CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

viernes, 11 de enero de 2013

- SIETE AÑOS EN EL TIBET (Prólogo) HEINRICH HARRER

SIETE AÑOS EN EL TIBET (Prólogo)
HEINRICH HARRER

Todos nuestros sueños empiezan en la juventud. De niño descubrí que los éxitos de los héroes de nuestra época eran mucho más estimulantes que lo que se aprendía en los libros. Imitar a esos hombres que salían a explorar nuevas tierras, o que con esfuerzo y sacrifio se entrenaban para convertirse en campeones en el ámbito del deporte, en los conquistadores de lasgrandes cumbres, se convirtió en la meta de mi ambición.

Sin embargo, me faltó el asesoramiento y la guía de consejeros experimentados, con lo cual desperdicié muchos años antes de darme cuenta de que no hay que perseguir varios objetivos a la vez. Fui probando distintas clases de deportes, sin conseguir el éxito que hubiera podido satisfacerme. De modo que al final decidí concentrarme en aquellos dos que siempre había amado por su proximidad a la naturaleza: el esquí y el montañismo.

Yo había pasado la mayor parte de mi infancia en los Alpes, y ocupaba gran parte del tiempo que me dejaba libre la escuela practicando el montañismo en verano y esquiando en invierno. Mi ambición se vería espoloteada por algunos pequeños éxitos, y el 1936, después de unos duros entrenamientos, conseguí una plaza en el equipo olímpico austríaco. Un año después sería el ganador en carrera de descenso en los campeonatos del mundo universitarios.

En estas competiciones yo experimentaba el gozo de la velocidad y la espléndida satisfacción de una victoria en la que había puesto lo mejor que tenía dentro de mí. Pero la victoria sobre los rivales humanos y el reconocimiento público de mis éxitos no me dejaban totalmente satisfecho.

Empecé a sentir que la única ambición que merecía la pena era medir mis fuerzas contra las montañas. Así que durantes meses enteros practiqué sobre roca y hielo, hasta que logré estar en tan buena forma que ningún abismo me parecía infranqueable. Sin embargo, tuve dificultades a la hora de luchar contra mi propia experiencia, y hube de pagar por ello. En una ocasión caí desde una altura de cincuenta metros y se debió tan sólo a un milagro que no perdiera la vida. Aparte de que, por supuesto, constantemente sufría otros accidentes de menor importancia.

Regresar a la vida universitaria siempre significaba una gran sacudida. Sin embargo, no debería quejarme, ya que tuve la oportunidad de estudiar todo tipo de obras sobre montañismo y viajes. Y mientras leía esos libros, en mi mente crecía, en medio de todo un conjunto de vagos deseos, la ambición de llevar a cabo el anhelo de todo escalador: formar parte de una expedición al Himalaya.

Pero ¿cómo se atrevía un jovenzuelo desconocido como yo a alentar unos sueños tan ambiciosos como esos? Para viajar al Himalaya había que ser o muy rico o pertenecer a la nación cuyos hijos en esa época todavía tenían la oportunidad de que les destinaran al ejército en la India. Para alguien que no era ni inglés ni rico, tan sólo había un medio. Tenía que aprovechar una de esas raras oportunidades que se presentan a los profanos y hacer algo que imposibilitara que desestimaran mis exigencias. ¿Pero qué proeza podía introducirme en esta categoría Todas las cumbres de los Alpes se habían escalado hacía tiempo, e incluso las aristas y paredes rocosas más difíciles habían cedido ante la increíble habilidad y arrojo de los montañeros. ¡Pero alto! Todavía había una cima sin conquistar, la más alta y más peligrosa de todas: la pared norte del Eiger. (EN LA PARED NORTE DEL EIGER)
Aquellos 2.042 metros de pura pared rocosa nunca se habían logrado escalar hasta la cumbre. Todos los esfuerzos habían fracasado, y muchos hombres habían perdido la vida en el intento. Habían surgido un montón de leyendas en torno a esta monstruosa pared, y al final el Gobierno suizo prohibío que los alpinistas intentaran su escalada.

Sin duda ésta era la aventura que yo andaba buscando. Si lograba abrirme paso entre las defensas todavía vírgenes de la pared norte, conseguiría el derecho legítimo, por así decirlo, a que me seleccionaran para una expedición al Himalaya. Reflexioné mucho respecto si debía intentar este reto casi desesperado. De cómo conseguí escalar con éxito la temible pared en 1938, junto a mis amigos Fritz Kasparek, Anderl Heckmaier y Wiggerl Vörg, ya se ha escrito en varios libros.

Después de esta aventura, pasé el otoño en continuo entrenamiento, con la esperanza siempre en mente de que me invitaran a unirme a la expedición al Nanga Parbat que planeaban realizar durante el verano de 1939. Al parecer tendría que seguir esperando, pues pasó el invierno y nada ocurrió. Fueron otros los seleccionados para explorar la fatídica montaña del Cachemira. De modo que, con el ánimo por los suelos, tuve que contentarme con firmar un contrato para participar en el rodaje de una película sobre esquí.

Los preparativos estaban ya bastante adelantados cuando, de pronto, recibí una llamada telefónica. Era la invitación, largamente deseada, para tomar parte en la Expedición Himalaya que iba a salir dentro de cuatro días. No necesité meditarlo. Rompí el contrato sin vacilar ni un segundo, viajé hasta Graz, pasé un día empaquetando mis cosas, y al día siguiente ya estaba en marcha hacia Amberes con Peter Ausfschnaiter, jefe de la expedición alemana al Nanga Parbat, Lutz Chicken y Hans Lobenhoffer, los otros miembros del grupo.

Hasta ese momento se habían producido cuatro intentos para escalar ese montaña de 8.125 metros, pero todos habían fracasado. Dado que éstos habían costado muchas vidas, se había decidido buscar una nueva ruta de escalada, y ésta iba a ser nuestra misión. El ataque a la cumbre se planeó para el año siguiente.
En esta expedición al Nanga Parbat sucumbí al encanto del Himalaya. La belleza de esas montañas gigantescas, la inmensidad de las tierras que divisan abajo y la peculiaridad de la gente de la India..., todo esto influyó en mi mente como un hechizo.

Desde entonces han transcurrido muchos años, pero nunca he logrado desligarme totalmente de Asia. De cómo ocurrió todo esto y a qué condujo es lo que he intentado narrar en este libro, y como carezco de experiencia como escritor, he tenido que contentarme con describir los hechos sin ningún tipo de adorno.

www.harrerportfolio.com

No hay comentarios :

Publicar un comentario