EL HOMBRE DE LA TRADICIÓN (II): LA NATURALEZA.
Por Eduard Alcántara
En épocas en las que se hace tanto uso, desde diferentes posiciones, del término ´ecologismo´ no podemos por menos que dar unas pinceladas acerca de cómo el Hombre de la Tradición –y aquél que aspira a serlo y pugna por ello- concibe y encara a la naturaleza. Y lo vamos a hacer iluminándonos con una serie de significativas citas de autorías diversas, tal como una anónima que reza así:
«Lo secreto habita en el corazón de la apariencia, y lo conocido no es más que un aspecto aparente de lo desconocido».
Cita, ésta, en la que, por una parte, debemos equiparar la ´apariencia´ y a lo ´conocido´ con la naturaleza sensible (la que pueden aprehender nuestros sentidos) y, por otra parte, hemos de entender a lo ´secreto´ y a lo ´desconocido´ con la dimensión sutil de la realidad y, asimismo, con el Principio Primero Eterno e Incondicionado que se halla más allá y en el origen de todo el mundo manifestado.
Una vez establecidas estas equivalencias hemos de tener en consideración que al encontrar el origen del cosmos (de la naturaleza) en el Principio Supremo Inmanifestado la belleza de la naturaleza sensitiva no puede por menos que ser un reflejo de la perfección intrínseca de dicho Principio. Por ello el Hombre Tradicional percibe en la armonía y belleza de lo natural un símbolo de la perfección del Uno original Inmutable.
En la línea de la equiparación de la belleza de la naturaleza con la perfección del Principio Trascendente encontramos un axioma que nos dejó el Tradicionalista suizo Frithjof Schuon y que decía que “el reflejo de lo Supraformal no es lo informal sino, al contrario, la forma perfecta” que -comentamos nosotros- contemplamos en la naturaleza.
Siguiendo las líneas de correspondencias, apuntadas arriba, entre lo físico y lo metafísico se debe buscar el origen de las dinámicas del mundo sensible en fuerzas de carácter Suprasensible como, por ejemplo, aquéllas que forman parte de una fisiología sutil que se halla en la base del funcionamiento del cuerpo humano. En este orden de ideas debemos de concebir, de igual modo, lo estético de la naturaleza como reflejo de la armonía con la que actúan aquellas fuerzas sutiles que forman el entramado metafísico del cosmos.
Si hemos comentado que para el Hombre de la Tradición la naturaleza debe ser percibida como un reflejo de lo Superior no puede ser de otro modo que la contemple como un símbolo de lo sagrado y, en definitiva, como un símbolo sagrado; siempre recordando que la etimología del término ´símbolo´ deriva del vocablo griego ´symbolos´, esto es, ´lo que une´ (lo de abajo con lo de arriba), en contraposición con la palabra ´diabolos´, o sea, ´lo que se opone, lo que separa´. En este orden de ideas atentar contra la naturaleza equivale a atentar contra lo Sacro del que procede por emanatismo y con el que debe estar indisociablemente unido.
Al margen de cualquier desviación panteísta de divinización de la naturaleza y en la línea simbólica que acabamos de mencionar expresaba Julius Evola que “lo que más distinguió al mundo precristiano, en todas sus formas normales, no fue la divinización supersticiosa de la naturaleza, sino un entendimiento simbólico de ella, en virtud de lo cual cada fenómeno y cada evento aparece como la revelación sensible de un mundo Suprasensible“.
El origen Supranatural de la naturaleza y la certeza que siempre ha tenido la Tradición de que en el cosmos no sólo existe una realidad física sino también otra sutil que desentraña el origen profundo de la vida de los seres vivos o de las dinámicas de los fenómenos naturales nos llevan a detenernos en una líneas que escribió Julius Evola, en 1.955, para la revista “Est and West” en el contexto de un artículo al que tituló “El secreto de los Vedas” y en las que decía que “según la feliz fórmula de Mircea Eliade, para la humanidad de los orígenes ´la naturaleza no era nunca natural´ y en las imágenes y hechos materiales reales había encerrado un significado superior y profundo, unas veces advertido a nivel instintivo como un presentimiento, otras visto con mayor consciencia.“
Es, en otro orden de cosas, el Iniciado el que puede aprehender con mayor consciencia ese significado Superior oculto en la naturaleza y es él el que puede arribar a la gnosis de los misterios que se hallan en el mundo manifestado y más allá del mismo. Para ello debe partir de la realidad física (la naturaleza) para, a partir de ésta, ir adentrándose en el Conocimiento de la realidad sutil y, incluso, más adelante a la Gnosis de lo Absoluto Incondicionado y a su transmutación interior Liberadora. Y el hecho de que deba partir de la realidad física corrobora estas palabras, si acaso formuladas desde la mera intuición, del arquitecto Antonio Gaudí de que: “el gran libro, siempre abierto y que tenemos que hacer un esfuerzo en leer, es el de la Naturaleza, y los otros libros se toman a partir de Él, y en ellos se encuentran los errores y malas interpretaciones de los hombres“, pues, añadimos nosotros, estos otros libros pueden contener elementos espúreos frutos del pensamiento del hombre, de sus especulaciones y de sus construcciones mentales abstractas reñidas con la realidad en sus diferentes planos.
Que lo natural es un reflejo y, a la vez, una emanación de lo Sobrenatural y que el discurrir de la vida y de los fenómenos naturales es posible por la acción de las fuerzas sutiles o numens que componen el cosmos nos lo confirma Julius Evola -en un escrito que lleva por título “Virilidad espiritual. Máximas clásicas“- cuando escribe que “según la visión clásica, toda la realidad sensible no es más que una pálida imitación y, por así decir, la exteriorización de un mundo de potencias vivientes“.
Ésta es, y no otra, la apreciación holística que la Tradición siempre ha tenido con respecto a la naturaleza. Una apreciación, pues, de carácter sacro que nada tiene en común con las interpretaciones profanas tan al uso hoy en día desde diferentes posiciones, sean las ecologistas naturalistas, sean aquéllas vinculadas a esa falsa espiritualidad representada por la New Age o sean otras de carácter bucólico-sensiblero. La Tradición, por su carácter holístico, al contrario de estas tendencias de la modernidad, rechaza cualquier visión de lo natural amputada de sus conexiones Superiores -ya sean las de tipo sutil o ya sea la Trascendencia Incondicionada- y concibe a la naturaleza como si se tratase de una especie de trampolín hacia lo sagrado desde el que se pueden impulsar aquellos seres dotados de una especial potencialidad espiritual y de una voluntad inquebrantable para recorrer los caminos que enaltecen y Liberan al Hombre.
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