CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

jueves, 1 de septiembre de 2011

- LUIS AMADEO DE SABOYA, UN AVENTURERO Y EXPLORADOR DE SANGRE REAL

LUIS AMADEO DE SABOYA, UN AVENTURERO Y EXPLORADOR DE SANGRE REAL
Por Álvaro Sebastián

Sólo los agónicos estertores de la locomotora de vapor anunciando la inminencia de la partida aportaban un poco de calor a la despedida que tenía lugar en la estación madrileña de Mediodía el gélido amanecer del 12 de febrero de 1873. Apenas un puñado de personas había acudido a despedir para siempre a un rey de España. Amadeo de Saboya-Aosta, Amadeo I, partía hacia Lisboa dos días después de haber abdicado de la corona que había ceñido en 1871 a petición de las Cortes españolas. Con él viajaban la reina María Victoria y sus tres hijos. El más pequeño había nacido tan sólo 14 días antes en el Palacio Real de Madrid, para alegría del rey, que veía en ese nacimiento una oportunidad de consolidación de la dinastía con un infante español a todos los efectos. Pero Luis Amadeo José María Fernando Francisco de Saboya-Aosta, duque de los Abruzzos, no pasaría a la historia por ser miembro de la realeza, sino por convertirse en uno de los más grandes aventureros del siglo XX.
Luis Amadeo de Saboya-Aosta era el hijo más pequeño de Amadeo I, rey de España. Había nacido en el Palacio Real de Madrid tan sólo 14 días antes de que, el 12 de febrero de 1873, partiese hacía su exilio. Dos días antes, su padre, el rey, había abdicado de la Corona a petición de las Cortes españolas.
Aquel amargo viaje al exilio, entre tormentas de nieve y con su madre postrada en cama a causa de los primeros síntomas de la tisis que la llevaría a la tumba pocos años después, era el primero en la vida de Luis Amadeo de Saboya. Inauguraba así una existencia en la que el viaje a la búsqueda de lo desconocido, asumiendo los riesgos innegables que ello conlleva y la pasión por conocer —en definitiva, el espíritu aventurero—, serían el verdadero motor que la impulsase hasta su mismo final, en 1933.

Luis Amadeo conoce a Mummery

A los 16 años, ya estaba embarcado como guardiamarina en el buque escuela de la Armada italiana. En una de las escalas llegó hasta la India, desde donde se acercó a Darjeeling. Allí pudo ver, en la lejanía, la inmensa mole de hielo del Kangchenjunga (con sus 8.598 metros, fue tenida durante un tiempo por la cota más alta del mundo), que le fascinó y despertó su interés por las altas montañas.
A su regreso a Italia inició su actividad montañera con cumbres fáciles, aunque altas, de la cadena alpina, como el Grand Paradiso y el Mont Blanc. Pero tan sólo dos años después, en 1894, el joven Luis de Saboya ya estaba en condiciones de sumarse a la revolución que estaba encabezando el alpinista británico Albert Frederick Mummery. Escala en Chamonix unas agujas graníticas consideradas imposibles hasta no hacía mucho tiempo: el Petit Dru y el Crepon. Luego, de la mano del propio Mummery, escala el Cervino por la arista Zmutt, su ruta más difícil y que había sido abierta por éste muy poco antes.
La impresión que produjo en el ánimo de Luis Amadeo el revolucionario alpinista británico, considerado el padre del alpinismo moderno, debió ser enorme. Lo cierto es que, desde entonces, la vida del joven duque de los Abruzzos va a precipitarse en busca de un camino que cada vez ansía con más claridad recorrer. Para ello, Luis de Saboya dispone ya de una formación científica y técnica importante. A esa formación, que le capacita no sólo para organizar y dirigir las empresas, sino también para dar respuestas a problemas que se presenten de improviso, o sea, para la aventura, suma su gran conocimiento del medio donde se van a desarrollar sus actividades: el mar y la montaña.

Rumbo al Polo Norte geográfico

Una epidemia de peste en Cachemira hace que Luis Amadeo cambie de súbito el objetivo de su primera expedición importante. En vez de dirigirse al Nanga Parbat, en el Himalaya, donde había muerto su amigo Mummery poco antes, se encaminó al monte San Elías, en Alaska, en 1897. Además de realizar la primera escalada de esa peligrosa montaña de más de 5.000 metros, aquella naturaleza salvaje en las orillas del mundo ártico despertó en él la pasión por las regiones heladas de la Tierra.
Animado por el éxito y la eficacia del equipo que había formado, en el que ya se encuentran algunos de los pilares fundamentales del futuro equipo del duque —el guía Giuseppe Petigax, el alpinista Humberto Cagni, el fotógrafo Vittorio Sella y el médico Filippo de Filippi, historiador de las empresas de Luis de Saboya—, se plantea un objetivo más ambicioso: el Polo Norte geográfico. En 1900, un grupo de cuatro expedicionarios, que él no pudo liderar, pues había perdido dos falanges de la mano izquierda por congelación, alcanzó los 86º 34' Norte, el punto más cercano al Polo Norte que ningún ser humano había pisado. Sin embargo, la expedición regresó triste a Italia por la pérdida de tres compañeros, desaparecidos en el hielo junto a sus perros.

Hacia las cumbres del Ruwenzori

El espíritu inquieto y febril de Luis Amadeo se fijó después en uno de los retos más apasionantes en los principios del siglo XX. En esa época, la geografía del interior de África tenía grandes lagunas, y, en especial, el misterio rodeaba a sus ríos y montañas. En este último apartado, el mayor reto lo constituía el macizo del Ruwenzori, hacia el cual se habían lanzado algunos de los más importantes exploradores. En las míticas Montañas de la Luna, que ya mencionara el gran geógrafo griego Ptolomeo, una vez más el duque de los Abruzzos, con su trabajo callado y eficaz, va a ser quien diga la última palabra.
En abril de 1906 se embarcaba la expedición hacia el Ruwenzori. El África más profunda va a impresionar a Luis Amadeo de Saboya. La visión de aquellos parajes africanos de ensueño le hizo escribir: «Era una de esas raras horas inolvidables, en las cuales parece que nuestro ánimo se funde con la esencia de las cosas; cuando, en el desvanecerse de la conciencia personal, oscuramente nos sentimos participar infinitesimalmente del alma inmensa de la naturaleza: partícipes del infinito por un átomo.»
La expedición, que duró cinco meses, fue un completo y rotundo éxito desde todos los puntos de vista. Lograron escalar las dos puntas principales del Ruwenzori que superan los 5.000 metros. Además, ascendieron a las cumbres más importantes del macizo, entre ellas más de trece cimas de más de 4.500 metros. Cuando terminaron, el Ruwenzori había dejado de ser un misterio; se había cartografiado enteramente el macizo, que recibiría nombres tan mediterráneos como Yolanda, Margarita, Elena, Saboya o Alejandra. Pero Luis Amadeo no se sentía colmado, a pesar del reconocimiento internacional que le proporcionó su expedición africana. Tenía, en sus propias palabras, una «vieja cuenta pendiente», y, en ese momento de su vida, ya se encontraba preparado para saldarla.

En el macizo del Karakorum

En otra muestra más de su excepcional visión para elegir los retos más fascinantes de su época, Luis de Saboya se dirigió hacia las más bellas montañas de la Tierra: el macizo del Karakorum. Y, nuevamente, la expedición fue un ejemplo de eficacia, esfuerzo y audacia. Y, otra vez, Luis de Saboya colocará el listón más alto que ningún otro. En este caso, de forma literal, porque la altura a la que ascendió en el Chogolisa, por encima de los 7.500 metros, fue, durante muchos años, la máxima altitud conseguida por ningún ser humano. Pero, además, su exploración del sistema central, el más elevado del macizo, es tenida todavía hoy día como un ejemplo que contribuyó decisivamente al conocimiento de uno de los lugares montañosos más bellos y agrestes del mundo; así se abrían las puertas de un nuevo y extraordinario terreno de juego a todos los alpinistas del mundo. Reconoció las diferentes vertientes del K2y fue el primero en descubrir la futura ruta de ascensión de la segunda montaña más alta de la Tierra. Además, fue capaz de llevar a cabo el primer intento de ascenso de ese escarpado espolón que desde entonces lleva su nombre, el Espolón de los Abruzzos.

De la Armada a colonizador agrícola en Somalia

Su vida de explorador daría un giro radical impuesto por la fuerza de los acontecimientos históricos que se vivían en Europa. Como contralmirante, participó, al mando de fuerzas navales, en la Primera Guerra Mundial, teniendo una actuación muy destacada en la arriesgada evacuación de más de 100.000 serbios que estaban a punto de ser aniquilados. Tras la contienda, su país entraba en un nuevo periodo agitado, quizá como ningún otro desde entonces, que acabaría con el ascenso del fascismo de Mussolini y, a la larga, provocaría el mayor desastre de la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial, que ya no llegaría a ver.
A Luis Amadeo le cabe el honor de haber sido el primero en descubrir la futura ruta de ascensión al K2, la segunda montaña más alta de la Tierra.
Dejó la Armada y comenzó a pensar en un innovador proyecto agrícola en Somalia, entonces en parte bajo el colonialismo italiano. Durante casi diez años, el duque se dedicará a poner en marcha su idea, abriendo canales, levantando edificios, tendiendo vías de ferrocarril y fundando más de 16 pueblos, que vivían gracias al cultivo de 14.000 hectáreas de terreno que producían azúcar, aceite y algodón. Esos años los compartió con una bella princesa somalí. Pero su espíritu de aventuras no podía verse satisfecho.

Su última aventura

Cuando ya tenía 50 años, decidió buscar las fuentes del río Uabi-Uebi-Scebeli, posiblemente porque ésta era una de las pocas aventuras que no había acometido. A primeros de octubre de 1928, el duque se ponía en marcha en la que iba a ser su última expedición aventurera.
Durante 100 días, el grupo, con Luis Amadeo a la cabeza, se adentro en Etiopía remontando 1.400 kilómetros del río, estudiando y tomando notas del terreno y recogiendo muestras de rocas, plantas y agua del río. Ésa fue la última aventura del Luis Amadeo de Saboya, duque de los Abruzzos. Los primeros zarpazos del cáncer comenzaron a golpearle en 1929. A pesar de ello, sus últimos cuatro años de vida fueron de una actividad intelectual muy intensa, escribiendo y dando conferencias. Cuando sintió que su fin estaba cercano, se despidió de sus amigos en Italia y, haciendo caso omiso de los que le recomendaban que se quedase en un hospital para aliviarle el dolor, regresó a África.
El 18 de marzo de 1933 moría en Somalia Luis de Saboya, duque de los Abruzzos. Bajo una sencilla lápida en la que sólo se puede leer «Luis de Saboya» yace un hombre que fue definido como: «...un alpinista, marino, explorador, geógrafo; en realidad, fue insuperable en todos estos campos, pero fue sobre todo un científico, un sabio atento y meticuloso, un buscador insaciable, un organizador paciente y tenaz, un magnífico realizador de sus esfuerzos y de sus fatigas».

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