La necesidad de hacer alpinismo
¿Es un riesgo inútil? ¿Es un compromiso absoluto?
¿O somos los alpinistas seres a la deriva, víctimas de una poderosa corriente que nos arrastra?
Parece ser cierto que las actividades difíciles, y aún extremas, son las que más enseñan a los hombres a saber cómo y quiénes somos, al sernos descubiertos muchos secretos que para la mayoría de los humanos permanecen ocultos. A cambio está la posibilidad cercana de perderlo todo, viviendo el desasosiego, a veces poco perceptible ante la posibilidad de la muerte.
¿El alpinismo podría ser, por el contrario, el gran hallazgo de una realidad universal que los hombres vienen buscando en los últimos siglos? Esa pasión poderosa que otorga sentido a la existencia.
“Todo lo que hagas hazlo con pasión” decía Tomaz Humar, el gran alpinista que encontró la muerte escalando solo en el Langtang Lirum.
¿Es el riego la esencia de la aventura de la vida?
¿Dónde deberíamos situar los límites del riesgo?
¿Hasta dónde y hasta que medida o situación podemos admitir esos límites?
¿Morir por la cima? ¿A qué edad?
El gran alpinista Pierre Mazeaud, superviviente del drama del Pilar Freney (1961) expresó que a partir de los 35 años, los alpinistas tenían más posibilidades de sobrevivir.
El alpinismo es, como se ha descrito en varios apuntes de este ensayo, una aventura fenomenológica –la vida viviente- un sentimiento más allá de los límites de la experiencia y por ello trascendental y puramente metafísico.
El paso del tiempo y la cuesta de la vida
¿Se ven las montañas, las paredes y las vertientes de forma distinta en la edad juvenil que en la madurez?
¿Por qué los precipicios me parecen ahora profundos abismos?
¿Vivir es el único fin de la vida?
¿Sería ideal trascender sobre la vida, creando bienes más altos que la propia vida?
Vivir no es solo estar viviendo, sino tener conciencia de la vivencia.
La experiencia fenomenológica es la aprehensión de la esencia, la que se produce a través de la intuición, analizando las vivencias de la conciencia.
El alpinismo y la guerra
Dicen que también en la guerra el hombre se desnuda de su pasado para quedarse con lo esencial, viviendo la “esencia-vivencia” de una vida suspendida.
En ambos territorios morir es fácil, solo un instante y un tránsito.
Dios y el alpinismo
Di gracias a Dios por continuar escalando montañas y por ejercitar ese arte de nadar en los torrentes. Así sería más fácil poder ayudar a los demás en las dificultades de la vida… Y una vez más me confesé a mí mismo por tantos errores cometidos, regresando del infierno y aprendiendo a reencontrar el camino de la vida.
Solo aprenderíamos de la aventura, ese afán escondido en el fondo del alma.
Di gracias a Dios por tantas ayudas de Él recibidas, buscando el camino de mi casa, ofuscado y sin memoria, en numerosos atardeceres, después de caer.
(Del libro” Las Montañas del Alma” pendiente de edición)
¿Es un riesgo inútil? ¿Es un compromiso absoluto?
¿O somos los alpinistas seres a la deriva, víctimas de una poderosa corriente que nos arrastra?
Parece ser cierto que las actividades difíciles, y aún extremas, son las que más enseñan a los hombres a saber cómo y quiénes somos, al sernos descubiertos muchos secretos que para la mayoría de los humanos permanecen ocultos. A cambio está la posibilidad cercana de perderlo todo, viviendo el desasosiego, a veces poco perceptible ante la posibilidad de la muerte.
¿El alpinismo podría ser, por el contrario, el gran hallazgo de una realidad universal que los hombres vienen buscando en los últimos siglos? Esa pasión poderosa que otorga sentido a la existencia.
“Todo lo que hagas hazlo con pasión” decía Tomaz Humar, el gran alpinista que encontró la muerte escalando solo en el Langtang Lirum.
¿Es el riego la esencia de la aventura de la vida?
¿Dónde deberíamos situar los límites del riesgo?
¿Hasta dónde y hasta que medida o situación podemos admitir esos límites?
¿Morir por la cima? ¿A qué edad?
El gran alpinista Pierre Mazeaud, superviviente del drama del Pilar Freney (1961) expresó que a partir de los 35 años, los alpinistas tenían más posibilidades de sobrevivir.
El alpinismo es, como se ha descrito en varios apuntes de este ensayo, una aventura fenomenológica –la vida viviente- un sentimiento más allá de los límites de la experiencia y por ello trascendental y puramente metafísico.
El paso del tiempo y la cuesta de la vida
¿Se ven las montañas, las paredes y las vertientes de forma distinta en la edad juvenil que en la madurez?
¿Por qué los precipicios me parecen ahora profundos abismos?
¿Vivir es el único fin de la vida?
¿Sería ideal trascender sobre la vida, creando bienes más altos que la propia vida?
Vivir no es solo estar viviendo, sino tener conciencia de la vivencia.
La experiencia fenomenológica es la aprehensión de la esencia, la que se produce a través de la intuición, analizando las vivencias de la conciencia.
El alpinismo y la guerra
Dicen que también en la guerra el hombre se desnuda de su pasado para quedarse con lo esencial, viviendo la “esencia-vivencia” de una vida suspendida.
En ambos territorios morir es fácil, solo un instante y un tránsito.
Dios y el alpinismo
Di gracias a Dios por continuar escalando montañas y por ejercitar ese arte de nadar en los torrentes. Así sería más fácil poder ayudar a los demás en las dificultades de la vida… Y una vez más me confesé a mí mismo por tantos errores cometidos, regresando del infierno y aprendiendo a reencontrar el camino de la vida.
Solo aprenderíamos de la aventura, ese afán escondido en el fondo del alma.
Di gracias a Dios por tantas ayudas de Él recibidas, buscando el camino de mi casa, ofuscado y sin memoria, en numerosos atardeceres, después de caer.
(Del libro” Las Montañas del Alma” pendiente de edición)
No hay comentarios :
Publicar un comentario