
Resultó para mí una grata sorpresa el enterarme por el propio Juanjo Rodríguez que éste proyectaba para el verano del 2005 un viaje al Cáucaso dispuesto a emprender la ascensión del Elbrus, ese fenomenal hito que se yergue delimitando la frontera entre Europa y Asia. En su interesante artículo aparecido posteriormente en Tierra y pueblo (nº 10. octubre-2005) nos relataba amenamente su aventura caucasiana y logros alpinísticos. Su lectura me iba trayendo a la memoria mis andanzas por aquellas mismas altitudes fronterizas en los confines de Europa dos décadas antes de que lo hiciera Juanjo (cuestión que decide la diferencia de edad). Para este número dedicado al Montañismo he querido desempolvar mis escritos de otros tiempos sobre aquella modesta “expedición” al Cáucaso, en la que participé, y remozarlos a fin de poderle ofrecer hoy mi experiencia de antaño a la camaradería montañera de nuestra Asociación.
* * *
Próxima estaba la Navidad de 1983 cuando, volviendo los asiduos compañeros de emprender la ascensión invernal del Tubkal (la máxima altitud del Alto Atlas marroquí, con 4.163 metros), íbamos ya planeando todavía por tierras africanas otra nueva ascensión: el Elbrus, la cumbre más alta de nuestra geografía europea. Montaña legendaria que fuera protagonista durante la última contienda mundial de un logro alpinístico-militar germano en el que, curiosamente, participaba también un español, el primer hispano en coronar tal cima. Cumbre mitológica denominada en la antigüedad Mingi-Tau (montaña blanca), evocada ex profeso en el mito olímpico. Y no menos en la tradición mosaica, pues se asegura que el Arca de Noé recaló primero en el Elbrus antes de quedar definitivamente varada en el Ararat. En fin, cordillera caucasiana con sus cumbres y valles que fuera narrada con admirable talento por el Nobel nórdico Knut Hamsum –tan próximo a nosotros- en su obra “En el país de los cuentos” tras su viaje por aquellos territorios de ensueño. Nos enteramos de que los rusos organizaban para el mes de julio de 1984 un campamento internacional de montaña al pie del macizo del Elbrus (el“International Mountainnering Camp Caucasus”), en la región de Kabardino-Balkaria. Conectamos con la agencia soviética en Madrid Inturist y nos inscribimos. Tras un meticuloso estudio del plan, cuidadosa selección del material, superación de trámites burocráticos (visados, etc.) y un adecuado entrenamiento de meses, nos preparamos para participar en el mencionado campamento de montañismo, admitidos en calidad de “invitados de la Unión Soviética” (invitados siempre que corriésemos nosotros con nuestros propios gastos, ¡y en dólares!). Fue así como una delegación alpinista española, integrada por los montañeros alicantinos C. Caballero y G. Cifuentes, y por quien estas líneas escribe, constituyendo la expedición ligera PROMETEO-84, a la que se unen en la capital del reino dos alpinistas madrileños, parte hacia el Cáucaso –vía Viena-Moscú- con la finalidad descrita de tomar parte en esta actividad patrocinada por la Federación de Montañismo de la URSS. Tras dos días de permanencia en Moscú (en un hotel exclusivamente para deportistas al que los rusos de a pie no tenían acceso), emprendimos vuelo hacia nuestro destino aterrizando seis horas más tarde en Mineralnye Vody (nombre que hace alusión al agua mineral), la capital de Kabardino-Balkaria. Tras varias horas de autobús llegamos a nuestro “campamento”: un hotel para actividades de montaña en el valle Baksan (a 2.200 metros de altitud), rodeados de altas cumbres de nieves perpetuas y bosques de coníferas. Previa aclimatación, a la que fuimos sometidos concienzudamente por parte de los expertos guías rusos, conseguimos en primer lugar escalar el Chantu-Gan, de 4.000 metros, cuya aproximación se logra remontando un glaciar. Para tal ascensión fueron imprescindibles tanto el piolet como los crampones (algo menos la cuerda). Días más tarde emprendemos el primer intento a la cumbre máxima caucasiana. La aproximación en esta ocasión la hacemos aprovechando dos teleféricos que nos dejan en una modesta estación de esquí a dos horas de marcha del impresionante refugio Priut 11, construido a 4.100 metros de altitud. En el refugio comemos y cenamos. Descansamos unas horas esa noche y nos levantamos a las tres de la madrugada. Tras calzarnos los crampones en el pasillo de salida, ajustarnos los frontales y empuñar el piolet, salimos por la puerta de atrás (elevada sobre el nivel exterior) manteniendo el equilibrio sobre una tabla que hacía de puente librando la ‘trinchera’ de hielo que se forma entre la pared del refugio y las rocas más próximas frente a nosotros. Así emprendemos la marcha hacia la cumbre, serpenteando el grupo como un reptil luminoso por el destello de nuestras linternas. Más arriba, el frío es intenso y la ventisca terrible; como quiera que ésta nos levanta en peso, desequilibrándonos, al cabo de unas horas de ascensión todo el grupo de alpinistas con sus guías pendientes de cada cordada, regresa al refugio. Tras dos intentos más en fechas posteriores, conseguimos por fin ascender al Elbrus (macizo con dos cumbres casi gemelas). Sobre la placa fijada en el monolito de su cumbre oeste, ceñirían Caballero y Germán una cinta con los colores nacionales españoles. Entre otras actividades efectuadas con vistas al entrenamiento previo a las ascensiones de mayor envergadura, habíamos llevado a cabo algunas marchas de aproximación: una al sugestivo valle de Ader-Su, cerrado a su otro extremo por los hielos del Ullu-Tau y del Cheguet-Tau, y otra al impresionante glaciar del Schkelda, además de una ascensión a una cumbre de 3.500 metros denominada Pequeño Donguz-Orun. Observo que algunos términos de la toponimia caucasiana coinciden con el vasco. El día 12 de julio los alpinistas madrileños Fermín y Javier, junto con los alicantinos, efectúan una salida para intentar escalar el España Libre, de 4.200 m, para lo cual se hacía preciso superar su famosa pared de hielo de unos doscientos metros (imposible merced a una tormenta con aparato eléctrico, a la niebla y copiosa lluvia). Al tiempo decido por mi parte participar en una travesía de alta montaña de cuatro días de duración que cruzaría el Cáucaso a lo ancho hasta la región georgiana, en la vertiente sur. Serían en esta ocasión mis compañeros de travesía, además de los dos guías rusos -Víctor y otro más-, unos jóvenes eslovacos de ambos sexos, un matrimonio de alpinistas japoneses, un par de húngaros y una rusa. Fueron cuatro largos e inolvidables días vividos minuto a minuto, intensamente, en la inmensidad del Cáucaso, bien descendiendo por duros senderos a sus abismos, donde discurren encajonados en profundos cañones caudalosos afluentes del Kura, o trepando hasta los hielos de sus más altos collados. Cuatro días desde el alba al anochecer sometido por las circunstancias lingüísticas al voto de silencio entre aquellos montañeros del Este (y los japoneses) que miraban con curiosidad a un español con el que, además, no podían conversar; ni yo tenía la más mínima idea de checo, y menos de japonés o de ruso, ni ellos de castellano. Sólo la media docena de vocablos tudescos que me entendían húngaros y eslovacos y otras cuatro palabras de ruso que me relacionaban con los guías (todos en el grupo se defendían en inglés, menos yo, y casi todos conocían el alemán. Y es que, sin saber la lengua de Shakespeare, no se puede andar suelto por el mundo. De poco me servían allí mis rudimentarios conocimientos de francés): -“Davai, tovarisch!”. - “Chai, ispanski?” -“Da, spasibo”. - Nachzevaetsia ta gorá?” -"Nachzevaetsia Ushba". - “Hier essen jetzt?” –“Ja, ja, essen”. -“Tee oder milch, Kamerad?” –“Ich, Tee mit milch, bitte”. - “Diese Berg ist schöne!” –“Fürwahr, ist wundervoll!” - “Heute abend lagern Lassen in diese Wald?” –“Ja, unser Zelt hier, Jose”. Y así, entre parrafada y parrafada macarrónica pronunciadas de muy tarde en tarde, se atravesaba un glaciar, se ascendía a un collado o nos sumergíamos en espesos bosques, vadeando decenas de peligrosos torrentes en los que nadie tendía una cuerda y en los que quiso Dios que ninguno resbalase llevándoselo los rápidos. De esta suerte, cargados con nuestras pesadas mochilas, colgados ahora los piolets o los bastones de esquí, llegamos finalmente a la localidad de Svanetia, habitada por un tipo europeoide más o menos moreno, cuya escritura me pareció que se asemejaba más al alifato que al cirílico, sin pertenecer quizá a ninguno de ambos caracteres. Los geógrafos árabes de la Edad Media denominaban al Cáucaso “la montaña de las lenguas”. Altas y pétreas torres defensivas ‘unifamiliares’ de estilo medieval salpican su valle, presidido por el majestuoso Ushba, de 4.710 metros, siempre a la vista (Me informo de que la región cuenta con la segunda cumbre más alta del Cáucaso: el Skhara, de 5.201 metros). Por demás, viejas iglesias ortodoxas atestiguan el credo que allí otrora se practicase. Cuenta Martha Matamoros que los svanes conocieron por primera vez la rueda en 1937 (¡en plena Guerra Civil española!), cuando los ingenieros soviéticos tendieron una carretera por el antiguo sendero del Inguri1. Tras acampar dos noches en zonas boscosas de coníferas, hayas y robles, emprendimos el regreso hacia el campamento base sorprendiéndonos a la tarde una lluvia torrencial acompañada de viento. Esto hace que nos calemos hasta los huesos pese a los chubasqueros y demás prendas impermeables. Recuerdo que durante el trayecto a pie en tan húmedas condiciones me pasé cerca de una hora cantando bajo la lluvia, entre otras del repertorio “Guarda tus penas en el fondo del morral”, aunque ninguna pena me embargaba en tales momentos, recibiendo aquella manta de agua como ofrenda caída del cielo, y ya que no podía conversar con la compaña entonaba mis viejas canciones montañeras de Juventudes mientras atravesábamos aquel paraíso natural que era todo un legado de los dioses. Mis compañeros españoles, al reconocerme a lo lejos en el camino, al otro lado del amplio calvero donde se alza el hotel, salieron a recibirme efusivamente y con grandes aspavientos. Prácticamente fueron ellos los que ya en nuestra habitación me introdujeron en un baño de agua muy caliente pero reconfortante. Lo necesitaba. La denominación que tuvimos a bien darle a esta expedición –“Prometeo-84”-, llevaba en sí un significado mítico-alegórico. En la mitología olímpica este titán, Prometeo, roba a los dioses el fuego (es decir, la luz, el entendimiento) para llevárselo a los hombres. Zeus le castiga y Prometeo es encadenado al Elbrus, con sus brazos ceñidos a cada una de sus dos cumbres. Todos los días un águila le corroe las entrañas, que vuelven a regenerarse. Es toda una concepción la que encierra dicho mito: Prometeo enfrentado a los poderes que utilizan el arma de la ignorancia para encadenar a la humanidad. Siendo occidentalistas a ultranza los componentes del grupo levantino, y conscientes de que la base de nuestra civilización es netamente olímpica, “prometeica” (la herencia helénica en nuestra cultura), se quiso honrar así esta actividad montañera con el nombre de dicho titán, hermano de Atlas. Al mismo tiempo, había un gran interés por visitar la región caucásica de Georgia, designada por algunos expertos como cuna del hombre más tarde denominado “indoeuropeo”. Lugar en que los eruditos sitúan la primitiva y original Iberia (consúltense atlas históricos), de donde se piensa partieron directamente los vascos, y de donde creían los clásicos griegos procedentes a las poblaciones que en nuestro territorio ocuparon una ancha franja mediterránea comprendida entre el sur de Marsella y Mastia (Cartagena), adentrándose ampliamente en la península. De ahí que se les diese el nombre de iberos a los autóctonos, dando más tarde dicho término denominación a toda la Península2. En fin, una modesta expedición con una meta deportiva a la par que portadora de una curiosidad étnica e histórico-cultural. No podemos ocultar que hubo en alguno de nosotros cierta intencionalidad particularmente ‘caucasocentrista’. La “Primera” española al Elbrus es llevada a cabo en el verano de 1942 por Guillermo Merz Ballester, del Centro Excursionista de Cataluña, quien lo consigue encuadrado en las unidades alpinas de la Wehrmacht en duras refriegas que cada roca del Elbrus recuerda todavía hoy al visitante en su recorrido3. Y en el verano de 1968 es escalado por el amigo Félix Méndez, Pérez de Tudela, Agustín Faus y otros españoles que les acompañaban. Esta “primera” murciana y “primera” alicantina al Elbrus tuvimos a bien ofrecérselas entonces a todos aquellos camaradas que practican la noble actividad del montañismo, y a toda la afición del alpinismo levantino, con sus clubes y centros excursionistas. Como rezaba la tarjeta que remití a la prensa murciana desde el Cáucaso (comentada en las páginas de un diario), y como acredita la correspondiente documentación fotográfica en nuestro poder, sendas banderitas –la española y la murciana con las siete coronas y el corazón- fueron enarboladas en la cruz del piolet sobre el Cáucaso teniendo de fondo las blancas cumbres del Elbrus. Esta experiencia nos sirvió igualmente para estrechar fuertes lazos de amistad entre montañeros españoles y magníficos alpinistas de la Europa del Este: rusos, eslovacos, húngaros, polacos, veteranos del Everest y hasta japoneses, que componían el Caucasus-84. Esto me dio ocasión en el acto de clausura del campamento, al hablar en nombre de la delegación española y tener a Tania como intérprete, de brindar al término de mi intervención por la unidad europea y por la hermandad de todos los pueblos de nuestro viejo continente, lo que me granjeó los aplausos y abrazos de la inmensa mayoría de los presentes, hasta de unos cosacos ataviados de lo mismo que, sentados entre nosotros, no hacían más que pasarse la bota de vino de los madrileños cargada de buen tinto hispánico, una vez que aprendieron el truco de beber a cañete. Todo aquello fue quedando en el recuerdo. Tania, nuestra acompañante oficial (montañera también, a la que le propusimos ‘subversivamente’ que se viniese con nosotros a España) y Valeri, nuestro inseparable guía -un ingeniero ruso de Siberia-, fueron como unos hermanos que perdimos tras el Telón de Acero y que nos despedirían con nostalgia. Qué diferencia con los guías franceses que conociéramos un año atrás, a lo largo de nuestra ascensión al Mont-Blanc o en otros lugares comunes alpinos. Allí, en el Cáucaso, reinaba la camaradería entre guías y alpinistas, y no el espíritu mercantilista de “cliente - contratado”, con el “allé, allé” de las prisas. Han pasado más de veinticinco años, la Unión Soviética estaba a punto de desmoronarse y escribí en aquel entonces para la revista de Barcelona (tan montañera como europeísta, y tan wagneriana como políticamente incorrecta) cosas que, con la perspectiva actual, pierden hoy su significado. En fin, aquellos detalles que entonces eran sintomáticos y que aquí reproduzco: “Las impresiones que nos trajimos los montañeros españoles fueron, en primer lugar, que el Cáucaso es grandioso y bello, paraíso de cumbres, de roca y hielo, de glaciares impresionantes, de inmensos y frondosos bosques de abetos, hayas y robles, de flora selvática y muy abundante en sus múltiples variedades, de ruidosos y caudalosos torrentes surgiendo a cada paso, y de rica fauna. Delicia para los aficionados a las excursiones de Alta Montaña, a la escalada extrema, al esquí estival o invernal. Y segundo, que el ruso es un pueblo maravilloso muy similar al español –ya lo advertía Gobineau-, conviviendo en Rusia dos talantes, el de las gentes sencillas que lo que quieren es vivir en paz y que “pasan” mucho de muchas cosas, y el de las autoridades político-militares soviéticas (la nomenklatura) en pugna con USA, abstraídas por completo en mantener su zona de influencia, su “Pacto” y su potencial bélico frente al otro coloso. Algo sintomático logramos captar en el ambiente ruso; entre otros signos reveladores, un detalle significativo y curioso pudo ser observado hasta en la mismísima Plaza Roja de Moscú, al pie del Kremlin: las propias juventudes del Konsomol4 llevadas a hacer cola ante el mausoleo de Lenin, calzaban en cantidad zapatos “Adidas”, pantalones vaqueros, bolsas de costado de la “Coca-Cola” y, bajo sus blancos gorros cuarteleros y pañoletas rojas, aparecían ataviados muchos de ellos con multicolores camisetas deportivas cargadas de motivos alegóricos a las barras y estrellas yanquis (artículos que en la URSS no se pueden adquirir en el mercado). ¿Qué busca la juventud rusa con esa tendencia a todo lo que procediese del bloque occidental? Hay algo que sí está claro que busca allí todo el mundo: ¡el dólar! Quienes fuéramos a Rusia y al Cáucaso, entre otras cosas, a escuchar la buena música popular eslava, la canción folklórica rusa –“Los bateleros del Volga”, “Katiuska”, “Noches de Moscú”, “Kalinka”, las tonadas cosacas, los coros del Ejército ruso, los cantos caucasianos…- sólo escuchamos los más ruidosos y estridentes Rock y Pop “occidentales”. Elvis Presley, Michael Jackson, Rod Stewart, los Rolling Stone, los Beatles, Miguel Bosé, Ramoncín y hasta Julio Iglesias (en otro estilo), son casi más populares entre la juventud rusa (y aquella que conocimos en el Cáucaso) que entre la occidental. Una discoteca o un pub en Occidente es un lugar a donde van los jóvenes a divertirse; en la Unión Soviética es como un templo al que acudir con auténtica veneración para escuchar aquella música y danzar al son de sus ritmos decadentes. Triste para algunos de los españoles que contemplamos aquel espectáculo, para cualquier entusiasta de las tradiciones populares y ancestrales europeas entre las que las rusas ocupan un buen lugar por su profunda espiritualidad. Y no es que en esta época de tecnología avanzada y vuelos espaciales pretendiese nadie encontrar en el país de los soviets al ciudadano ruso tocando la balalaika con expresión bucólica apoyado en su isba, pero… En conclusión, que en los últimos tiempos se ha podido apreciar en la eterna Rusia un cierto desmadre de cara al Sistema que, a la larga, augura cambio. Esta fue al menos la impresión de un observador de ocasión que permaneció un mes en la URSS.” Creo que acerté en el presagio. La caída del Régimen aconteció unos años después. Volvamos al Cáucaso: La región del Cáucaso tiene gran trascendencia histórica y cultural. La habita un conglomerado de antiquísimos pueblos, influenciados por múltiples invasiones. Según los expertos existe parentesco entre las lenguas originarias de aquellas tierras y el euskera. Europa hace frontera con Asia en Los Urales y en el Cáucaso. Esta última cordillera situada entre el Mar Negro y el Caspio, tiene una extensión similar a la de los Alpes centroeuropeos (1.200 km2), con una altitud media mil metros más elevada. En el Cáucaso ocho montañas alcanzan los cinco mil metros y 165 sobrepasan los cuatro mil. El Cáucaso se asemeja en muchos aspectos a los Pirineos. Constituye, al igual que éstos, una estrecha cadena entre dos grandes mares. Esta cordillera fronteriza con Asia tiene 1.2oo km de longitud y de 100 a 200 km de anchura. Como otras muchas montañas punteras, el Elbrus es un volcán, pero extinguido, de origen cenozoico, el cual supera en 442 metros a la segunda montaña más alta de la cadena, aunque el Kasbek (5.047 m) parece ser la segunda cumbre más representativa de la cordillera caucasiana. El Elbrus (su punta occidental, que es la cota más alta del Cáucaso, como hemos apuntado) se conquistó en 1874.
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Próxima estaba la Navidad de 1983 cuando, volviendo los asiduos compañeros de emprender la ascensión invernal del Tubkal (la máxima altitud del Alto Atlas marroquí, con 4.163 metros), íbamos ya planeando todavía por tierras africanas otra nueva ascensión: el Elbrus, la cumbre más alta de nuestra geografía europea. Montaña legendaria que fuera protagonista durante la última contienda mundial de un logro alpinístico-militar germano en el que, curiosamente, participaba también un español, el primer hispano en coronar tal cima. Cumbre mitológica denominada en la antigüedad Mingi-Tau (montaña blanca), evocada ex profeso en el mito olímpico. Y no menos en la tradición mosaica, pues se asegura que el Arca de Noé recaló primero en el Elbrus antes de quedar definitivamente varada en el Ararat. En fin, cordillera caucasiana con sus cumbres y valles que fuera narrada con admirable talento por el Nobel nórdico Knut Hamsum –tan próximo a nosotros- en su obra “En el país de los cuentos” tras su viaje por aquellos territorios de ensueño. Nos enteramos de que los rusos organizaban para el mes de julio de 1984 un campamento internacional de montaña al pie del macizo del Elbrus (el“International Mountainnering Camp Caucasus”), en la región de Kabardino-Balkaria. Conectamos con la agencia soviética en Madrid Inturist y nos inscribimos. Tras un meticuloso estudio del plan, cuidadosa selección del material, superación de trámites burocráticos (visados, etc.) y un adecuado entrenamiento de meses, nos preparamos para participar en el mencionado campamento de montañismo, admitidos en calidad de “invitados de la Unión Soviética” (invitados siempre que corriésemos nosotros con nuestros propios gastos, ¡y en dólares!). Fue así como una delegación alpinista española, integrada por los montañeros alicantinos C. Caballero y G. Cifuentes, y por quien estas líneas escribe, constituyendo la expedición ligera PROMETEO-84, a la que se unen en la capital del reino dos alpinistas madrileños, parte hacia el Cáucaso –vía Viena-Moscú- con la finalidad descrita de tomar parte en esta actividad patrocinada por la Federación de Montañismo de la URSS. Tras dos días de permanencia en Moscú (en un hotel exclusivamente para deportistas al que los rusos de a pie no tenían acceso), emprendimos vuelo hacia nuestro destino aterrizando seis horas más tarde en Mineralnye Vody (nombre que hace alusión al agua mineral), la capital de Kabardino-Balkaria. Tras varias horas de autobús llegamos a nuestro “campamento”: un hotel para actividades de montaña en el valle Baksan (a 2.200 metros de altitud), rodeados de altas cumbres de nieves perpetuas y bosques de coníferas. Previa aclimatación, a la que fuimos sometidos concienzudamente por parte de los expertos guías rusos, conseguimos en primer lugar escalar el Chantu-Gan, de 4.000 metros, cuya aproximación se logra remontando un glaciar. Para tal ascensión fueron imprescindibles tanto el piolet como los crampones (algo menos la cuerda). Días más tarde emprendemos el primer intento a la cumbre máxima caucasiana. La aproximación en esta ocasión la hacemos aprovechando dos teleféricos que nos dejan en una modesta estación de esquí a dos horas de marcha del impresionante refugio Priut 11, construido a 4.100 metros de altitud. En el refugio comemos y cenamos. Descansamos unas horas esa noche y nos levantamos a las tres de la madrugada. Tras calzarnos los crampones en el pasillo de salida, ajustarnos los frontales y empuñar el piolet, salimos por la puerta de atrás (elevada sobre el nivel exterior) manteniendo el equilibrio sobre una tabla que hacía de puente librando la ‘trinchera’ de hielo que se forma entre la pared del refugio y las rocas más próximas frente a nosotros. Así emprendemos la marcha hacia la cumbre, serpenteando el grupo como un reptil luminoso por el destello de nuestras linternas. Más arriba, el frío es intenso y la ventisca terrible; como quiera que ésta nos levanta en peso, desequilibrándonos, al cabo de unas horas de ascensión todo el grupo de alpinistas con sus guías pendientes de cada cordada, regresa al refugio. Tras dos intentos más en fechas posteriores, conseguimos por fin ascender al Elbrus (macizo con dos cumbres casi gemelas). Sobre la placa fijada en el monolito de su cumbre oeste, ceñirían Caballero y Germán una cinta con los colores nacionales españoles. Entre otras actividades efectuadas con vistas al entrenamiento previo a las ascensiones de mayor envergadura, habíamos llevado a cabo algunas marchas de aproximación: una al sugestivo valle de Ader-Su, cerrado a su otro extremo por los hielos del Ullu-Tau y del Cheguet-Tau, y otra al impresionante glaciar del Schkelda, además de una ascensión a una cumbre de 3.500 metros denominada Pequeño Donguz-Orun. Observo que algunos términos de la toponimia caucasiana coinciden con el vasco. El día 12 de julio los alpinistas madrileños Fermín y Javier, junto con los alicantinos, efectúan una salida para intentar escalar el España Libre, de 4.200 m, para lo cual se hacía preciso superar su famosa pared de hielo de unos doscientos metros (imposible merced a una tormenta con aparato eléctrico, a la niebla y copiosa lluvia). Al tiempo decido por mi parte participar en una travesía de alta montaña de cuatro días de duración que cruzaría el Cáucaso a lo ancho hasta la región georgiana, en la vertiente sur. Serían en esta ocasión mis compañeros de travesía, además de los dos guías rusos -Víctor y otro más-, unos jóvenes eslovacos de ambos sexos, un matrimonio de alpinistas japoneses, un par de húngaros y una rusa. Fueron cuatro largos e inolvidables días vividos minuto a minuto, intensamente, en la inmensidad del Cáucaso, bien descendiendo por duros senderos a sus abismos, donde discurren encajonados en profundos cañones caudalosos afluentes del Kura, o trepando hasta los hielos de sus más altos collados. Cuatro días desde el alba al anochecer sometido por las circunstancias lingüísticas al voto de silencio entre aquellos montañeros del Este (y los japoneses) que miraban con curiosidad a un español con el que, además, no podían conversar; ni yo tenía la más mínima idea de checo, y menos de japonés o de ruso, ni ellos de castellano. Sólo la media docena de vocablos tudescos que me entendían húngaros y eslovacos y otras cuatro palabras de ruso que me relacionaban con los guías (todos en el grupo se defendían en inglés, menos yo, y casi todos conocían el alemán. Y es que, sin saber la lengua de Shakespeare, no se puede andar suelto por el mundo. De poco me servían allí mis rudimentarios conocimientos de francés): -“Davai, tovarisch!”. - “Chai, ispanski?” -“Da, spasibo”. - Nachzevaetsia ta gorá?” -"Nachzevaetsia Ushba". - “Hier essen jetzt?” –“Ja, ja, essen”. -“Tee oder milch, Kamerad?” –“Ich, Tee mit milch, bitte”. - “Diese Berg ist schöne!” –“Fürwahr, ist wundervoll!” - “Heute abend lagern Lassen in diese Wald?” –“Ja, unser Zelt hier, Jose”. Y así, entre parrafada y parrafada macarrónica pronunciadas de muy tarde en tarde, se atravesaba un glaciar, se ascendía a un collado o nos sumergíamos en espesos bosques, vadeando decenas de peligrosos torrentes en los que nadie tendía una cuerda y en los que quiso Dios que ninguno resbalase llevándoselo los rápidos. De esta suerte, cargados con nuestras pesadas mochilas, colgados ahora los piolets o los bastones de esquí, llegamos finalmente a la localidad de Svanetia, habitada por un tipo europeoide más o menos moreno, cuya escritura me pareció que se asemejaba más al alifato que al cirílico, sin pertenecer quizá a ninguno de ambos caracteres. Los geógrafos árabes de la Edad Media denominaban al Cáucaso “la montaña de las lenguas”. Altas y pétreas torres defensivas ‘unifamiliares’ de estilo medieval salpican su valle, presidido por el majestuoso Ushba, de 4.710 metros, siempre a la vista (Me informo de que la región cuenta con la segunda cumbre más alta del Cáucaso: el Skhara, de 5.201 metros). Por demás, viejas iglesias ortodoxas atestiguan el credo que allí otrora se practicase. Cuenta Martha Matamoros que los svanes conocieron por primera vez la rueda en 1937 (¡en plena Guerra Civil española!), cuando los ingenieros soviéticos tendieron una carretera por el antiguo sendero del Inguri1. Tras acampar dos noches en zonas boscosas de coníferas, hayas y robles, emprendimos el regreso hacia el campamento base sorprendiéndonos a la tarde una lluvia torrencial acompañada de viento. Esto hace que nos calemos hasta los huesos pese a los chubasqueros y demás prendas impermeables. Recuerdo que durante el trayecto a pie en tan húmedas condiciones me pasé cerca de una hora cantando bajo la lluvia, entre otras del repertorio “Guarda tus penas en el fondo del morral”, aunque ninguna pena me embargaba en tales momentos, recibiendo aquella manta de agua como ofrenda caída del cielo, y ya que no podía conversar con la compaña entonaba mis viejas canciones montañeras de Juventudes mientras atravesábamos aquel paraíso natural que era todo un legado de los dioses. Mis compañeros españoles, al reconocerme a lo lejos en el camino, al otro lado del amplio calvero donde se alza el hotel, salieron a recibirme efusivamente y con grandes aspavientos. Prácticamente fueron ellos los que ya en nuestra habitación me introdujeron en un baño de agua muy caliente pero reconfortante. Lo necesitaba. La denominación que tuvimos a bien darle a esta expedición –“Prometeo-84”-, llevaba en sí un significado mítico-alegórico. En la mitología olímpica este titán, Prometeo, roba a los dioses el fuego (es decir, la luz, el entendimiento) para llevárselo a los hombres. Zeus le castiga y Prometeo es encadenado al Elbrus, con sus brazos ceñidos a cada una de sus dos cumbres. Todos los días un águila le corroe las entrañas, que vuelven a regenerarse. Es toda una concepción la que encierra dicho mito: Prometeo enfrentado a los poderes que utilizan el arma de la ignorancia para encadenar a la humanidad. Siendo occidentalistas a ultranza los componentes del grupo levantino, y conscientes de que la base de nuestra civilización es netamente olímpica, “prometeica” (la herencia helénica en nuestra cultura), se quiso honrar así esta actividad montañera con el nombre de dicho titán, hermano de Atlas. Al mismo tiempo, había un gran interés por visitar la región caucásica de Georgia, designada por algunos expertos como cuna del hombre más tarde denominado “indoeuropeo”. Lugar en que los eruditos sitúan la primitiva y original Iberia (consúltense atlas históricos), de donde se piensa partieron directamente los vascos, y de donde creían los clásicos griegos procedentes a las poblaciones que en nuestro territorio ocuparon una ancha franja mediterránea comprendida entre el sur de Marsella y Mastia (Cartagena), adentrándose ampliamente en la península. De ahí que se les diese el nombre de iberos a los autóctonos, dando más tarde dicho término denominación a toda la Península2. En fin, una modesta expedición con una meta deportiva a la par que portadora de una curiosidad étnica e histórico-cultural. No podemos ocultar que hubo en alguno de nosotros cierta intencionalidad particularmente ‘caucasocentrista’. La “Primera” española al Elbrus es llevada a cabo en el verano de 1942 por Guillermo Merz Ballester, del Centro Excursionista de Cataluña, quien lo consigue encuadrado en las unidades alpinas de la Wehrmacht en duras refriegas que cada roca del Elbrus recuerda todavía hoy al visitante en su recorrido3. Y en el verano de 1968 es escalado por el amigo Félix Méndez, Pérez de Tudela, Agustín Faus y otros españoles que les acompañaban. Esta “primera” murciana y “primera” alicantina al Elbrus tuvimos a bien ofrecérselas entonces a todos aquellos camaradas que practican la noble actividad del montañismo, y a toda la afición del alpinismo levantino, con sus clubes y centros excursionistas. Como rezaba la tarjeta que remití a la prensa murciana desde el Cáucaso (comentada en las páginas de un diario), y como acredita la correspondiente documentación fotográfica en nuestro poder, sendas banderitas –la española y la murciana con las siete coronas y el corazón- fueron enarboladas en la cruz del piolet sobre el Cáucaso teniendo de fondo las blancas cumbres del Elbrus. Esta experiencia nos sirvió igualmente para estrechar fuertes lazos de amistad entre montañeros españoles y magníficos alpinistas de la Europa del Este: rusos, eslovacos, húngaros, polacos, veteranos del Everest y hasta japoneses, que componían el Caucasus-84. Esto me dio ocasión en el acto de clausura del campamento, al hablar en nombre de la delegación española y tener a Tania como intérprete, de brindar al término de mi intervención por la unidad europea y por la hermandad de todos los pueblos de nuestro viejo continente, lo que me granjeó los aplausos y abrazos de la inmensa mayoría de los presentes, hasta de unos cosacos ataviados de lo mismo que, sentados entre nosotros, no hacían más que pasarse la bota de vino de los madrileños cargada de buen tinto hispánico, una vez que aprendieron el truco de beber a cañete. Todo aquello fue quedando en el recuerdo. Tania, nuestra acompañante oficial (montañera también, a la que le propusimos ‘subversivamente’ que se viniese con nosotros a España) y Valeri, nuestro inseparable guía -un ingeniero ruso de Siberia-, fueron como unos hermanos que perdimos tras el Telón de Acero y que nos despedirían con nostalgia. Qué diferencia con los guías franceses que conociéramos un año atrás, a lo largo de nuestra ascensión al Mont-Blanc o en otros lugares comunes alpinos. Allí, en el Cáucaso, reinaba la camaradería entre guías y alpinistas, y no el espíritu mercantilista de “cliente - contratado”, con el “allé, allé” de las prisas. Han pasado más de veinticinco años, la Unión Soviética estaba a punto de desmoronarse y escribí en aquel entonces para la revista de Barcelona (tan montañera como europeísta, y tan wagneriana como políticamente incorrecta) cosas que, con la perspectiva actual, pierden hoy su significado. En fin, aquellos detalles que entonces eran sintomáticos y que aquí reproduzco: “Las impresiones que nos trajimos los montañeros españoles fueron, en primer lugar, que el Cáucaso es grandioso y bello, paraíso de cumbres, de roca y hielo, de glaciares impresionantes, de inmensos y frondosos bosques de abetos, hayas y robles, de flora selvática y muy abundante en sus múltiples variedades, de ruidosos y caudalosos torrentes surgiendo a cada paso, y de rica fauna. Delicia para los aficionados a las excursiones de Alta Montaña, a la escalada extrema, al esquí estival o invernal. Y segundo, que el ruso es un pueblo maravilloso muy similar al español –ya lo advertía Gobineau-, conviviendo en Rusia dos talantes, el de las gentes sencillas que lo que quieren es vivir en paz y que “pasan” mucho de muchas cosas, y el de las autoridades político-militares soviéticas (la nomenklatura) en pugna con USA, abstraídas por completo en mantener su zona de influencia, su “Pacto” y su potencial bélico frente al otro coloso. Algo sintomático logramos captar en el ambiente ruso; entre otros signos reveladores, un detalle significativo y curioso pudo ser observado hasta en la mismísima Plaza Roja de Moscú, al pie del Kremlin: las propias juventudes del Konsomol4 llevadas a hacer cola ante el mausoleo de Lenin, calzaban en cantidad zapatos “Adidas”, pantalones vaqueros, bolsas de costado de la “Coca-Cola” y, bajo sus blancos gorros cuarteleros y pañoletas rojas, aparecían ataviados muchos de ellos con multicolores camisetas deportivas cargadas de motivos alegóricos a las barras y estrellas yanquis (artículos que en la URSS no se pueden adquirir en el mercado). ¿Qué busca la juventud rusa con esa tendencia a todo lo que procediese del bloque occidental? Hay algo que sí está claro que busca allí todo el mundo: ¡el dólar! Quienes fuéramos a Rusia y al Cáucaso, entre otras cosas, a escuchar la buena música popular eslava, la canción folklórica rusa –“Los bateleros del Volga”, “Katiuska”, “Noches de Moscú”, “Kalinka”, las tonadas cosacas, los coros del Ejército ruso, los cantos caucasianos…- sólo escuchamos los más ruidosos y estridentes Rock y Pop “occidentales”. Elvis Presley, Michael Jackson, Rod Stewart, los Rolling Stone, los Beatles, Miguel Bosé, Ramoncín y hasta Julio Iglesias (en otro estilo), son casi más populares entre la juventud rusa (y aquella que conocimos en el Cáucaso) que entre la occidental. Una discoteca o un pub en Occidente es un lugar a donde van los jóvenes a divertirse; en la Unión Soviética es como un templo al que acudir con auténtica veneración para escuchar aquella música y danzar al son de sus ritmos decadentes. Triste para algunos de los españoles que contemplamos aquel espectáculo, para cualquier entusiasta de las tradiciones populares y ancestrales europeas entre las que las rusas ocupan un buen lugar por su profunda espiritualidad. Y no es que en esta época de tecnología avanzada y vuelos espaciales pretendiese nadie encontrar en el país de los soviets al ciudadano ruso tocando la balalaika con expresión bucólica apoyado en su isba, pero… En conclusión, que en los últimos tiempos se ha podido apreciar en la eterna Rusia un cierto desmadre de cara al Sistema que, a la larga, augura cambio. Esta fue al menos la impresión de un observador de ocasión que permaneció un mes en la URSS.” Creo que acerté en el presagio. La caída del Régimen aconteció unos años después. Volvamos al Cáucaso: La región del Cáucaso tiene gran trascendencia histórica y cultural. La habita un conglomerado de antiquísimos pueblos, influenciados por múltiples invasiones. Según los expertos existe parentesco entre las lenguas originarias de aquellas tierras y el euskera. Europa hace frontera con Asia en Los Urales y en el Cáucaso. Esta última cordillera situada entre el Mar Negro y el Caspio, tiene una extensión similar a la de los Alpes centroeuropeos (1.200 km2), con una altitud media mil metros más elevada. En el Cáucaso ocho montañas alcanzan los cinco mil metros y 165 sobrepasan los cuatro mil. El Cáucaso se asemeja en muchos aspectos a los Pirineos. Constituye, al igual que éstos, una estrecha cadena entre dos grandes mares. Esta cordillera fronteriza con Asia tiene 1.2oo km de longitud y de 100 a 200 km de anchura. Como otras muchas montañas punteras, el Elbrus es un volcán, pero extinguido, de origen cenozoico, el cual supera en 442 metros a la segunda montaña más alta de la cadena, aunque el Kasbek (5.047 m) parece ser la segunda cumbre más representativa de la cordillera caucasiana. El Elbrus (su punta occidental, que es la cota más alta del Cáucaso, como hemos apuntado) se conquistó en 1874.
José Mª Hernansáez Dios
Notas.
1.Revista Bohemia. 20-IX-2006. (Cuba).
2.Estrabón es uno de los clásicos que hacen referencia a los iberos caucásicos: “Podemos hablar de cosas referentes a los que habitan la región del Kaukasos, los iberos.” (Geografía II, 5, 12). 3.Subiendo con Tania al refugio Priot 11 –a 1.500 metros de la cima-, me comentaba ésta que el verano anterior un grupo de antiguos Gebirgsjäger de la Wehrmacht, protagonistas en 1942 de la conquista del Cáucaso y de la famosa ascensión al Elbrus, habían vuelto a esta montaña a conmemorar el 40 aniversario de su gesta militar y alpinista. Monolitos, placas metálicas en las rocas y hasta un museo cerca de la estación del funicular jalonan un tramo de la ascensión, lo que encontrará a su paso el montañero que pretenda coronar la cima; todo consagrado a los combates entre soldados soviéticos y tropas alpinas germanas por el dominio del Elbrus.
4.Konsomol o “pioneros”, versión comunista de los Boy Scouts.
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