CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

lunes, 30 de julio de 2012

- "FRAGMENTOS" MEMORIAS DE ALBERT SPEER


Así pués, el hecho de que no me agradara la ostentosa vida social que se llevaba en mi casa no se debía únicamente a que me dominara la terquedad juvenil. Que prefiriera a los autores que criticaban la sociedad, o que hiciera amigos entre los camaradas de la asociación de remeros o en los refugios de alpinistas, tenía un indudable carácter de oposición. Por otro lado, que me gustara una sencilla familia de artesanos se oponía a la costumbre de hacer amigos y escoger novia en el cerrado círculo social en que se movían nuestros padres. Incluso sentía simpatía por la extrema izquierda, aunque esa inclinación jamás adoptara una forma concreta. Estaba en contra de todo compromiso que oliera a política; aunque ello no impedía que me sintiera nacionalista y que, como sucedió durante la ocupación del Ruhr (1923), me sublevaran la diversiones impropias o la amenazadora crisis del carbón...
Durante las vacaciones, mi futura esposa y yo nos reuníamos con frecuencia con otros estudiantes para ir de refugio en refugio por los Alpes austríacos. Las fatigosas ascensiones nos daban la sensación de realizar auténticas proezas. En ocasiones, con mi terquedad habitual, convencía a mis compañeros para no interrumpir una excursión aunque hiciera muy mal tiempo, con tormentas, lluvia helada y frío, y por más que la niebla nos impidiera distinguir las cumbres. Muchas veces veíamos una densa capa de nubes extenderse sobre la lejana llanura que contemplábamos desde la cima de una montaña. Para nosotros, bajo aquellas nubes vivían personas atormentadas. Creíamos estar muy por encima de esa gente. Jóvenes y arrogantes, estábamos convencidos de que sólo iban por las montañas las personas honradas. Cuando teníamos que regresar a la vida normal de la llanura después de nuestros ascensos, no era raro que al principio me sintiera más bien aturdido por la febril actividad urbana. Otro modo que teníamos de buscar la «comunión con la naturaleza» era saliendo con las canoas plegables. En aquel entonces, ese tipo de expedición todavía era nuevo y las aguas no estaban, como ahora, plagadas de toda clase de embarcaciones. Bajábamos los ríos en silencio y al caer la noche plantábamos nuestra tienda en los lugares más hermosos. Esas apacibles excursiones nos procuraban una porción de aquella felicidad que había sido completamente natural para nuestros antepasados. En 1885, mi padre hizo una excursión de Munich a Nápoles, ida y vuelta, a pie y en coche tirado por caballos. Más tarde, cuando ya podía cruzar Europa entera con su automóvil, calificó precisamente aquella excursión como su viaje más hermoso. Muchos miembros de nuestra generación buscaban el contacto con la naturaleza. No se trataba sólo de una protesta romántica contra la estrechez burguesa; también huíamos de las exigencias de un mundo cada día más complejo. Nos dominaba el sentimiento de que nuestro entorno había perdido el equilibrio, mientras que en la naturaleza, en las montañas y en los valles fluviales, todavía podía percibirse la armonía de la Creación. Cuanto más vírgenes eran las montañas, cuanto más solitarios resultaban los valles de los ríos, tanto más nos atraían. Naturalmente, yo no pertenecía a ningún movimiento juvenil, cuya masificación habría sido un obstáculo para mis ansias de aislamiento, pues era de tendencia más bien solitaria.

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