
(Foto: Miguel Serrano en los Himalayas en 1955).
«Hundo mi vista en el horizonte claro y pienso en este enorme pueblo, que ha creado una mitología gigantesca como las cumbres que lo cercan. Sus cimas están unidas a su alma. Una cumbre es la garganta de Shiva, que sujeta el veneno de la Serpiente, otras son el Trono de Vishnú y la morada de su Mesías, de sus Inmortales. Cada cumbre tiene una historia, es un símbolo vivo y palpitante. Un pueblo así está condenado a lo eterno, a lo desmedido, a lo dionisíaco, al abismo. Para poder sujetarse, para no perderse para siempre en los abismos, ha debido enmarcarse férreamente dentro de las fórmulas y prejuicios de una teocracia anquilosada. Pero, a mayor estrechez terrestre, más amplitud metafísica. Ese pueblo carece de medidas reales para el alma y está, por ello, condenado a la soledad total en este mundo, a la incomprensión. Su medida real es la de las altas cumbres, es su pensamiento, su filosofía grandiosa como sus cumbres. También nosotros en Chile tenemos cimas puras, pero aún no las hemos incorporado a nuestra alma, aún no hemos sacado de sus entrañas de roca los dioses, los titanes, que tal vez se asemejen a los de la India. Porque puede que el rostro de los titanes ocultos en la roca de los Andes, sea el mismo que los hindúes han hecho surgir del corazón de sus Himalayas».
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