CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

sábado, 17 de marzo de 2012

- VILLALVA EZCAY. EL IDEALISTA DE LAS CUMBRES

VILLALVA EZCAY
EL IDEALISTA DE LAS CUMBRES
ALPINISMO, AYER Y HOY (Jorge Mota)




Hemos citado reiteradamente a Bonatti ya que sus libros están llenos de relatos pero también de ideas, de opiniones y de actitudes. Hay otros numerosos montañeros que también podría citar pero cuyas argumentaciones no son tan claras. Ahí tenemos a Terray o al entrañable Rebuffat, pero éste último, cuyos libros son una delicia, era una persona afable, generosa, incapaz de pelearse con nadie, pero menos amigo de reflexionar sobre los conceptos. Me produjo una gran tristeza cuando visitando su tumba en Chamonix la encontré sin flores y descuidada, Rebuffat tenía mil amigos y resulta penoso ver el descuido de su última morada.
Para no olvidar a ninguno de los excelentes montañeros del pasado, ni tampoco a los malos presentes, al final incluiré una bibliografía brevemente comentada, para facilitar las lecturas a posibles interesados.
En todo caso entre todos los autores de textos sobre escalada, alpinismo y alta montaña, destaca por encima de ellos, nuestro entrañable José María Villalva Ezcay (1915-1984). No fue, como otros citados, un escalador de renombre, pero fue un escalador y un idealista de las cumbres. El texto que ahora reproducimos nos levantará el ánimo: “El Hombre y La Roca, he aquí a los actores del drama; la Cuerda y los Hierros: he aquí las armas... y os hablé finalmente yo de las energías psíquicas y morales que ponen en movimiento este conjunto que, sin ellas, sería sólo una ciega máquina, inerme ante la pared eterna, siempre a punto, siempre bien armada, siempre hermosa y cruel. Cuatro son los puntos de apoyo del escalador: dos manos y dos pies. Tres han de estar inmóviles mientras el restante se mueve en busca de una nueva presa más arriba. Cuatro han de ser también las cualidades imprescindibles del hombre en la montaña -los cuatro apoyos morales-, y puede hacerse abstracción momentánea de una de ellas, pero es vital mantener las otras tres en acción.
Estas cualidades son: vocación, humildad, valor y espiritualidad... el malogrado amigo y pionero de la escalada catalana que fue Ernesto Mallafré, decía en 1946, prologando su libro “Escalada”...”sólo es un verdadero escalador aquel comenzó siendo EXCURSIONISTA y evolucionó poco a poco hacia la escalada; éste es el que consigue verdaderas victorias en el montañismo. Aquel que comienza al revés, por la escalada, y carece de los conocimientos generales e indispensables Y DE LA MORAL del excursionista, no pasará nunca de ser un mediocre escalador, aunque se trague verdaderas montañas de tratados y libros técnicos”. Poco queda por decir después de estas admirables líneas de aquel gran amigo, escritas hace ya diecisiete años, poco antes de que hallase la muerte del montañero, arrastrado por un alud en el alto Pallars la noche de fin de año de 1946.
Su puritanismo -que comparto- querría que el escalador fuese a manera de un San Jorge, perfecto y puro de alma y cuerpo, en dedicación absoluta.
Hablemos ahora de la humildad: con sólo nombrarla he excluido automáticamento del diálogo con la roca a aquella nefasta cosa que se conoce por temeridad o imprudencia, hijas ambas del orgullo; el hombre humilde sabe que en una lucha con la montaña es siempre ella la victoriosa. El temerario -que sería prudente sino fuese también ignorante- se cree también un superhombre, y ello le convierte en vocinglero, engreído y orgulloso hasta que degenera en gladiador de feria. De ello me viene a la memoria un pensamiento de Franklin: “El hombre débil teme la muerte, el desgraciado la llama, el temerario la provoca y el hombre sensato la espera”. Cuando en mis caminos por Montserrat, Sant Llorenç o Sots del Bach me encuentro en cualquier sendero a un mozo curtido y silencioso, que no enseña cuerdas ni clavija alguna, ocultas en el fondo de su repleta mochila, y que responde a mi “Adéu siau” con otro, conciso y cortés, me digo que he visto a un verdadero escalador, hermano ideal, porque seguramente profesa también este amor que sentimos, y sigo mi rumbo pensando que quizás él haya pensado lo mismo de mí, y ello me enorgullece.
Pero cuando encuentro, sea en Trinitats, en el Portell Estret o en Agulles-Refugio, a ciertos ejemplares de juventud vestida de colorines llamativos, ruidosa y evidentemente inexperta para la lid, siento cierto miedo de ir a rescatarlos algún día en situación difícil o colgados a secar a manera de longanizas.
...He aquí el punto más delicado de nuestra conversación: el valor...Esta persona que te escribe tiene la sinceridad de confesar que es cobarde, pero ha pasado miedo tantas veces en su vida -especialmente durante cierto período de tres bélicos años- que ha llegado a acostumbrarse un poco e incluso a disimularlo bastante bien.
Este entrenamiento personal, el habernos sentido muchas, muchas veces cobardes, indecisos, aterrados; el haber maldecido cientos de veces la hora en que tocamos cuerda por primera vez... para volver a escalar al día siguiente como si no tuviésemos memoria, nos autoriza a decir que a todos nos pasa lo mismo, pues todos somos humanos.
Y ya clasificados todos en las filas del miedo, diremos que el coraje del hombre valeroso consiste, no en la falta de miedo; -pues no habría mérito alguno- sino en la voluntad de dominarlo, teniéndolo. Hacemos estas consideraciones porque estamos seguros de que más de un escalador y montañero excelentes se han malogrado retornándose a sus lares por creerse cobarde, y no apreciar que los demás lo eran también pero lo disimulaban.
...La espiritualidad: con respecto a ella te diré, con plena convicción, que las otras tres cualidades -al menos así lo entiendo personalmente- no son otra cosa que una premisa, una preparación para ésta.
La espiritualidad en un montañero, particularmente en un escalador de nuestra tierra, es algo que sublimiza su amor al suelo que le vio nacer, la tierra donde vive y en la que reposará para siempre; su amor a un suelo que, perdiendo la horizontalidad, se levanta y verticaliza haciéndose pared escalable no hollada por otras manos y pies que las de los elegidos, y camino hacia las alturas vecinas de cielo infinito y azul.
¿Comprendes entonces, amigo, un escalador blasfemo, ebrio, pendenciero o grosero? Si es que existen sólo son comparables a los merodeadores que esperaban la noche y el fin del combate para deslizarse entre los caballeros caídos, forrados de acero, y recorrer el campo de batalla despojando a los caídos de su espada y su valiosa armadura...” “Quisiera amigos, que lo que he dicho, si pudiera haber ofendido a cualquier vocación equivocada o poco desarrollada, haya servido en cambio para purificar otras, mostrando el verdaderamente único camino al escalador y montañero puro, tal como lo entiende esta persona. Sencillamente como una manera de ser, de amar a una tierra natal, de elevar la mirada a los cielos, no sólo en busca material de la lluvia que crea el alimento corporal, sino del azul celeste que es pan para el alma; seamos montañeros como debe ser, plenamente, encarnizadamente, con todo el corazón y con todo el espíritu...
Nosotros vivimos en la montaña aventuras de verdad, las únicas que están a nuestro alcance en esta época de sopas concentradas, de histerismos colectivos por ritmos negroides, de vulgaridad y materialismo; de esta época, en fin, en la que las patatas han ganado la guerra contra las rosas...
En la montaña se sublimiza la amistad, nace el heroísmo y el montañero se convierte en asceta y monje”.

Al leer los textos tanto de Villalba Ezcay como de Bartomeu Puiggros, o todavía más el mío proprio, puede haber un “sabio” que diga que ninguno de nosotros, especialmente yo, no tenemos autoridad para hablar de manera tan dogmática de la montaña. A este respecto diré, como comenta a veces un buen amigo mío, que yo no sé hacer un arroz pero se cuanto está bueno. No es necesario estar en la élite del alpinismo para poder opinar sobre él, como no es preciso ser jugador de primera división para hablar y opinar de fútbol y lo mismo en cualquier otro tema. Josep María Villalva Ezcay ha caído en el olvido. Como escalador no tiene “primeras” en su curriculum. Se limitaba a escalar por placer y dentro de sus posibilidades técnicas, pero en cambio en 1963 se le concedió la Medalla de Plata al Mérito Montañero de la Federación Española de Montañismo, y ello no por su especial relevancia como escalador sino por su gran dimensión como hombre, lo que le llevó a ser directivo local de los Grupos de Socorro de Montaña y a escribir en todas las publicaciones montañeras de su tiempo, especialmente en la revista “Cordada”. Los textos reproducidos están sacados de su libro “Balada de las montañas” que es para mí el mejor libro sobre montaña escrito y editado en España. Lamentablemente poco antes de morir estaba preparando una nueva recopilación de artículos aparecidos desde 1967, fecha de la edición de “Balada de las montañas”, es decir, más de 15 años, con lo cual el número de artículos sería considerable. Falleció sin concluir su obra y sus herederos, con los que me he puesto en contacto para intentar conseguir por lo menos una copia de los textos, no han mostrado el más mínimo interés en intentar acabar ese segundo esperado libro. Puede decir con toda sinceridad, que la pérdida de esos originales y de esa recopilación lo considero una auténtica tragedia para el montañismo catalán y español.

BALADA DE LAS MONTAÑAS

AL MONTAÑERO AUSENTE ( (In memoriam Bartolomé Puiggros)

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