicio físico, un deporte. Sin embargo existen varias peculiaridades por las cuales se nos presenta evidente que el alpinismo alcance una dimensión diferente, superior.

La primera de esta característica que lo distinguen en un sentido positivo es principalmente el retorno a la naturaleza. No como una meta utópica según el romanticismo de Rousseau, sino sintiéndose parte de un mundo inusitado e inusual, que el hombre hace propio paulatinamente cuanto entra directamente en contacto al introducirse en la naturaleza, no solo mediante la percepción, sino viviendo como una criatura que ha retornado al estado original hasta el punto de formar nuevamente parte de ella, parte de esa misma naturaleza que, la así llamada civilización, daña, contamina y destruye cada día un poco más.

En la escalada, donde la concentración podría parecer que en un primer momento busca alejarse de la percepción del mundo que circunda, se sustituye por el extraño fenómeno de la compenetración con la pared, por lo que se entra a formar parte de la montaña y de la naturaleza.


El segundo elemento todavía más importante y característico es la concentración. Fenómeno generalmente negado al hombre occidental. Ahora bien, la ascensión y especialmente la escalada solicitan la total atención de la acción que se está desarrollando. Concentración total, absoluta. Una de las pocas actividades humanas – quizá la única pura, osea no ligada al uso de un medio o de un motor – que no admite distracciones, porque estas podrían resultar fatales.

La tercera característica por la que se distingue la escalada es aquella que más se aproxima a la ética, podríamos ya decir que la ética misma. Consiste en el hecho que la acción se lleva a cabo por el deseo de realizar la acción por si misma, no por motivos de utilitarismo. Escapa a la ley común por la cual todo esfuerzo, todo movimiento son realizados con la finalidad de obtener una ventaja a cambio, configurado naturalmente en el triple panteón de las actividades humanas: lucro, bienestar y poder.

El alpinismo, la ascensión, requiere esfuerzo, cansancio, sufrimiento, riesgo y peligro, especialmente si se trata de la escalada, por no hablar del uso del tiempo, bien precioso que es necesario medir y contar como si se tratase de una moneda de cambio. ¿Con que finalidad? Ni gloria ni publicidad, absolutamente ínfimas, incluso tratándose de los más grandes escaladores, si se comparan con cualquier futbolista de tercera división, o cualquier cantante de poca monta. Lo repito de nuevo, esfuerzo, peligro, días forzosamente arrancados a la cotidianidad, ¿por que motivo? por una extraña sensación que habitualmente definimos “sentimiento de la cumbre”.

Toda esta desproporción aparentemente absurda entre el empeño y su resultado, nos demuestra que el alpinismo no es una actividad gímnico-material, sino ética. O invirtiendo los términos, que la ética del alpinismo se basa profundamente en un factor idealista, hasta el punto de contribuir fuertemente a la realización de la condición espiritual del hombre, o sea a la búsqueda de la elevación. Y quizá sea su expresión más completa, porque contrariamente al arte que ocupa solamente la parte espiritual, el alpinismo solicita el compromiso de la totalidad del hombre: debido a que la elevación no es solo espiritual sino también física.

Y su resultado final, el “sentimiento de la cumbre”, precisamente dado su caracter irracional, indefinible e irrepetible, nos da la demostración de que el ser humano, ascendiendo por una pared y alcanzando la cima, toca una inusitada dimensión, superior a la normal. ¿“Busca la elevación” el escalador que clava un spit? ¿Cuantos entre los fieles, que entrando en una iglesia haciendose rapidamente la señal de la cruz, conocen el total significado de este gesto simbólico? La acción tiene valor por si misma, más allá de su comprensión. La ética del alpinismo tiene además ramificaciones secundarias, como la exploración, la pureza técnica, el retorno a la naturaleza. Esencialmente su principal validez corresponde a la búsqueda de la elevación,innata en el hombre, no siempro intuida por quien la practica.

Spiro Dalla Porta Xydias

No hay comentarios :

Publicar un comentario