CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

sábado, 18 de enero de 2014

- PRIMERA PARTE: DOCTRINA - SOBRE LA MONTAÑA, EL DEPORTE Y LA CONTEMPLACIÓN (MEDITACIONES DE LAS CUMBRES)




- PRIMERA PARTE: DOCTRINA  (Capítulo 9):
- SOBRE LA MONTAÑA, EL DEPORTE Y LA CONTEMPLACIÓN  (1942)
(MEDITACIONES DE LAS CUMBRES) Julius Evola 


En un boletín de un Centro Alpinista Italiano de Roma y de Milán he podido captar el principio de una polémica, y quiero aprovechar la ocasión para exponer algunas consideraciones de orden general, lejos de la intención de alimentar esta polémica, no guiándome otro deseo que servir de orientación para una cierta clase de nuestros lectores.

Se trata del sentido del verdadero alpinismo. Carlo Anguissola d'Emet he tomado posición contra una interpretación tecnicista, que se define con frases como ésta: «No puede ser un verdadero alpinista quien no ama, no capta, no comprende el quinto o el sexto grado (se trata de las graduaciones convenidas para las dificultades de ascenso en paredes rocosas). No es alpinista quien no parte cargado de cuerdas, clavos, ganchos, mosquetones, piolets, plumones, etc. No es alpinista quien no sabe lo que son los vivacs en la roca, ligado a los clavos, en los sacos plumones, bajo el peso del agua o de la tormenta, esperando el alba». Anguissola deplora que en las revistas que se ocupan de temas montañeros se dé siempre más relieve a este aspecto técnico, que no se hable más que de la «directísima», de tal grado de dificultad, etc. Se le añade, en otro plano, un cierto snob de la montaña: es proprio de una juventud «de jerseys de colores vivos, pipa en la boca, de tal o cual escuela alpinista o de esquí, de la fraseología usada en las largas discusiones sobre la técnica de la escuela de Casati o de la Val Rosandra».

La misma persona admite sin más la «utilidad de ciertas nociones de escalada». Pero encuentra que con el tecnicismo se mata el aspecto cualitativo del alpinismo y, sobre todo, se sofoca su carácter de espontaneidad, de sinceridad, de originalidad. Todo lo que es contemplación y contacto directo con una de las formas más gradiosas de manifestarse la naturaleza no puede de dejar de resultar menguado. En el fondo, es sólo el aspecto americanizado del record lo que acaba por parecer importante. Y, por tal camino, se va a suponer que el verdadero alpinista es de los que aman la montaña en todas sus formas, no porque sea necesariamente el Cervino, la cima grande de Lavaredo o una determinada pared Norte, y que aun cuando se hagan milagros de resistencia al superar cualquier obstáculo, debe mantenerse siempre en primer plano el interés contemplativo y el impulso para tomar contacto con un mundo apto a desmentir lo que de gris y mecánico tiene la ciudad.

A Anguissola, en el boletín antes mencionado, le ha rebatido Pompeo Marimonti. En esencia, él ha dicho que una polémica de este género le parece superada. Por su cuenta, sólo se ha limitado a indicar «cómo se desarrolla y qué cosa se entiende por una gran empresa de escalada». Después cita estas palabras de Emilio Comici: «es preciso colocarse ante una gran pared de quinto o sexto grado de dificultad para sentirse verdaderamente atenazado por la poderosa montaña. Quien no lo ha experimentado no lo puede juzgar. Nosotros no vamos por la montaña solamente para hacer alpinismo contemplativo... Esto sólo ocurre en los dias de reposo, cuando, en la contemplación, soñamos con una conquista bella y difícil». Estas palabras definen, para Marimonti, al tipo más completo de alpinismo. «Pero no todos los que van a la montaña poseen las cualidades necesarias para comprenderlo». En su opinión, los que «frecuentan con provecho escuelas y cursos de alpinismo».

Subsiste, pues, un cierto contraste de puntos de vista. A los fines de una aclaración, prevengamos ante todo un equívoco, reconociendo y deplorando honradamente, con Marimonti, la existencia de una literatura alpinística «que, la mayor parte de las veces representa solamente una manera retórica más que un sentimiento verdadero». La montaña como lugar ideal para un alma dulce y poética, amante del alba rosada y de las noches lunares, pertenece efectivamente a una generación que hoy muy pocos sienten aún y que enlaza con los residuos del sentimentalismo y del romanticismo burgués. Verdaderamente, a nosotros la montaña nos parece el mejor antídoto contra semejantes desviaciones, porque en pocas manifestaciones suyas como en el caso de la montaña da la naturaleza el sentido de lo que en su grandeza, en su pureza, en su potencia y en su primordialidad es superior a las pequeñas vicisitudes de los hombres, a los sentimentalismos y a los artificiales lirismos de los mismos. Y, en nuestra opinión, una tal «catarsis», un tal desprendimiento del Yo del mundo augusto de la simple subjetividad y de sus apéndices literarios y psicológicos, debiera ser el primer efecto saludables de la práctica del auténtico alpinismo y la razón por la cual el alpinismo, en su esencia, debe ser, para los mejores, como algo muy superior a un simple «deporte».

¿Se trata, aquí, de contemplativismo? Es preciso entenderse. Esta palabra tiene significados diversos. El más corriente es el más profanado: contemplación significa más o menos divagación de la fantasía, un pasivo mecerse en las impresiones y en las resonancias de un espectáculo dado. Pero originalmente, en cambio, la contemplación se refería a la ascesis y significaba algo muy diferente: representaba una esfera superior a la «vida activa» (en ciertos casos, floreciente como culminación de ésta) caracterizada por la superación del pensamiento puramente humano e individual. El correspondiente término griego theoria implica, antes bien, una verdadera, y propia realización o identificación que quiere decir: la conciencia que vive directamente en su objeto. Hablando de una «catarsis», de una purificación de aquello que es subjetivo, sentimental y burgués a causa de la práctica del montañismo, en el fondo esto se puede verdaderamente referir a este segundo, más original y más severo significado del elemento «contemplativo».

Pero aquello que debe pedirse a cuantos, hoy, van a la montaña, es que posean las cualidades necesarias para comprender o, mejor, para acoger a esta fuerza transformadora de la experiencia de la misma montaña y que estén dispuestos a concentrarse en la preparación técnica ante el peligro y en el amor a la fatiga y al riesgo, despreciando los placeres contemplativos (los cuales, como parace deducirse de las palabras antes citadas, se reducen al «sueño de una bella y difícill conquista en los días de reposo»). El punto de vista justo parece, aquí, ser el de arriba, es decir, que es preferible un exceso que un defecto.

Nosotros creemos que en la montaña acción y contemplación deben ser dos elementos inseparables de un todo, fuera del cual pierden inmediatamente su específico y más alto significado. Para comprenderlo, tomemos los dos términos aisladamente y llevemos la cosa hasta el absurdo. El límite de una contemplación sin acción podría muy bien llevarse a cabo en un aereoplano. Cómodamente sentados en los saloncitos caldeados de un aparato de la línea Venecia-Munich, o Venecia-Viena, volando a cinco o seis metros de altura, especialmente en invierno, se puede gozar de un tal espectáculo cíclico y «oceánico» de los Alpes y de los cielos, que hacen palidecer las «contemplaciones» (en sentido restringido) que uno puede ofrecerse desde las más excelsas cimas alpinísticamente alcanzadas.

En cuanto a la simple «acción», sin contemplación, pensemos en ciertos equilibrismos sobre los rascacielos americanos y en ciertos espectáculos de trapecios circenses, en los que todo depende del exacto impulso calculado hasta la fracción de segundo. Nos preguntamos si, respecto a la disciplina ante el peligro, al control de los reflejos, a la técnica, las escuelas de escalada pueden ofrecer algo más. Está claro, pues, que las dos cosas, en sí mismas, tienen un valor relativo: el alpinismo es una cosa importante, seria, educativa en un sentido superior y no solamente profano y moderno, sólo cuando lleva a cabo una especial acción que extrae su sentido de una contemplación y una especial contemplación que extrae su sentido de una acción.

Que el tecnicismo del alpinismo moderno, enfocado sobretodo a la búsqueda del record, a la caza de la máxima dificultad, de la pared nunca escalada aún cuando la cima sea de fácil acceso por el otro lado, etc. - que tal tecnicismo, con su inevitable mecanicismo, representa por sí mismo una regresión respecto al ideal totalitario ahora enunciado – ello parece difícilmente contestable. Lo que espiritualmente puede dar la montaña porque, por así decirlo, se siente escogido y llamado por ella, nosotros creemos que ninguna escuela y ninguna técnica del quinto o sexto grado puede darlo. En realidad, ya la repetición y la práctica conducen fatalmente a un embotamiento de la sensibilidad. El recuerdo de nuestras propias experiencias personales así lo demuestran.

Escalando cimas y glaciares, con un mínimo de conocimientos técnicos puede llegar un día en que, creada la routine, la técnica domine al miedo y el ánimo adriestre en ocuparse esencialmente de la mejor resolución, momento a momento, del problema teórico impuesto por las sucesivas escaladas en el hielo o las consiguientes subidas por las rocas. Es, éste, un método que sirve mucho para adriestrar «deportivamente» y para educar el cuerpo y los nervios, pero que fatalmente lleva a una extinción de la experiencia espiritual de la montaña y también a una minimización de aquellas posibilidades de «catarsis» que puede, según hemos dicho, contener. No se cambian las cosas hablando de la montaña como «gran escuela de coraje, escuela de alpinos escaladores y alpinistas especializados en las empresas». Estas son meras especializaciones, que naturalmente tienen su alto valor, pero en su campo. Aquí la montaña se concibe simplemente como la dificultad X que debe ser superada con medios adecuados de acuerdo con una especial forma de acción directa con fines precisos. Y, cual es la acción guerrera. Este es un ámbito bien circunscrito, en el cual no tienen razón de ser consideraciones de orden superior.

Esto aparte, es, no obstante, un hecho que entre las últimas generaciones aparecen evidentes síntomas de materialización y de mecanización del alpinismo, a los cuales -con especial referencia a la manía del record y de lo dificil por lo difícil- no es ajena una cierta influencia de la mentalidad americana y de su frívolo activismo. Otro peligro – debido a otros factores- es el «colectivista», es decir, el fenómeno «masa» que invade las mismas montañas con inevitables consecuencias de «aplebeyamiento» y de pérdida de la calidad (calidad espiritual, bien entendida, como nivel y valor de una experiencia, y no calidad como capacidad del sexto grado, superior al tercero). Hay, en fin, un snobismo especial, el de aquellos que adoptan la actitud de un Trenker (1), con una mezcla de falsa simplicidad y obstentación.

Es así como en la montaña – especialmente en las estaciones obligadas – se acaba ya por no encontrar demasiado «sitio». Será por ello una gran fortuna si los mejores elementos consiguen superar las desviaciones ya indicadas y encontrar en las montañas y en las cumbres el camino de una experiencia positivamente integral, de una especie de silenciosa ascesis y de una liberación interior. Esto, si se quiere, en el fondo no va a excluir nada. El problema se refiere esencialmente al punto de referencia.

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