CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

viernes, 12 de noviembre de 2010

- NANGA PARBAT. Trailer (versión en alemán)



- LA MONTAÑA DESNUDA

“Cualquier alpinista, por muy optimista y decidido que sea, tiene que descartar la mera idea de intentar un asedio a esta descomunal pared.” (Günther Oskar Dyhrenfurth, p. 48)

El 27 de mayo de 1970 el equipo inglés dirigido por Chris Bonnington, superaba la pared sur del Annapurna y Dougal Haston y Don Whillans llegaban a la cumbre. Se trataba del enorme paso que había que dar para comenzar a escalar los ochomiles por sus paredes más difíciles. Un mes después, Reinhold y Günther Messner alcanzaban la cima del Nanga Parbat, la “montaña del destino” alemán, expedición organizada por Karl Maria Herrligkoffer pero que en realidad era una especie de anarquía porque el jefe de expedición no era, a diferencia de Bonnington, un montañista.
Sin embargo, muchos pasaban a ingresar a las filas de sus continuas expediciones al Himalaya porque les brindaba la oportunidad de ir adonde solos jamás habrían llegado. El primer ascenso al Nanga Parbat en solitario por Hermann Buhl, contraviniendo las órdenes explícitas de Herrligkoffer, fue algo que éste no le perdonó jamás a Buhl. Lo mismo pasaría con Messner.
Quizá es el libro más esperado de Messner porque desde 1970 se ha hablado mucho de su versión contra la de Herrligkoffer, pero además se trata de la conquista de la pared más grande del mundo: la vertiente del Rupal. En el libro se lee que prácticamente todos los campamentos los establecieron los hermanos Messner y que éste salió en solitario hacia la cumbre en un intento de llegar lo más alto que pudiera o hasta llegar a ella.
Una decisión que parecía simple, pero Messner sale de noche, con la luz de la luna y no le queda más que exclamar: “¡Qué abismo! Es como si estuviese suspendido en un lugar incierto entre el cielo y la tierra, a 4,000 metros sobre el campo base. Por encima de nosotros, el corredor Merkl, el punto clave que nadie conoce. Y, mucho más arriba, la cumbre. No, no hay en el mundo un lugar peor. ¡Qué vacío! Pero, ¿qué estamos haciendo aquí?” (p. 176)
Sin embargo, él mismo ya había encontrado la respuesta: “¿Qué ha sido del alpinismo por diversión, placer o entretenimiento? A semejante altitud y en este entorno, la escalada pasa a ser una dura tarea que requiere superar innumerables obstáculos; uno piensa sólo en el frío, el aire enrarecido, la vida en las angostas tiendas. A esto se añaden los peligros, la humedad, a menudo también el cansancio. Y sin embargo, mañana reanudaremos la marcha. Nadie nos obliga a ello, pero tenemos que seguir ascendiendo.” (p. 121)
Aunque es historia conocida que su hermano Günther llega a la cima junto con él, que tienen que pasar un vivac debajo de la cima, que piden ayuda y no les es otorgada y que finalmente deciden bajar por el otro lado de la montaña por ofrecer un camino seguro, la mayoría de la gente no concibe esta decisión de bajar por una zona que no se conoce.
“Sólo podemos elegir entre descender o morir de congelaciones aquí arriba, en el filo de la arista, entre las colosales vertientes Rupal y Diamir. Nuestra vida pende de un hilo. Nos hemos adentrado en una situación de riesgo extremo y ya hemos esperado demasiado.” (p. 207)
“Decidimos aventurarnos porque no nos queda otra salida. Y puesto que la amenaza de la muerte es más fácil de sobrellevar cuando se está activo, me atrevo a dar el primer paso. Seguir esperando supondría una muerte segura.” (p. 208)
Y algo que no se conocía es el largo periplo de Reinhold al bajar la montaña, hasta encontrar al primer hombre, la primer aldea, desesperar porque no se puede comunicar y pedir lo que desea… pero también encuentra a la gente justa que le ayuda hasta llegar a la civilización y, para él en esos momentos, a la vida.
El libro es diferente de aquellos que ha escrito Messner hasta el momento y quizá pudiera parecer decepcionante por el tipo de narrativa que usa, muy al estilo de esa época. Pero no había otra manera de explicar lo sucedido. Además, hay tres personas que escriben el libro: Reinhold y Günther Messner, ambos en sus diarios de esa expedición y un Reinhold Messner que evalúa todo desde el presente, viendo desde lejos lo que pasó hace más de tres décadas.
Son tres perspectivas que complementan la historia de manera adecuada. Muy seguramente, el libro fue escrito por Messner casi inmediatamente a su regreso pero no fue publicado debido al contrato que tenía firmado con Herrlogkoffer. Y para quienes no les haya quedado clara la decisión de bajar por otro lado una montaña que no conocían, Messner incluye muchas fotos del Nanga Parbat del lado del Rupal y después del lado del Diamir. Con sólo ver este contraste uno siente que definitivamente la salida era por ahí, como lo fue.
Publicado en alemán en el 2004, la edición española tiene una nota, pues en el 2005 se encontraron los restos de Günther y se acallaban para siempre los reclamos de si Reinhold había llevado a la muerte a su hermano por su propio orgullo, incluso abandonado en la cumbre. Eso quedó atrás, a pesar de lo cual, como bien apuntaría el propio Messner, “No hubo una sola palabra de disculpa”.

http://www.montañismo.org./

lunes, 8 de noviembre de 2010

- LA MUVRA. Escalada en Ciociaria


- LA MONTAÑA EN LA PINTURA ROMÁNTICA

LA MONTAÑA EN LA PINTURA ROMÁNTICA

Volker Rühle, a propósito del ingenio literario, suscribía que en cuanto a la materia poética, la Naturaleza no debía manifestarse ni bella, ni costumbrista, sino en su dimensión metafísica, buscando en dicha plasticidad los rescoldos esotéricos y mágicos que no pasaban desapercibidos para aquellos jóvenes adscritos al movimiento sturmmer. El sapere aude kantiano pronto trasnochado ante la evidencia de un sentimentalismo tardo barroco, echaría por tierra las divisas cartesianas de una Natura sometida al arbitrio humano; Karl Philip Moritz (1756 – 1793) destacó la profundidad de la nueva percepción: a la par que nacía un concepto ilustrado y, en definitiva, burgués, de razón, lo natural adquiría una característica anímica que estrechamente se entretejía con complejas conexiones de culpabilidad tan propias del espíritu pietista septentrional.
En concordancia con las prédicas de Lessing (1729 – 1781), el esbozo de una mímesis artística capaz de comprender la realidad que había resultado del collage fortuito en el que se convirtió la Aufklärung alemana en las postrimerías del Setecientos, no podía obviar los verdaderos límites de la modernidad, amén de las manidas dicotomías de verdad y expresión artística o, la más célebre a la postre, de pintura y poesía. Se postulaba una nueva sensibilidad, más si cabe, cuando es Goethe (1749 – 1832) quien entra en escena publicando los avatares de su joven desafortunado. En 1774, el ánimo de la juventud germana, ya de por sí bastante exaltado años atrás por la irrupción del Sturm und Drang, se identifica con el Werther que siente la fiera necesidad de regresar a la Naturaleza y redescubrir los sentimientos escondidos en su silvestre follaje.
Tras una amena conversación con un compañero erudito, amante del Arte en sus más inverosímiles manifestaciones, él llegaba a la conclusión de que la nueva sensibilidad sugerida por un Goethe joven aún, no era más que la elongación del discurrir ilustrado. Hablaba mi interlocutor de la autonomía del género pictórico del paisaje, y parlamentaba describiendo con pasión aquellos lienzos de los italianos Carracci y Dominichino, y, sobre todo, de los franceses Poussin y Lorrain. En este punto diferíamos. Se trataba de diferentes concepciones de la misma Naturaleza. En el ámbito mediterráneo, tras los experimentos de Giotto para crear un fondo natural con fundamento, los pintores se habían afanado por idear un marco creíble, pero se trataba de meras bambalinas sin más importancia que la de acompañar o albergar la escena principal, que era, ante todo, una figuración humana, entendida ésta tanto desde la temática bíblica como mitológica. Es cierto que en los óleos de Poussin (1594 – 1665), repetidos hasta la saciedad, el espectador se halla ante lo que la crítica historiográfica ha etiquetado como paisaje trágico y que en su devenir biográfico corresponde a sus postreras etapas, pero en todos sus ejemplos reitera el mismo pecado pictórico, el del exceso. Al igual que Claude Lorrain, castellanizado Claudio de Lorena (1600 – 1682), ambos son admiradores de una Naturaleza excesivamente teatralizada, convertida en tramoya y muy impregnada de la deux ex machina barroca. Sería interminable la lista de artistas que proponen nuevas alternativas (Salvatore Rosa, Meindert Hobbema, Paul Brill, Ruysdael...).
Frente a la concepción meridional de una realidad natural amable, pintoresca, de suaves lomas, orografías curiosas y campiñas en las que restalla una luz cálida y reconfortante, la mentalidad nórdica presentaba, debido a la herencia flamenca, una Natura agreste, salvaje y, como recordará el lector en las explicaciones previas, con un fuerte marchamo sentimental. Es cierto que los estilos se mezclan, y en ocasiones, genios del pincel como Reinhart o Koch, intelectuales y viajeros, retoman las composiciones paussinianas para elaborar complicadas pinturas de lo que se ha venido denominando paisaje heroico, pero aún así, aquí ya hay una diferencia fundamental: la montaña que pinta Koch, ya no es una roca de cartón piedra que hace las veces de escenario natural, sino que se convierte en un mineral. Fernow, a la sazón improvisado profesor de estética para extranjeros instalados en Italia, dictaba en sus lecciones romanas que el Arte debía crear a través de la imaginación del artista, máxima que ya contradecía a las claras lo expuesto por Immanuel Kant. El filósofo de Königsberg había defendido que el Arte debía parecerse a la Naturaleza, no imitando, sino actuando como ella, siguiendo un diseño originario muy preciso.
Al igual que el Ars Topiaria reproduce en el ámbito de la jardinería los distintos modelos de concebir la Natura: uno francés, que la somete a la medición y geometría, y a fin de cuentas, la racionaliza, y otro británico, que la torna en pintoresca, en nuestro asunto estético y pictórico, deberíamos aludir a una tercera vía, cuyos hitos inmediatos a los previamente citados son tal vez Carstens, quizá Carus y Caspar David Friedrich (1774 – 1840). Y aquí la fascinante simbología de la montaña, una montaña que no es sólo una elevación física, sino también espiritual en un paisaje que trasciende lo visible y potencia la sehnsucht romántica, que llega a fundir en aquel crisol de la imaginación la idea de una nación que acabará metamorfoseándose en el volkgeist herderiano. Primero, porque la Europa nórdica siente su gradiente de diferenciación, separándose de la mitología grecolatina y volcándose en las sagas escandinavas y en el reinventado Ossián de McPherson, como había hecho en el siglo XVI al abrazar las doctrinas luteranas para escindirse de la Europa católica; segundo, porque vuelve a retomarse la idea de lo sublime como ese acercamiento a una Naturaleza indómita que amenaza constantemente a la humanidad, a la que hay que aproximarse con una veneración casi panteísta y guardar la distancia, porque al igual que una luz muy brillante tras una breve estancia en la oscuridad ciega, la falta de precaución del artista bien pudiera provocar una sensación de shock ante la inmensidad de lo natural y la pequeñez del ser humano; y tercero, porque ese credo protestante impulsa la visión también pietista en la que lo natural es simbiosis de la fe interior, de la muerte y de la esperanza en una vida futura.
Sólo tres ejemplos en los que la montaña es elemento crucial de esta nueva interpretación de la realidad natural, todos debidos a Friedrich. El primero La tumba de Arminio en dos versiones (una de 1812 en Hamburgo, y otra de 1813 – 1814 en Bremen). El lienzo representa una gruta horadada entre altos riscos. La entrada es abrupta, pero el óleo hamburgués presenta una sobria inscripción: Joven salvador de la patria. El artista ha logrado interpretar la Naturaleza desde una perspectiva heroica, convirtiéndola en símbolo de libertad, tanto a la propia pintura como a la montaña. Una orografía que ahora está inscribiendo un canto a la valentía nacional que se hunde en la historia. Las primeras décadas del Ochocientos marcan la pugna contra el invasor napoleónico, pero esta obra se retrotrae al mítico Arminio, vencedor de Publio Quintilio Varo en la escaramuza del bosque de Teutoburgo (otoño del año 9), héroe bárbaro, según Tácito, de la tribu de los queruscos, que aniquiló tres legiones romanas entre los ríos Rin y Weser para desgracia del Emperador Augusto. El segundo La cruz en la montaña, que, aunque cronológicamente anterior al primero (1807 – 1808, en Dresde), interesa comentarlo a continuación por la simbología religiosa adquirida por el promontorio. Aquí la montaña presenta en su cima un crucificado, tres rayos que alegorizan un atardecer y en sus laderas, un tupido bosque de abetos. Significando la enorme cruz la relación interior entre creyentes y Padre Eterno, incluso, según muchos críticos la fuerza de la fe del hombre; el atardecer, el ímpetu creador; el triple resplandor, una alusión a la Trinidad y los abetos, por último, una clara referencia a la muerte y a la esperanza en Cristo. Por último, Los acantilados de Rügen (de 1818 en Winterthur), representación romántica del paso del tiempo en una escenografía plenamente sublime: los acantilados blancos marcan una vertiginosa perspectiva hacia el mar, infinitamente azul, y entre raíces retorcidas y espigados troncos, la figura de una mujer esquiva, la silueta de un muchacho ensimismado oteando el horizonte y un anciano, arrodillado sobre la hierba que teme la vista magnífica y siente el peligro del borde del precipicio. Todo un paraje en el que se ensalza la resignación y la humildad hacia un destino que se escapa, aprovechando el símil cinematográfico en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
R. G. Girón

sábado, 6 de noviembre de 2010

- EL TEMPLO MÁGICO

El Templo mágico.

Nos adentramos en el bosque, en lo que todavía hoy continúa en orden, en estado natural. Aquí no hay nada superfluo, nada falta y nada sobra, todo se complementa, todo se corresponde, todo es.
Caminamos y con nuestro caminar, algo comienza a moverse también en nuestro interior. Se trata de nuestro primer contacto con lo eterno, con lo vivo, con lo realmente existente. Aquello que no depende de nada más para ser, aquello que no cambia ni degenera, aquello que simplemente es o no es; sin puntos intermedios.
Lo primero que podemos percibir es una atmósfera distinta, completa, plena, en armonía. Un ambiente que nada tiene que ver con el que nos acompaña en nuestras vidas diarias.
Respiramos y nuestro respirar se torna más palpable, más cercano, más real. El fresco aliento de los ancianos árboles y los jóvenes arbustos rebosa por doquier. Nos dejamos imbuir por este éter sagrado, somos penetrados por su atemporalidad, por su mágico danzar, que sobre las hojas verdosas y afiladas que se dibujan a nuestro alrededor fluye con total sutileza.
El característico aroma que segrega la floresta es percibido esta vez de otra manera, ya no husmeado, ni siquiera inhalado, sino incorporado con delicadeza, con suavidad.
Abrimos los ojos, y lo primero que contemplamos es la belleza de todo cuanto nos rodea. Desde la más pequeña alimaña hasta el más majestuoso roble nos obligan a postrarnos ante tal sublimidad. Aquí vuelve de nuevo a aparecer aquél reiterado término: armonía. Nada desentona, no existe ninguna disonancia que pueda alterar nuestra placidez. Vemos la pequeña ardilla roer concienzudamente los dulces piñones sobre la copa de aquel árbol; allá el ruiseñor entona solemnemente melodías que jamás fueron creadas, y aquí mismo, bajo nuestra sombra, camina tranquilo el escarabajo, sin inmutarse por nuestra presencia, sereno, seguro. No podemos más que maravillarnos ante tanta belleza, ante la simpleza de tanta complejidad.
Nos topamos con un frondoso madroño que nos regala un exquisito manjar. Tras haber dado unos pasos nos encontramos con obligada parada, he aquí que descubrimos el serpentear de un inagotable arroyo que se pierde allí donde la vista puede llevarnos. Arrodillados unimos las manos entre el claro líquido, estrellándolo contra nuestro rostro; sentimos el frío, y de repente también el calor de los fluidos internos que nos mantienen con vida, que esta vez se congregan en la zona afectada por el cambio repentino de temperatura. No podemos más que restar en silencio, como huéspedes ajenos a tan equilibrada sintonía.
Nuestro caminar vuelve a ser interrumpido, esta vez por los ruinosos vestigios de lo que fue un gran castillo. Piedra sobre piedra está formada tan augusta fortaleza; mas, pese haber hallado la primera señal humana, el conjunto continúa manteniendo su propia idiosincrasia. Los muros se elevan transmitiendo la misma serenidad que el resto de elementos que forman el paisaje, aunque aquí podemos precisar que la mágia de este todo natural incrementa de forma notable. Aquí se hace todavía más patente aquella atemporalidad que nos invadía en un primer momento. Nos sentimos pequeños ante tanta grandeza.
¿Somos dignos de presenciar tan desmesurada perfección?, ¿Somos tan puros como para permitirnos caminar entre pureza?, ¿O por el contrario traemos con nosotros la inmundicia, la temporalidad, lo material y lo mental a un lugar donde reinan la proporción, la eternidad, el espíritu y la fluidez?
Conciencia os pido, hermanos míos. Quizás no seamos dignos de pertenecer a tal conjunto, pero sí podemos serlo de actuar como visitantes, sin ensuciarlo, sin destrozar su grandeza y sin arrastrar con nosotros las necedades que abundan en nuestras ciudades.
Despojémonos de todo y entremos, como es debido, al sacro Templo donde nunca muere la mágia.
"Puro, duro y seguro"

A día 23 de agosto de 2009
E. Sánchez

miércoles, 3 de noviembre de 2010

- LA SERPIENTE DEL PARADISO. MIGUEL SERRANO

LA SERPIENTE DEL PARAISO. MIGUEL SERRANO

(Foto: Miguel Serrano en los Himalayas en 1955).


«Hundo mi vista en el horizonte claro y pienso en este enorme pueblo, que ha creado una mitología gigantesca como las cumbres que lo cercan. Sus cimas están unidas a su alma. Una cumbre es la garganta de Shiva, que sujeta el veneno de la Serpiente, otras son el Trono de Vishnú y la morada de su Mesías, de sus Inmortales. Cada cumbre tiene una historia, es un símbolo vivo y palpitante. Un pueblo así está condenado a lo eterno, a lo desmedido, a lo dionisíaco, al abismo. Para poder sujetarse, para no perderse para siempre en los abismos, ha debido enmarcarse férreamente dentro de las fórmulas y prejuicios de una teocracia anquilosada. Pero, a mayor estrechez terrestre, más amplitud metafísica. Ese pueblo carece de medidas reales para el alma y está, por ello, condenado a la soledad total en este mundo, a la incomprensión. Su medida real es la de las altas cumbres, es su pensamiento, su filosofía grandiosa como sus cumbres. También nosotros en Chile tenemos cimas puras, pero aún no las hemos incorporado a nuestra alma, aún no hemos sacado de sus entrañas de roca los dioses, los titanes, que tal vez se asemejen a los de la India. Porque puede que el rostro de los titanes ocultos en la roca de los Andes, sea el mismo que los hindúes han hecho surgir del corazón de sus Himalayas».

lunes, 1 de noviembre de 2010

- LA MUVRA. Excursión al anello de la Val Rose


- LA ESCALADA MÁS ARRIESGADA: CRÓNICA DE LA COMUNICACIÓN "LA MONTAÑA Y EL HOMBRE"

La tarde del sábado se llevó a cabo en Madrid la conferencia organizada por el CELE sobre escalada y montañismo. El orador, Jesús Vallés, escalador, alpinista y andinista tuvo el placer de compartir parte de su vida con los asistentes con sumo agrado y espontaneidad.

Jesús Vallés no solo nos relató algunas anécdotas de su pasión alpinista, también habló de la necesidad que debe de tener el ser humano en ascender la cumbre más difícil: la de la vida misma.

La vida es la cima más complicada por conquistar, la disciplina, la entereza y el respeto por actividades como las que él practica, y que le han hecho descubrir valores que para muchos son todavía inescrutables, fue lo más interesante de sus palabras para quien se atreve a hacer un breve resumen de lo que allí se habló.

Diferentes diapositivas sobre su escalada en distintas montañas en Bolivia, y el trasladarnos costumbres y culturas que allí aun se encuentran intactas fue también compartido con todos nosotros. Asimismo denunció la actividad destructora que lleva a cabo, desde hace años, el sionismo internacional en aquellas tierras.

Amena e informalmente fuimos trasladados a la escalada de la vida y de las cumbres de Jesús, que aun con la capacidad de su mano izquierda anulada por una descarga eléctrica, sigue practicando el deporte que todos los seres humanos deberían tener por meta: la superación constante.

Tras la charla y la visualización se abrió el ruego de preguntas.

Gracias a Jesús Vallés y a todos los asistentes

Recensión de la conferencia realizada el pasado més de enero, organizada por el Centro de Estudios la Emboscadura.