CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

sábado, 2 de julio de 2011

- LAS MONTAÑAS SON EL CAMINO A LA REFLEXIÓN, Por Cesar Pérez de Tudela

Es en las montañas en donde el hombre vive una de las experiencias más fecundas de su existencia. San Agustín, caminante por las serranías así lo escribió.
Ir hacia la cima pone de manifiesto talante juvenil, ilusión por la vida y salud mental, además de la curiosidad por lo que está frente a nosotros. La montaña es el más extraordinario monumento de la Tierra y en ella se encuentran, frecuentemente, los parajes que más pueden impresionar a los seres vivos.

Muchas montañas son enormemente altas, con grandes precipicios verticales, glaciares grandiosos, con galerías heladas que nos retrotraen a las remotas épocas de las glaciaciones. Para llegar a ellas el hombre debe recorrer un largo camino a través de bosques, remontándo valles, al principio poblados de vida y en la altura desiertos, continuando por profundos desfiladeros, para escalar por agrestes vertientes que pueden ser arduas paredes y peligrosas aristas, alcanzando collados y portillas, entre mares de nubes, para llegar a las cimas. Estas son el exponente de la sacralidad y la belleza. ¿Triángulos mágicos de energía?

El hombre, único ser sobre la Tierra que emprende el camino de la cima, debe superar muchas «resistencias» para llegar a las cumbres, y la primera de ellas es vencer a su propia debilidad, abandonando la comodidad y la seguridad que tanto caracterizan la vida del «animal humano». Hay que ilusionarse por ver y sobre todo por sentir –quizás la mejor forma de entendimiento y comunicación- como Kant, fundador del «idealismo transcendental», dedujo ya en el siglo XVIII, precisamente cuando el hombre iniciaba el «alpinismo». Ilusión y vigor para llegar a lo más alto. La ascensión, el camino de las cimas, es una disciplina del cuerpo pero esencialmente del espíritu. El alma recurre a esta aventura para alimentarse de una nueva visión de la vida y del mundo.

En la ascensión de una montaña, el ejercicio que esta conlleva, representa más que la simple realización física. El alma se transforma, y la acción se convierte en pasión, incitación y sueño, asimilando la experiencia y llegando a ser conciencia. Es entonces cuando al diálogo entre el hombre y la montaña alcanza la transcendencia que busca el «humanismo».

La mística, la filosofía y el arte en la Montaña

Desde el origen del mundo, las grandes religiones tuvieron a las montañas como lugar de refugio. El mito de Khrisna, siete años en la cima del monte Meru, en lo alto del Himalaya, meditando sobre la inmortalidad del alma y el dominio de las pasiones. El Budismo, el Cristianismo, Moisés profeta desde el Sinai, el monte Kailas, lugar de peregrinación de hindues, taoistas, sintoismo... las profundas creencias nacieron en el templo de las montañas, que también fue su primer reducto. “La puerta de las montañas me abren una vida que no tendrá fin”, dijo Ruskin. Después de él han sido inumerables los humanos que han tenido las cimas como escenario. Zaratustra, el viejo profeta y legislador del siglo V. antes de Cristo, “Así habló Zaratustra” de Nietzsche, descendió de las soledades alpinas después de diez años de meditación para divulgar generosamente su sabiduría entre los seres humanos: «Amo a quien posee el alma profunda aún en la tormenta», «Quiero enseñar a los hombres el sentido de su existencia», «Quien se cierne sobre las cimas, se ríe de todas las tragedias de la escena y de la vida».

Mi personal experiencia es reveladora. Entré en las montañas cuando era un adolescente que sentía miedo ante la vida, lleno de temores y debilidad. Buscaba en ellas mi dimensión, saber quién era, y un conocimiento más hondo de la realidad. Enfrentándome a ellas descubrí la belleza, la alegría y la responsabilidad. Me atrajo su ambiente, su paisaje y sus canciones, con el reto permanente de la escalada que me causaba curiosidad y miedo. Me hice deportista y fuerte por necesidad, cuando solo quería poder seguir a mis compañeros. Años después, iniciada la lucha, quise ser uno de los mejores y sentí la provocación del orgullo. Fui campeón del esfuerzo en la dificultad. Viví con orgullo escalando en todas las regiones de la Tierra arriesgadas montañas. Ahora 50 años después sigo ascendiendo y escalando con fervor las cimas. Ya no busco ser «campeón ante los demás» sino pensador de sentimientos. He descubierto por fín que las cimas son el camino de la luz y el sendero vertical que conduce a la cumbre, el mejor lugar para la meditación profunda. Debía de intuirlo desde muy joven, cuando era un entusiasta de la agilidad y del valor, pero he tardado decenas de años en descubrir, que las montañas son fundamentalmente aventura mística y meditación transcendental, el camino que puede llevarnos a la bondad. En este camino largo, peligroso y agotador, me he sentido protagonista de mi vida y también mi propio espectador. ¿No es acaso sorprendente? He accedido a estados superiores de conciencia, sobrepasando el ámbito de lo normal. Estoy vivo después de haber vivido trances que estaban muy próximos al misterioso «más allá», del que no es fácil retornar. Dejé el orgullo juvenil, el odio y la ira, tratando de comprender a todos, buscando la humildad que nos aleja de la ignorancia. ¿No es la ascensión y la escalada de las montañas el camino de la juventud inmarcesible, que conduce hacia las grandes preguntas? La cima, en su soledad, misterio y altitud, es metafísica, la relación simbólica de la ascensión física con la ascensión moral, ascensión a las cimas de este mundo, que son las cimas de la vida.

He regresado tantas veces de las altas montañas agotado de cuerpo, enfermo de la altitud, pero con una agudeza en los ojos propia del visionario que ha penetrado en la metáfora de la existencia. Los Alpes nevados llenos de grandiosas paredes, quizás las más difíciles de la Tierra, Andes luminosos sobre las selvas verdes, Andes cárdenos, ocres, blancos... obeliscos de la Patagonia, impresionantes como catedrales de fe, torres inverosímiles de magma en los desiertos de Africa, volcanes de fuego sobre páramos infinitos, Himalayas asfixiantes de la pasión... La verdad la bajó del Himavat (Himalaya) Zaratustra, el profeta oriental, en el que Nietzsche se ocultó, para enseñar al pueblo.

El sendero de las cimas: la enjundia de la vida sin el temor a la muerte, la peripecia vital, el viento del olvido, la soledad del camino, las promesas al regreso de la aventura féliz, Aconcagua, Ruwenzori, Huascaran, Alpamayo, Huayna Potosi, Illimani, Denali, Annapurna, Eiger, Cervino, Lavaredo, Uschba, Elbruz, Trikora, Cotopaxi, Chimborazo, Tirich Mir, Jebel Tubkal, M`Agoum, Bernina, cerro Torre, Olivia, Naranjo de Bulnes... han acaparado mi espíritu, montañas que han encauzado los pasos del hombre recorriendo los distintos caminos de la vida, cambiando nuestra mentalidad, abriéndola al aire y a la luz, llegando a la cima, esa cúspide de verdad, en la que somos y estamos a la vez en el pasado y en el futuro, dándonos cuenta de lo que cuesta recorrer el camino de la cima ¿también de la vida? sintiendo el cuerpo, recreándonos en el cansancio...

La soledad en el camino de la vida me hizo, a mi y a tantos otros, pensador, quizás contradictorio y asistemático, como dicen que fue Cioran. Fui, como Evola, reflexionando hasta edificar una poesía de la existencia sobre las montañas del mundo, y ello me hizo, algunas veces -solo circunstancialmente- ser ese privilegiado que abandonaba el envoltorio físico de «lamentable animal humano» lleno de petulancia e imperfección, para acercarme al místico que toca a la «bondad», como un profundo «anhelo» que nunca puede llegar a alcanzar.

Las cimas de la tierra me han hecho rico. Me han enseñado la permanente necesidad de «renovación espiritual» La luz de la vida sigue viniendo de lo alto.

Mi experiencia, camino de la obra de arte

En pocas ocasiones he pensado en mi pasado, siempre ocupado en mi permanente presente, que llega hasta el futuro. Mi vida impelida por la urgencia «orteguiana» y fascinante, me hizo perder el sentido del tiempo. Solo de vez en cuando he recordado sucesos de mi vida, evocando en alguna conferencia pública mis hondas «vivencias» en la montaña. En ese estado casi «hipnótico» es cuando valoro la profundidad y la gravedad de lo vivido, y solo entonces he sentido los escalofríos del peligro y de la muerte, especialmente en las caídas en los abismos. Convendría, quizás, aclarar que un escalador de montañas tiene que ser firme y seguro, y que la caída es un error imperdonable, al ser víctima de la propia intransigencia, de la extenuación, o de transgredir esas normas de prudencia, imposibles por otra parte de cumplir siempre. Caerse es fracasar, soltarse por torpeza o falta inexcusable de destreza.
Después de tantos años surcando la peligrosa y maravillosa senda hacia la cima, mi sorpresa es seguir vivo... haber podido sobrevivir, y esto constituye mi mayor orgullo: la supervivencia. Estoy por tanto muy agradecido a Dios y quizás también a los designios de mi «destino» de explorador de las montañas, tantas veces expuesto a las «penumbras» de la muerte. He sido indultado una decena de veces, en los más apartados rincones de la orografía de la Tierra, perdonado «in extremis», a diferencia de tantos otros, espléndidos compañeros de la ilusión, que se quedaron inertes en tantas paredes y glaciares... He flotado ante avalanchas de nieve en el Cotopaxi, en el Annapurna, en el Everest... He podido resistir a peligrosas alucinaciones «hipnagógicas» durante varios días en el Aconcagua, pérdido y asfixiado por las desiertas quebradas... En las islas Sethland, en la Antártida, perdí la memoria de dónde me encontraba, mientras atravesaba la isla Rey Jorge. El volcán Sangay, en la amazonía ecuatoriana, explotó encontrándome muy cerca del cráter, contemplando horrorizado la lluvia de «bombas» volcánicas que destrozaban lo que me rodeaba... Agotamientos extremos, infartos cardiacos en las alturas del Himalaya...(Expedición de la Universidad Complutense al Everest 1992)
A medida que el hombre se acerca a la muerte va perdiendo el miedo, aceptando el fin...
«Al aprender a conocer la muerte, aprendí a conocer algo más la vida».
Cayendo... entre una intensa agitación nerviosa, sin sentir el dolor físico de los fuertes golpes, se incrementa la actividad cerebral, iluminándose un ámbito nuevo, antes desconocido (pensamientos rápidos, inconclusos, sensación de estar fuera del propio cuerpo) de ampliación de conciencia. Después llega el silencio, el fin, la paz tras la enorme liberación de adredalina.
En 1969, escalando la famosa pared norte del Eiger (durante varias décadas fue considerada la pared más difícil y peligrosa de la Tierra) viví la sensación de estar llegando al límite de mi resistencia. Caí, en un descuido, por el inmenso precipicio cuando la dificultad disminuyó y descuidé la guardia del «cuidado extremo»; la caída me parecía larga y había aceptado mi suerte; ya no esperaba nada más que el brutal golpe contra las rocas 1.500 metros abajo; entonces quedé suspendido de la cuerda, colgado de la única clavija existente, un pequeño «sacacorchos» que resistió milagrosamente. Volví inmediatamente a la escalada de los difíciles pasajes de la «Rampa», de los que mi memoria, curiosamente, no guarda ningún registro, quizás o a pesar de la intensidad desesperada de mi vivencia, posiblemente a consecuencia del «miedo» soportado. Todavía hoy no he conseguido reencontrar aquellas largas horas posteriores a mi caída.
En 1971, descendiendo del Monte Olivia, en la Tierra del Fuego, (Expedición solitaria recorriendo los Andes de Norte a Sur) me confié y caí por un pasillo helado de más de 300 metros, yendo a quedar mi maltrecho cuerpo sin sentido, al borde mismo del hondo precipicio rocoso. Esta caída fue registrada totalmente por mi cerebro, en la que fui gritando horrorizado, visualizando escenas de mi vida pasada y sintiendo los terribles golpes...
La afanosa búsqueda de la libertad es poco compatible con la seguridad, llena de curiosas y extrañas sensaciones: ruidos desconocidos, sentimientos de plenitud, alucinaciones y euforias. Desde la cima la perspectiva de la vida es muy diferente a la de la vida en los llanos. Ya me lo dijo un día en Avila, el poeta Muños-Quiros, premio V. Aleixandre:
“ Seas bienvenido andarín de los desiertos de piedra, porque te ha sido propicio el camino, y en el deseo de sobrellevar los esfuerzos del empeño, llegas, asumes la indomable pasión de coronar la dificultad vencida. Ejemplo eres, porque como la vida, la montaña es una soledad que se aprende despacio...”
Las cimas son las cumbres de la Tierra y los rincones mágicos del Planeta. Es allí en donde vemos los errores del pasado y miramos al futuro, aprendemos a vivir siendo espectadores de nuestra propia existencia, además de protagonistas, perdonando a nuestros enemigos y queriendo más a nuestros amigos. Es sobre esos precipicios de Montserrat, de la Patagonia, o de las luminosas montañas del Sáhara, en donde surge en nuestra alma esos destellos de luz que explican la vida, dejando la ira, el odio, el yo y el miedo, concentrándonos en la esencia. Entonces, más delgados y desproteinizados, nos damos cuenta de que somos más espíritu que cuerpo.

Permanente renovación espiritual.

Mi juventud física se fue escalando las montañas de la Tierra, viendo que en cada cúspide mágica ganaba nuevamente la juventud eterna, la de la mirada aguda, la que mantiene el aura de la honestidad, del ser que ya no tiene miedo, más allá de nosotros mismos.
Las cimas de la Tierra me han hecho rico. Me han señalado la necesidad de permanente renovación espiritual, y si Dios así lo permitiera, todavía deberé escalar montañas como el Tronador, los volcanes Terror y Erebús de la Antártida, el Puntiagudo, en los Andes, el Mayón de Albay en Filipinas, el Monte Robson, en las Rocosas, el Ararat, en Armenia, el AmaDablan, en el Himalaya... y tantos «cervinos» de la ilusión, y fuentes de la ansiada inmortalidad.
Ascético rigor. Mundo erguido hacia el cielo. Refugio de lo sobrenatural, de lo sagrado, de lo mítico...
Aquellas aventuras han dejado en mi la alegría imperecedera del recuerdo, que cada día quiero incrementar, para comunicarlo a esta sociedad que necesita estas andanzas del espíritu... Las líneas de las cimas son imprescindibles para acceder a otros conocimientos del alma, de la mente y de la vida... No me importa verme envuelto en el que aumenta la segregación de jugos gástricos, que impone un mayor funcionamiento hepático y renal con una gran dilatación arterial. De pronto se domina de golpe, un ámbito desconocido en el que se aceleran las ideas y los pensamientos, tomándose decisiones urgentes...
Yo también creo como Jünger en las «élites» formadas en el dolor. Yo también me crezco en la tempestad, como tantos otros exploradores de la geografía de la vida. Primacía de la conciencia sobre el ser. Quién no ha sufrido no ha tenido verdadera conciencia de sí mismo.
¿Es la exploración y el alpinismo la eterna búsqueda del hombre?
Cuarenta noches colgado de las Torres de Baltoro, o de las paredes de Yosemite, o recorriendo las insanas alturas del Himalaya... ¿Qué es lo que el hombre busca en su permanente caminar?
“No tengas miedo a nada y un día la luz será tuya”, me dijo León Felipe, una tarde en la ciudad de México: «Tira la poesía al viento» Al viento de la cima.
De la Nada a la Vida, de la Vida a la Cumbre, y de la Cumbre al Misterio.

1 comentario :

  1. Me gusto mucho tu Blog la verdad a mi me agrada bastante viajar a las cierras del norte de mi ciudad, es una experiencia única e inigualable, muchas felicidades y espero que sigas haciendo lo que tanto amas.

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