CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

sábado, 9 de junio de 2012

- LOS DIOSES DE LA MONTAÑA, I EL CULTO A LOS MONTES EN LA ANTIGÜEDAD

LOS DIOSES DE LA MONTAÑA,
I EL CULTO A LOS MONTES EN LA ANTIGÜEDAD





Por María de los Angeles Penas Truque
(Mitología y mitos de la Hispania prerromana, Volume 2, por José Carlos Bermejo Barrera)






Introducción

La adoración procesada a divinidades o seres mitológicos, a los que se atribuye una montaña como lugar de residencia, constituye un hecho claramente atestiguado tanto en la Historia de las Religiones, en general, como en el campo más concreto de los rituales y creencias religiosas de la Antigüedad. El Próximo Oriente, Grecia y Roma nos proporcionan abundantes testimonios de la existencia de cultos de este tipo dentro de sus ámbitos culturales respectivos, y si centramos nuestra mirada en aquellas culturas consideradas por los autores greco-latinos como bárbaras, podremos aprecias de nuevo la existencia de cultos de este tipo entre los celtas y los germanos, pueblos en los que centraremos posteriormente nuestro interés con el fin de llevar a cabo el análisis histórico-comparado de las divinidades que serán a partir de ahora el objeto de nuestra atención.
Dentro del ámbito geográfico de la Península Ibérica podemos observar cómo se da una coincidencia entre su área de distribución de una serie de testimonios epigráficos en los que aparece atestiguado un dios, que según muchos autores habría de corresponder a una deidad local, asimilada ya sea al Júpiter o al Marte romanos. A partir de la publicación del trabajo de F. López Cuevillas y R. da Serpa Pinto, pasó a ser considerado como un hecho indiscutible el que un dios indígena se ocultaba, como ocurre en otros casos, bajo el teónimo romano. A mi modo de ver esa afirmación puede ponerse en duda actualmente, debido a una serie de razones que expondré a lo largo de las siguientes páginas. Y es por esta razón por la que trataré de llevar a cabo un estudio de esas divinidades orientado por una nueva perspectiva metodológica, según la cual se tratará de resolver las siguientes cuestiones: a)¿Es Júpiter del NW un dios indígena bajo disfraz romano, o un dios puramente romano? b) En caso de ser indígena, ¿podría ser un dios de la I.ª Función, de acuerdo con los esquemas dumezilianos? c) De no ser así, ¿podría ,por ejemplo, tratarse de un dios similar a los dioses indoeuropeos de la Segunda Función, cuando se le invoca bajo el nombre de Marte, y no ser, por tanto, más que otra manifestación del dios de la guerra Cosus, analizado por J.C. Bermejo en el capítulo anterior?
Con el fin de resolver estas cuestiones llevaré a cabo por una parte la recopilación de todos los materiales que den testimonio de esta culto en el área NW de la Península, y por otro, realizaré un análisis comparativo, comenzando en primer lugar por las divinidades griegas y romanas similares a Júpiter, con el fin de establecer su posible origen clásico, en el caso de nuestro Júpiter de las montañas. Para culminar con un análisis comparativo de los principales dioses célticos y germanos relacionados tanto con las montañas como con los nombres romanos de Júpiter y Marte, a través de sus menciones en las epigrafías latinas de esas regiones.

I EL CULTO A LOS MONTES EN LA ANTIGÜEDAD

Han sido las cumbres montañosas uno de los fenómenos de la naturaleza que, desde un principio, ha hecho reflexionar a hombre. En su imagen se creyó ver en algunas ocasiones el principio de toda esencia, un vínculo de unión entre el cielo y la tierra, que señala a su vez el centro del mundo, la manifestación de una fuerza misteriosa capaz de romper la superficie plana del suelo, la representación de un poder demoníaco, o por el contrario, el signo de la presencia de alguna divinidad.
Aunque las interpretaciones relativas al simbolismo de la montaña dependen de los contextos mítico-religiosos en los que se hallan insertas, podría afirmarse que en cierto modo son el común resultado de una serie de creencias que han llevado a los hombres a practicar diferentes tipos de rituales en relación con los montes y con las divinidades a ellos asociadas. Rituales y creencias de esta tipo se hallan presentes en las diferentes civilizaciones de la Antigüedad, tanto en el ámbito europeo como en el Mediterráneo, por lo que a continuación procederemos a llevar a cabo un sucinto examen de las mismas.

1.El Antiguo Oriente
Ya en las antiguas mitologías de esta región estuvieron dotadas las cumbres montañosas de un determinado simbolismo religioso. Así, por ejemplo, los babilonios situaban el nacimiento de los grandes dioses sobre la montaña del Mundo, y los fenicios y hebreos consideraban al monte Sión como lugar en el que los dioses celebraban sus reuniones anuales y en los que se rendía culto al dios Baal.
Igualmente, montes como el Tabor, El Carmelo, El Líbano y el Hermón poseyeron un carácter sacro, e incluso, el culto tributado a los dos últimos debía ser ya antiguo, puesto que ambos aparecen mencionados «entre las divinidades que enumeran los tratados hititas del II milenio». Posteriormente muchas de estas montañas consagradas a los antiguos dioses fueron absorbidas por el culto del Yahvé del Antiguo Testamento, como es el caso del Sinaí, del monte Sión, y otros.

2.Creta
Entre los cultos populares de la Creta minoica cabe distinguir los que se celebraban en las cimas de las montañas de los llevados a cabo en las cavernas o en torno a un árbol. Las interpretaciones elaboradas en torno al tipo de adoración practicada en los distintos lugares de culto delimitan claramente dos posturas: la que sostiene la idea de la experiencia de un culto monoteísta que agruparía a todos estos tipos de culto, y aquella otra que defiende la existencia de un politeísmo. Veámoslas.
Antes de ello será necesario señalar que los cultos celebrados en los santuarios situados en las cimas de las montañas se localizan esencialmente al Este de la Isla, siendo los mejor conocidos los santuarios situados en los montes Juktas y en Petsophas.
Dietrich ha tomado como referencia los restos materiales presentes en ese tipo de yacimientos, antes de tratar de establecer una posible correspondencia entre los santuarios de las montañas y otros tipos de culto desarrollados en la isla. Opina este autor que la existencia de santuarios de cavernas próximos a los de montaña, a pesar de mostrar desigualdades entre sí, podría anunciar la existencia de una similitud de culto o al menos cierta semejanza entre deidades veneradas; y establece la conexión de ambos cultos a través del árbol sagrado, el cual, aunque no los identifica entre sí: «ayuda a señalas que el culto de la montaña compartía algunos conceptos religiosos básicos con el culto de otros lugares».
Entre las ofrendas votivas halladas en los santuarios de montañas, junto a aquellas que son comunes con otros lugares de culto, aparecen una serie de figuras semejantes a erizos, insectos y otros animales. Se ha querido ver en ello el testimonio de la presencia de un culto aprotopaico, cuya deidad de destino sería similar a la Potnia Theron, luego encarnada por Artemisa, que sería, siguiendo la opinión de M.P. Nilsson una «señora de los animales». Sin embargo, Dietrich estima que tales ofrendas: «pueden referirse a un culto en honor de una deidad de la naturaleza cuyas funciones se extendieron a un área mucho más amplia», de manera que cada uno de los modelos de culto desarrollaría algunos de los aspectos particulares de esa divinidad.
J.C. Bermejo, siguiendo a P. Faure, discrepa de esta teoría y señala que en el estado actual de nuestros conocimientos no se puede defender la existencia del «culto muy dudoso de la Gran Madre, sino que todo nos invita a hablar del politeísmo».
Este culto popular se intensificó cuando se produjo la hegemonía de los Grandes Palacios y la aristocracia trató de instaurar sus propios cultos. En opinión de Dietrich: «algunas partes del culto de la montaña pudieron haber sido trasladadas a la nueva morada (el Palacio), sin embargo, rasgos individuales de esta culto perduraron sin duda, aunque de forma bastante disminuida».
Por el contrario J.C. Bermejo señala que partiendo de una situación religiosa anterior: «estos cultos se desarrollaron como reacción contra los establecidos por la aristocracia de los palacios».

3.Grecia
El monte Olimpo, de Macedonia, jugó un papel fundamental desde el punto de vista mitológico-religioso como residencia de Zeus y los dioses olímpicos. No obstante, las cumbres montañosas como tales se asociaron genéricamente en la religión griega al padre de los dioses y de los hombres: Zeus, y constituyeron centros de culto de amplia difusión.
Los orígenes de este culto son muy remotos. En un principio, únicamente se requería un altar en la cumbre, ya que el concepto de Zeus se limitaba a la noción de cielo brillante y potente. Posteriormente, la idea evolucionaría hasta que Zeus sea comprendido antropomórficamente, dedicándole entonces un altar y una estatua de culto, e incluso un templo.
Este carácter antropomórfico de Zeus sería el motivo por el que se habría creado una serie de mitos que relacionan a las montañas con el nacimiento y la infancia de Zeus. Ejemplos en este sentido serían el monte Dikté, donde se tributaba culto a Zeus Dikteo, y donde la tradición sitúa la caverna Dikté, en la que Rea habría dado a luz a Zeus.
La mitología también conecta al monte Egeón con Zeus, al señalar que allí habría llevado Rea a su hijo recién nacido, escondiéndolo en una de sus cuevas; al igual que ocurre con el monte Ida, en el que era adorado Zeus Ideo. A este último monte se le atribuyeron muchos mitos, pero ninguno lo relaciona con el nacimiento del dios, sino que la tradición relata cómo allí fue llevado por los curetes y alimentado por las ninfas con miel y leche de la cabra Amaltea. Otras localidades se disputaron con Creta el honor de haber sido el lugar del nacimiento de Zeus: el monte Misopis, de Lidia, sería uno de ellos, así como el monte Itome, de Mesenia, donde se creía que las ninfas Itome y Neda habían llevado al niño Zeus.
La Iliada relata la unión de Zeus y Hera sobre el monte Ida; sin embargo, los propios griegos asignaron también el escenario de dicha unión a otras montañas, como el monte Oche, en Eubea, el Citerón, en Beocia, y el monte Cocigión, en la Argólida, donde el mito relata que Zeus se había convertido en cuco para ganarse el amor de Hera.
Aspectos relativos a la muerte de Zeus fueron igualmente emplazados en las cumbres: en el monte Juktas, de Creta, por ejemplo, se creía que habría sido enterrado Zeus. Cook opina que posiblemente allí estuviese enterrado Minos: «el rey sacerdote de Cnossos... que durante su vida habría jugado el papel de Zeus o Zan, la antigua forma de Zeus ».
Este larga asociación de Zeus con los lugares elevados hizo que muchas veces la montaña que le era consagrada fuese vista como asiento de su trono. Quizá el ejemplo más sorprendente sea el monte Sipilo, de Libia, conocido como el «trono de Penélope».
Las manifestaciones propias de su campo de acción, es decir, la naturaleza y todos los fenómenos naturales, también constituyeron motivo de veneración en las cumbres montañosas: en el monte Aracnión, de la Argólida, existían: «altares consagrados a Zeus y Hera, en los que se hacían sacrificios cuando había escasez de lluvias».
Hemos visto cómo Zeus aparece acompañado de epítetos locales en su figura de dios de la montaña. No obstante, en la Antigüedad era conocido con otros sobrenombres que hacían referencia a la propia cumbre: Zeus Oreo, «del monte», Zeus Acteo «de la punta», Hypatos, «el alto» o Hipsitor «el más alto», entre otros.
La gran resonancia y significación que adquirió el culto de Zeus como dios de la montaña a lo largo de la historia griega permaneció vigente durante la época Imperial romana, Adriano no sólo había limitado su énfasis al Júpiter romano, sino que se había considerado como el representante de Zeus, en la Tierra. Esto no constituye ninguna innovación en el mundo griego, ya que la práctica estaba atestiguada en él con Augusto, Nerón, Domiciano y Trajano. Hubo, por tanto, un resurgimiento del culto a Zeus como se manifiesta en las inscripciones halladas en Egipto en el monte Casio, donde se indica cómo Adriano mandó levantar su templo en honor de Zeus Casio, que: «glorificará a los emperadores, así como al dios».

4.Roma
De la misma forma que la religión griega asociaba las cimas de las montañas con la figura de Zeus, la religión romana consideraba a las cumbres como lugares sagrados del dios supremo de su panteón: Júpiter.
Los orígenes del culto son tan remotos como parece indicarlo la placa de metal hallada en los montes Marrucinos, en territorio Umbro, dedicada a Iova Ioves Patres Tarincris. La inscripción muestra que en este caso Júpiter compartía los honores como dios de la montaña con la Iovia Regena, lo que daría fe de la enorme antigüedad del culto.
El Júpiter Cacunus de los Sabinos era probablemente un dios de las alturas. La inscripción (I) OVI CACUND FC hallada en el monte Noreta, que pertenece por su tipo de letra a la época de Augusto, indica la continuidad en el culto a lo largo del período imperial.
Un culto similar lo hallamos en el Júpiter de los Apeninos, en el Júpiter Vesuvius y en el Júpiter Latiaris del monte Albano, En la Península Ibérica existen muestras evidentes del mismo culto entre los pueblos del centro y los pueblos del Este, donde Mela cita dos montes consagrados a Júpiter, y en el Noroeste, en el que Justino nos informa de la existencia de un monte sagrado en los confines del territorio, cuya deidad, en opinión de J.M. Blázquez, sería Júpiter.
Estos atestiguan la existencia de prácticas religiosas relacionadas con Júpiter como señor de las alturas a lo largo de las diferentes épocas de la Historia romana. Sin embargo, es notoria la falta de documentación relativa al tema, teniendo en cuenta que la identificación de Zeus con los lugares montañosos está ilustrada por fuentes epigráficas, literarias, mitos y leyendas. De ello puede deducirse que el culto a la montaña gozaba de mayor importancia en el mundo griego que en el romano.

5.El mundo céltico
La veneración profesada a los montes y asus dioses estuvo muy difundida en el mundo céltico. Así, en el territorio galo, por ejemplo, algunas cumbres recibían culto, tratándose en cierto modo de auténticas divinidades: Andosus, Averamus, Garra, Baesarta..., e igualmente existían dioses de la montaña como Albiorix, Bagihux, Bergusia, Bergonia..., entre otros.
Dentro del pateón galo señala César que: «deorum maxime Mercurium colunt» (BG, VI, 17), al que adoraban en templos y, sobre todo, en la cima de las montañas, como en el monte Donón, en los Vosgos, en Mont-Matre (París), o en el monte del Chaz. No obstante, ciertas cumbres fueron lugar de veneración del dios galo-romano de la guerra: Marte. En este sentido la divinidad que habitaba la montaña hoy llamada Pic du Gard, en los Bajos Alpes, era Mars Carrus. Observaremos, pues, que el culto de los montes: «cualquiera que fuese el nombre dado a la divinidad a la cual personificaba cada prominencia, estaba muy extendido en la Galia Romana».
En las Islas Brítanicas el hecho de que las sepulturas de los personajes importantes se hallen en la cima de las colinas:«proclama la santidad con la que antiguamente estos lugares estaban ornados». Testimonios de tal carácter pueden encontrarse en las antiguas leyendas irlandesas, que nos informan cómo los: «héroes irlandeses llevaban a las montañas-santuario las cabezas de los enemigos que habían matado, siendo su botín más preciado...».
En el folklore irlandés pueden también rastrearse ciertos indicios. Así, el último domingo del mes de julio los peregrinos subían al Groagh-Patrick y se sentaban en «la cima de San Patricio, roca en forma de silla, situada en la cima de la ladera». Este ritual recuerda, de alguna manera, a las creencias griegas relativas a la montaña como lugar de asentamiento del trono de Zeus.

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