CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

miércoles, 2 de abril de 2014

- SEGUNDA PARTE: EXPERIENCIAS - MEDITACIONES DE LAS CUMBRES - ZONA DEL MONTBLANC ( MEDITACIONES DE LAS CUMBRES)




- SEGUNDA PARTE: EXPERIENCIAS  (Capítulo 7):
-  MEDITACIONES DE LAS CUMBRES - ZONA DEL MONTBLANC (1936)
(MEDITACIONES DE LAS CUMBRES) Julius Evola 

Han sido largas horas de ascenso desde la oscuridad hasta la claridad. Desde las masas duras y oscuras de los bosques de abetos nibelúngicamente difusos en la niebla, a través de la más alta zona de peñascos y de desolados pedregales llegamos, al amanecer, a los confines del glaciar inferior, de la zona que, como indica su mismo nombre -Mer de glace- parece un inmenso torrente congelándose súbitamente en una masa llana y uniforme desde lejos, pero que, vista de cerca, continuamente estriada por grietas y henderudas, da la impresión de una mundo tumultuoso de olas, ora blanquiazules, ora blanco-grises, o blanco-refulgentes, la dinámica de cuya sucesión haya sido mágicamente detenida y solidificada; de este extraño mar blanco interrumpido, como fjords, de picos y nervaturas oscuras y ásperas de roca despedazada, dejando atrás las últimas brumas que todavía colman los valles; hemos marchado más allá, por paredes, explanadas, por puentes y precipicios de hielo, trabajando con la cuerda, con el piolet, con el pico y el rampón, mientras en el cielo sale e irradia entorno nuestro una luz brillante. Todavía unos breves, empinados repechos en la roca; luego, en grandes y calmosas cunas heladas, la cumbre.

Hemos llegado al final.

Entorno nuestro, se abre un horizonte cíclico, total: un mar compuesto de tantas cadenas sucesivas, ora de hielo, ora de roca, que tanto por la variada naturaleza como por la diversa distancia asumen todas las gradaciones de color hasta perderse, difuminados y dando el sentido de lo ilimitado, el más lejano horizonte, donde emergen, inmateriales como apariciones, las formas, lejanas y como navegando en la atmósfera perlada, de otras cumbres.

Es la hora de las alturas solares y de la gran soledad.

Después de estas largas horas, en las cuales una voluntad tenaz se ha impuesto a la fatiga, a la inercia, al oscuro miedo del cuerpo, no sólo se desvanece como el sueño vano el recuerdo de todos los afanes y trabajos de la llanura, sino que también se realiza un sentido cambiado de sí mismo, se percibe la imposibilidad de definirse a uno mismo como algo rígido, cerrado y efímero, como lo que, en el fondo, para unos pocos, es el «yo». Pero ésta no es la experiencia de un naufragio místico o de un abandono sentimental. También el «lirismo» es algo que encuentra más lugar en los círculos literarios de la ciudad, que aquí arriba.

Aquí, donde no hay más que cielo y fuerzas desnudas y libres, el alma participa más bien de una pureza y libertad análoga y de tal modo se empieza a comprender lo que es, verdaderamente, el espiritu. Se comprende aquello, ante cuya tranquila y triunfal grandeza todo lo que es sentimentalismo, utilitarismo y retoricismo humano desaparece; aquello que en el mundo del alma tiene los mismos carácteres de pureza, de impersonalidad y de potencias propios, precisamente, a estas heladas alturas, a los desiertos, a las estepas, a los océanos. Es el «viento de los grandes espacios» que se hace sensible, como una fuerza de liberación interna.

Es sobre estas cimas, más allá de las cuales se extiende una tierra extranjera, donde se comprende el secreto de lo que, en el sentido más elevado, es el imperium. No por intereses particularistas, no por sórdidas hegemonias, no por supuestas hegemonias o sagrados egoísmos se forma una verdadera tradición imperial; se forma, en cambio, donde una vocación heroíca se despierta casi como una irresistible fuerza de lo alto, e impone el marchar hacia delante, siempre adelante, descartando cualquier motivación material o racional. Tal es, en el fondo, el secreto de todo gran tipo de conquistador. Los grandes conquistadores se han sentido siempre «hijos del Destino», portadores de una fuerza que debía realizarse, y más allá de la cual todo, empezando por su propia persona, su mismo placer, su misma tranquilidad, debía ser subordinado y sacrificado. Aquí, todo esto aparece evidente, inmediato, natural. La muda grandeza de estas cimas peligrosamente alcanzadas, dominadoras, límites extremos de una nación, sugiere la de una acción universal, la de una acción que mediante una raza guerrera se expande por el mundo con la misma pureza, con la misma fatalidad, con la misma -estamos por decir- inhumanidad de las fuerzas elementales; así como de un núcleo ardiente se desprende e irradia incoerciblemente un esplendor.

Y así llegamos a pensar que no fue diferente la fuerza del mismo milagro romano. En esta silenciosa luminosidad premeridiana, las lentas, altísimas volutas de los halcones que se ciernen sobre nosotros evoca el mismo símbolo de las legiones - el Águila - en su sentido más profundo y verdadero. Todo esto nos trae también a la memoria todo lo que de «sidéreo» hay en los escritos de César: ningún sentimentalismo, ningún comentario, ningún eco de subjetividad, pura exposición de los hechos, rudo lenguaje de las cosas y de las acciones, estilo que sabe al lúcido metal, como el de la misma conquista llevada a cabo por este héroe universal de la romanidad. Y también vienen a nuestra memoria algunas palabras atribuidas a Constancio Cloro, palabras reveladoras al máximo del impulso oculto y la fuerza inconsciente de la expansión romana, cuando este caudillo, haciéndose eco de enigmáticas tradiciones, se fue con sus legiones a la lejana Britannia, no tanto para hacer acopio de gloria militar o por sed de botín, sino más bien para aproximarse al lugar «donde la luz está privada de la noche» y para contemplar al «Padre de los Dioses», anticipando el estado divino que, según la fe romana, espera a los emperadores y a los jefes después de su muerte. Federico Nietzsche escribirá: «Más allá del hielo, del Norte y de la muerte...está nuestra vida, nuestra felicidad».

Mediante el símbolo, y es términos de oscuros presentimientos, esta tradición se abre a la comprensión del significado latente en lo más profundo de lo que puede llamarse el espiritu legionario romano. Estas falanges de hombres fuertes, impasibles, capaces de la máxima disciplina se esparcieron por el mundo, sin un determinado porqué y aún menos con un plan verdaderamente preestablecido, obedeciendo más bien a un impulso trascendental, y mediante la conquista y la realización universal que ellos propiciaron a Roma, recogieron oscuramente un presentimiento de aquello que ya no es humano, de aquella æternitas que, de hecho, llegó a conectarse directamente con el antiguo símbolo imperial romano.

En esta hora y en este lugar tales pensamientos se me han presentado con una extraordinaria potencia. Y como desde un lugar elevado, por la noche, se divisan las luces esparcidas en la llanura hasta los más lejanos horizontes, también se presentaba a la mente la idea de una unidad superior, inmaterial, del frente invisible de todos aquellos que, a pesar de todo, hoy luchan, en toda la tierra, en una misma batalla, que viven una misma revuelta y son los portadores de una misma tradición intangible: escalonamiento en el mundo de fuerzas aparentemente aisladas y dispersas, pero no obstante inquebrantablemente unidas según la esencia, conjuradas en la custodia del ideal absoluto del Imperium y a preparar su advenimiento, después de que el ciclo relativo a estos tiempos se habrá cerrado mediante una acción tanto más profunda cuanto menos aparente, por ser una pura intensidad espiritual desprendida de todo lo que es agitación humana, apasionamiento, mentira, ilusión y división.

Tranquila e irresistible potencia de esta luz que brilla sobre las heladas alturas. Los símbolos cobran vida, los significados profundos se manifiestan. Allí hay siempre lugares y momentos -no son corrientes, pero lo hay- en los cuales el elemento físico y el metafísico se interfieren, y lo exterior se adhiere a lo interior. Y son como «cierres del circuito»: la luz que, por un instante, como en el punto de tales cierres, surge de ellos, es ciertamente la de una vida absoluta.

1 comentario :

  1. Me ha gustado este artículo, y todo el blog.
    La dimensión épica de la montaña; la vida contemplada más allá de la subjetividad humana y trascendiéndola. La montaña es escuela, es camino y es fin.

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