
Como en toda actividad humana, siempre los que destacan son aquellos que logran empujar los límites o tienen ese grado de coraje y osadía para desdeñar los “no se puede”. Lionel Terray no escuchaba esas voces y prefirió intentarlo todo por amor a las montañas.
Nacido en Francia en 1921, se acerco a las montañas por el esquí, llegando a formar parte de la selección francesa de esquí alpino. Ya en la práctica de este deporte demostró que no estaba para seguir lo establecido, y descendió por vez primera la vertiente norte del Mont Blanc en 1960.
Sus ascensos a rutas altamente técnicas y comprometidas con precarios equipos de escalada, rudimentarios casi –pantalones de franela y piolets con mango de madera-, dejan un legado difícil de comparar. Un nómade que recorrió las montañas del mundo, buscando el método técnico que le permitiera ascender las rutas más exigentes.
Dos amigos lo acompañaron prácticamente toda su vida de escalador Gastón Rebuffat y Louis Lachenal. Con este útlimo Terray realizó los ascensos más importantes en las grandes vías de los Alpes, cuarta a la Walker (1946), primera repetición cara norte del Eiger (1947). Ya a esas alturas Terray estaba completamente compenetrado con la montaña y trabajaba como guía en Chamonix. Mal lo no le iba, su fama lo precedía y era altamente cotizado incluso a nivel mundial, varias de sus escaladas importantes las realizó en compañía de algunos de sus clientes.
El año 1950 se lanza a los Himalayas. Se integra a la expedición de Maurice Herzog al Annapurna, primer 8000 conquistado. Considerando que en esa época no existía ni la tecnología ni los mapas necesarios, la expedición se internó en terrenos desconocidos. La aventura se transformó finalmente en una aventura épica, soportando condiciones extremas que casi les cuesta la vida a varios de los integrantes del grupo. Finalmente lograron su objetivo y conquistaron el primer ochomil. Si bien Terray y Rebuffat no lograron la cumbre en esa oportunidad su ayuda fue fundamental para que lo lograran Herzog y Lachenal, y así se los reconoció Herzog, sin su ayuda y desprendimiento la cumbre no se habría logrado.
Ya habiendo conocido lo inexplorado hasta entonces, Terray se lanza a las grandes montañas, escalando por primera vez el Huantsan, el Nevado Pongos y el bello y altamente complejo Fitz Roy (en este hace cordada con Magnone). Vuelve a los Himalayas para conquistar el Makalu (con Couzy) el año 1955. Regreso a los Andes a escalar “el pico imposible” la cara oeste del Chacraraju, el Taulliraju, el Nevado Verónica.
El Himalaya lo llama de vuelta, esta vez a un sietemil: el Monte Jannu, que más allá de su altitud inferior a la de las montañas vecinas, sus rutas son extremadamente difíciles, tanto así que Terray no lo logra en su primer intento, obligado a volver por una segunda oportunidad. El “León Durmiente”, significó para Terray su pico como montañista, en cuanto al grado de dificultad que le había tocado enfrentar nunca.
Su último gran desafío estuvo en Alaska, el Monte Huntington. Un año más tarde las montañas decidieron abrazar para siempre a este pionero. Fallece escalando en Vercors a los 44 años.
Su legado quedó impreso en el libro “Conquistadores de lo Inútil” -un libro completamente recomendable incluso para aquellos que no son montañeros-, “viejo y cansado, encontraré la paz entre los animales y las flores, seré el simple pastor que añoraba ser en mis sueños de niño”. Un escalador que sintió el impulso de subir, hacia lo inexplorado, a lo desconocido y amenazante, pero que para él era su casa y lugar natural las montañas.
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