CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

jueves, 20 de mayo de 2010

- EL GRAN OFICIO. Gaston Rébuffat (La montaña es mi reino)


LA MONTAÑA ES MI REINO

EL GRAN OFICIO Gaston Rébuffat


Estas agujas escapadas de la tierra, estas nieves eternas compañeras del cielo, estos raros y silenciosos desiertos de hielo, componen el terreno de la alta montaña. El aire aquí es puro, reinan el frío y el sol; algunos días su silencio total resulta casi angustiante, otros días en cambio ruge la tempestad. Es un mundo aparte, un mundo por encima del conocido; nada se mueve, nada vive. Las montañas que jalonan la Tierra son las formaciones más estériles e inútiles del planeta, excepto para los geólogos, los geógrafos, los constructores de embalses y para los que sueñan con grandes espacios. Con su desnudez absoluta, su pobreza extrema y su belleza misteriosa, estos domos de nieve y flechas de granito no existen más que para la felicidad del hombre. Las montañas, al igual que los océanos o los desiertos, son nuestros jardines salvajes, tan necesarios e indispensables como el agua o el pan; no solamente porque el aire resulte más puro que en las ciudades, sino porque ante todo constituyen lugares de plenitud, donde el hombre puede caminar, correr, detenerse, contemplar, trepar, navegar, tener hambre, tener sed, utilizar el vigor de su cuerpo, y hacer respirar su corazón y su alma. Frente al granito y al hielo, el ser humano es de porcelana; frente a la imagen de la eternidad, la imagen misma de la fragilidad. Y, sin embargo, pletórico de amor, voluntad y comprensión, ¡de qué no sería capaz! Cuando Bonatti escala una pared vertical no pesa nada para la báscula de la Naturaleza, apetas representa una brizna de hierba; algo parecido a Bombard con su lancha neumática en la mitad de un océano. Una ráfaga de viento o una ola, y desaparecen. No importa. Creo que si las peculiaridades de la época en que vivimos residen en la realización de inventos admirables, también deben vislumbrarse al asumir la inconmensurable riqueza, fuerza, generosidad y ansias de libertad del hombre desnudo, sin armas ni máquinas, solo o en grupo, frente a la gran naturaleza. ¿Existe algo más natural que la urgente necesidad humana de aprovechar esta riqueza? Cuando somos niños, subimos a los árboles y a los muros por el simple placer de escalar, para descubrir y ver desde más alto lo que está más lejos. ¿No es eso lo que los mayores llaman alpinismo? ¿Acaso hemos sabido conservar todavía ese instinto infantil? Nuestro placer es escalar, elevarnos en el cielo neutralizando la gravedad. Sin duda también existe el placer de sentir que se tiene la propia vida entre los dedos, que se controla la propia existencia. Algunos escaladores son muy sensibles a este sentimiento, yo muy poco. Me gustan las dificultades, pero hoy más que nunca detesto el peligro. "Qué valor tiene usted para hacer semejantes ascensiones", me dijo alguien al terminar la presentación de una de mis peliculas. Le respondí que escalar no me exigía valentía alguna -una afirmación completamente rigurosa- porque era parte de mi trabajo, un trabajo que había escogido y para el que estaba cualificado porque no tenía vértigo. Le expliqué, sin orgullo ni modestia, que los grandes alpinistas aman los grandes jardines, la vida y la amistad, y sienten por todo ello respeto, y no afición, al peligro. Para practicar el alpinismo hace falta entusiasmo: llevar una mochila, dormir más o menos bien, levantarse pronto, sentir el frío, tener hambre y sed, comenzar la actividad aceptando que no se puede interrumpir el juego cuando uno quiere, ni tan siquiera al límite de las fuerzas. Es tan hermoso y excepcional, especialmente en nuestra época, no tener que tratar más que con la roca, la nieve, el cielo, el sol y los vientos... Hace falta entusiasmo, pero también lucidez, ser consciente de la fuerza moral y física que se posee ante cualquier dificultad que nos supere. También existe el placer de escalar, pero por sí solo no basta. La escalada no constituye más que una parte de la ascensión, al igual que el escalador no es más que un montañero especializado. El placer del alpinismo proviene de una multitud de cosas y ante todo se encuentra ligado al sentimiento de la alta montaña: un determinado color del cielo, la sutileza del aire, la grandeza del paisaje que nos rodea y por el cual en realidad estamos allí. Constituiría un error pensar que la alta montaña es una lugar reservado a los alpinistas acróbatas. Muy al contrario, las montañas se ofrecen al alcance de todos: hombres y mujeres de cualquier edad, y la alegría de un motivado principiante, o de un fiel veterano, llegando a la cumbre de la Aiguille du Moine por su vía normal no resulta menos importante o menos noble que la de un alpinista confirmado que pisa la cima de los Drus, tras haber escalado el Pilar Bonatti. Simplemente, el alpinista es un hombre que conduce su cuerpo allá donde un día sus ojos se fijaron. Pienso que tenemos un corazón, un alma y unos músculos que forman un conjunto que se muestra feliz cuando se utiliza, lo que nos hace experimentar una hermosa alegría interior. Realizar correctamente unos movimientos, subir bien por una placa o una chimenea, intentar algo para lo que se está especialmente dotado, apenas exige esfuerzo, tan sólo imaginación. También agarres; adivinar... cada vez resulta más raro en una vida en la que todo se encuentra inexorablemente indicado, previsto, organizado, incluso para el ocio. "¡Organización del ocio", un concepto terrible! Además se experimenta la alegría de conseguir una "primera", de subir por donde nadie todavía ha subido. Así, el escalador "construye" su montaña, crea un conjunto de movimientos, modela la roca con sus dedos. Algunos días, el alpinista debe plantarle cara a los elementos cuando de improviso el viento del oeste trae, durante una larga ascensión, la tempestad. Si se está dispuesto a afrontarla, un gran montañero vivirá "grandes momentos". Pero hay que distinguir bien la noción de dificultad de la de peligro. Tan agradable como escalar cualquier paso extremadamente difícil sobre cualquier placa, desplome o fisura, resulta evitar comprometerse en actividades que podríamos no controlar. La ascensión más bella no merece hacer peligrar nuestra vida. De cualquier manera, la llegada a una cumbre jamás representa una victoria sobre la montaña sino sobre uno mismo. Gaston Rebuffat: La montaña es mi reino. Ed. Desnivel.

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