CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

jueves, 3 de enero de 2013

- HERMAN BUHL, TEMPLE EN EL NANGA PARBAT

Después de la segunda guerra mundial surgió una generación de hombres deseosos de explorar el mundo. Se lanzaron a la conquista de los polos y los mares, de los volcanes y desiertos, el espacio, las selvas vírgenes y naturalmente, de las montañas más altas del globo. Así como los franceses fueron tras el Annapuma, los británicos tras el Everest y los italianos al K2, los alemanes se volcaron a lograr la cima del Nanga Parbat. La cuenta de esta lucha de gigantes no estaba saldada. En 1934 tres escaladores - Merkl, Welzenbach y Wieland-, y siete sherpas habían desaparecido. Tres años más tarde, en un nuevo intento, un alud destruyó totalmente el campamento situado a 6.200 m. matando a nueve sherpas y siete escaladores alemanes. Al año siguiente, las tormentas obligaron a regresar a los miembros de una nueva expedición. En 1939, los cuatro alpinistas que integraban el equipo de ataque se vieron obligados a huir hacia Irán al declararse la guerra. Fueron detenidos en la frontera y llevados a un campo de concentración. Después de la guerra, la primera expedición austroalemana que intenta doblegar la impresionante mole del Nanga Parbat, se llevó a cabo en 1953 y contó con dos personajes muy especiales. El Dr. Karl Herrligkoffer, como jefe del grupo, que no aceptaba la menor desviación respecto a sus objetivos y el austríaco Hermann Buhl, escalador solitario de condiciones extraordinarias, mal carácter y una tenacidad fuera de serie. Ayudados en los transportes por montañeses oriundos de un alto valle al Noroeste de Karakorum llamados "hunzas", Hermann Buhl y Otto Kempter abrían la ruta. El 2 de julio de 1953 instalaban el campamento V a 6.900 m de altura, a unos 6 km de distancia y 1.225 m de desnivel a la cima del Nanga Parbat. De toda la expedición ellos formaban el grupo más avanzado y, esa noche, el tiempo parecía magnífico. Sin embargo, Herrligkoffer llamó por radio y dio la orden de descender ante la inminente llegada del monzón.

Ya se habían desmantelado los campamentos inferiores y no quedaban enlaces. Buhl se enfureció ante la posición terminante de su jefe que cortó la comunicación. El viento empezó a soplar con fuerza y parecía que iba a arrancarlos junto con la tienda y arrastrarlos hasta el abismo de Rupal. Su mente convulsionada por la falta de oxígeno tenía que elegir entre la esperanza y el miedo. No conseguía dormirse. A la una de la madrugada preparó el equipo y un poco de comida. Despertó a su compañero pero no logró que en él corriera la misma energía para intentarlo. Cerró cuidadosamente la carpa y comenzó su marcha solitaria en la penumbra de los 7.000 m sobre los festones de una cresta de nieve y bajo una increíble bóveda estrellada. La pendiente aumentó. Se hizo abrupta. La proximidad de los 8.000 m dificultaba la respiración. Buhl se impuso una regla: respirar dos veces a cada paso. Luego tres. Constantemente elevaba sus ojos al cielo donde las estrellas empezaban a palidecer y el negro se transformaba en azul. Hacia el Este, el horizonte levemente anunciaba el amanecer cuando alcanzó el Collado de Plata, donde la cascada de hielo de Rakhiot parecía terrorífica. La interminable meseta moría contra la antecima, el primer gran obstáculo que debía superar para acceder a la arista cimera. Bajo el Collado de Plata pudo ver la pequeña figura de Otto Kempter que se movía con lentitud. Sintió alivio. Se desplomó sobre la nieve con un irresistible deseo de dormir. Aguardando. Sin embargo su compañero decidió renunciar volviendo sobre sus pasos. Buhl se puso en marcha superando la antecima, extenuado, casi exhausto. Cada paso era un sufrimiento, cada movimiento de su respiración parecía desgarrarlo por dentro. Buscó en sus bolsillos las pastillas de previtina que usaban los aviadores durante la guerra y las tragó. Sus piernas apenas lo sostenían. Se arrastraba, se levantaba y volvía a desplomarse. Faltaban diez metros. Una gran roca, un casquete de nieve, sólo el cielo encima suyo.

Había logrado la cima del Nanga Parbat. Cumplió con el rito de unas fotografías que no sentía necesarias. Recupero sus fuerzas casi instintivamente al saber que no tenía que seguir escalando. Un inconsciente sentido de sobrevivencia le hacía cuidar cada paso en el descenso. Pronto anochecía sin estrellas, todo era rígido y helado. Sobre una repisa inclinada se acurrucó a la espera del día y enfrentando una lucha salvaje para no dormirse. Fingía que sus miembros no le pertenecían para olvidarse del sufrimiento, del calvario de una noche que parecía interminable. El día trajo la liberación y la penosa orden de volver a marchar. Lamía una roca. Pensó que era el fin. Oyó la voz de alguien inexistente que le ordenaba caminar. Sentía que flotaba y no podía ver más allá de unos pocos metros. Sabía que tenía que seguir. Reconoció la cresta e incluso sus propias huellas pero en el campamento V nadie salía a su encuentro. Seguramente lo daban por muerto. De pronto reconoció a Hans Ertl detrás de su cámara. Lo abraza, oye su voz, siente que ha vuelto del otro mundo. Todos los campamentos inferiores se habían replegado y los tres que habían quedado bloqueados por las nevadas en el campamento V, Ertl, Frauenberger, Kempter y ahora Buhl, debían apurar el descenso ante el anuncio del monzón. Hermann Buhl siente fuertes dolores en su pie derecho y casi le resulta imposible colocarse las botas. Pero ya está a salvo. "A la luz de la mañana -escribió- nos ponemos en marcha y mi mirada barre por última vez esas crestas que ayer significaron tanto para nosotros. Vuelven a desfilar ante mis ojos las emociones de los días anteriores como un sueño imposible...", pronto llegó hasta ellos el aroma embriagador de la vegetación del valle, las cascadas y una temperatura soleada. Aquello era la vida. Aunque el mismo Buhl se sintió entristecido por las polémicas que se desataron en tomo a su actitud de desobediencia, sus huellas solitarias en la cumbre del Nanga Parbat han quedado como un sello que lo recuerdan como uno de los más grandes, de los más audaces en la conquista del Himalaya.

RESEÑA
Hermann Buhl nació en Innsbruck en 1924 en el seno de una familia muy pobre. Era de una estatura baja, cara angulosa, pelo negro muy revuelto y una resistencia extraordinaria. Escaló las rutas más difíciles de los macizos de Wetterstein, Karwendel y Wtlder Kaiser. Trabajó como porteador en los refugios y se convirtió en guía. Conquistó la cara Norte de las Tre Cime di Lavaredo, el espolón de las Grandes Jorasses y la cara norte del Eiger. Con la bicicleta pedaleó 200 km desde Innsbruck hasta el Val Bregaglia y ascendió al refugio de Sciora para descansar unas horas. Al amanecer, partió hacia el Piz Badile y superó en tiempo record los 900 m de granito. Bajó por la difícil arista Norte, corrió al valle, montó en la bicicleta y regresó al Tirol. Solo, en invierno y de noche, escaló los 2.000 m de la pared este del Watzmann. Después del Nanga Parbat, a los 33 años, escaló el Broad Peak, su segundo 8.000. En 1957, al bajar del Chogolisa, se desvió unos metros en la niebla y se precipitó al vació al desprenderse una comisa de hielo.

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