CITAS Y AFORISMOS
"Es una experiencia verdaderamente fascinante, te olvidas de todo, de todas las preocupaciones, de todos los problemas, toda tu atención se centra en no caerte, es un deporte en el que interviene todo el cuerpo. Produce una enorme sensación de libertad sentirse tan cerca de las rocas, de la naturaleza, de las montañas, cuando alcanzas la cima sientes tal felicidad que quieres volver a experimentar esa sensación lo más a menudo posible".
Leni Riefenstahl

viernes, 20 de enero de 2012

- EL INTENTO DE 1937, POR LUDWING VÖRG (CAPÍTULO IV DE VIII)

EL INTENTO DE 1937
Por Ludwig Vörg



Encontrándonos todavía en el Cáucaso, nos enteramos de las desgraciadas nuevas de la pared del Eiger. Pero de las circunstancias exactas y de las terribles pérdidas no tuvimos conocimiento hasta nuestro regreso a la patria. Estábamos convencidos de que debía hacerse algo para justificar el arrojo y el sacrificio de estos camaradas. Después del éxito conseguido en el Cáucaso, me consideraba llamado a abordar el problema y, en mi amigo Matthias Rebitsch de Brirlegg encontré el compañero adecuado.
Después de haber realizado el entrenamiento necesario, llegué a Grindelwald el 15 de julio, en medio de una torrencial tormenta, dispuesto a esperar a mi compañero. Inmediatamente me enteré, por medio de un empleado de los ferrocarriles federales suizos, de que ese preciso día, los dos alpinistas de Salzburgo Primas y Gollackner se habían lanzado a la conquista de la pared norte del Eiger.
Mientras buscaba un alojamiento barato, no podía dejar de pensar en los dos alpinistas de Salzburgo que, en este mismo instante, debían estar luchando duramente por sus vidas frente al brusco descenso de temperatura que se había producido. Cuando, al día siguiente, llegó Matthias Rebitsch de Brirlegg, seguía lloviendo ininterrumpidamente. Llovió a cántaros durante todo el día. La preocupación por nuestros camaradas iba en aumento. Por fin, al tercer día, escuchamos rumores de que un equipo de salvamento, compuesto por guías de Grindelwald, se había puesto en camino hacia el refugio Mittellegi.
Esta pared nordeste, que apenas tiene nada que ver con la pared norte propiamente dicha, había provocado bastantes sacrificios humanos en el curso de ese verano. Primero fueron los italianos quienes, por haber menospreciado la pared no se habían equipado convenientemente y, a 3.500 metros de altura atravesaban la cresta de Mittellegi. En el refugio Mittellegi, que se halla en la mencionada cresta, se encontraron completamente agotados y cayeron al valle.
Los dos alpinistas de Salzburgo se hallaban escalando esa pared nordeste el jueves, 15 de julio, el día en que yo llegué. Sorprendidos por el mal tiempo, instalaron un campamento a 3.500 metros para atravesar al día siguiente la cresta Mittellegi a 3.600 metros, por el mismo lugar que lo habían hecho los italianos El resto del camino se sirvieron de las cuerdas colocadas en la cresta. En esas cuerdas utilizaron sus últimas reservas de fuerzas. Un segundo vivac les debilitó hasta tal punto que resultaba impensable seguir adelante. Decidieron, pues, esperar a recibir socorro.
El domingo, 18 de julio, a mediodía, murió Gollackner de agotamiento. El lunes llegó el socorro de los guías de montaña de Grindelwald y descendieron con Primas, cuyos pies se habían congelado, por la cresta de Mittellegi.
Estas dos ascensiones de los camaradas de Italia y Salzburgo constituyeron medidas de entrenamiento y orientación para un posterior intento de ataque a la pared norte.

En cuanto escuchamos que se había visto descender a los alpinistas de Salzburgo por la pared, decidimos acudir en su ayuda. En nuestra opinión, si realmente se habían lanzado al descenso, los abundantes aludes de nieve recién caída les arrojarían al abismo. Así pues concebimos el plan de buscar detenidamente por la parte inferior de la pared el lunes, 19 de julio, o sea, cinco días después del comienzo de la escalada. Desgraciadamente, más tarde se puso de relieve que la noticia de que se habían lanzado al descenso y de que los guías estaban buscando detenidamente por la parte superior de la cresta de Mittellegi, era falsa. Los guías de Grindelwald partieron el domingo y no encontraron hasta el lunes a la desventurada expedición. A las 4, abandonamos, en compañía de los dos muniqueses Llebl y Rieger, la tienda que habíamos montado en Alpiglen el 18 de julio.
Después de hora y media, llegamos al pie de la pared atravesando extensos promontorios provocados por los aludes. Nuestra búsqueda de los desaparecidos resultó por el momento infructuosa, así que decidimos reconocer las paredes de roca que quedaban más arriba.
Muy pronto, un escalón en extraplomo de la pared nos cortó el hasta ahora rápido avance. Una chimenea en extraplomo, por la que una cascada helada se había abierto camino, nos condujo, después de empaparnos por completo, a una zona con cuerdas donde agarrarse. No pudimos descubrir ni rastro de nuestros dos compañeros de Salzburgo. El reloj marcaba ya las primeras horas de la tarde y, con el progresivo calor comenzaron a desprenderse desde lo alto de la cresta de Mittellegi trozos de la cornisa de nieve, que para nosotros se convertían en peligrosos proyectiles.
La retirada a través de la cascada y la barrera de hielo quedaba obviamente cortada. El plan primitivo de reconocer hoy únicamente el tercio bajo de la pared y llegar al refugio atravesando la cresta de Mittellegi. Un impracticable escalón de la pared encima nuestro nos obligó a realizar una singular travesía. Encordado, comenzó Rebitsch a atravesar una placa extremadamente vertical y lisa bajo un nuevo bautismo de agua helada. Los crampones crujían y rechinaban pero resultaban indispensables, pues la roca había ido desapareciendo paulatinamente bajo una capa de hielo cada vez más gruesa. En el rato que siguió, fuimos renovando por veintava vez las clavijas de los duros extraplomos de nieve, por lo que, para colmo, nos sorprendió la noche. 300 metros por encima de nuestras cabezas, pudimos distinguir al oscurecer el techo del refugio de Mittellegi, pero tuvimos que pasar la noche en la pared, con nuestra ropa completamente empapada, porque nos resultaba imposible salvar en la oscuridad los difíciles pasajes de hielo y roca que nos separaban del refugio.
Por ninguna parte encontramos un rincón adecuado, únicamente había pendientes de hielo. Con gran trabajo, conseguimos taladrar el reluciente hielo y preparamos un lugar para sentarnos. También cavamos una muesca para los pies. Además, clavamos unas cuantas clavijas más para hielo, para que nos sirvieran de seguro contra la caída mientras dormíamos.

A la mañana siguiente, atravesamos hasta la cresta y pudimos, al menos, secar nuestra ropa en el refugio. Por la tarde llegaron unos guías de Grindelwald con el totalmente exhausto Primas por la cresta de Mittellegi y nos informaron de que Gollackner había fallecido el domingo a cierta distancia de la cumbre. Entonces decidimos emprender al día siguiente el salvamento de Gollackner.
A las 6 de la mañana partimos del refugio de Mittellegi con el propósito de recoger al camarada muerto. En poco tiempo llegamos arriba y encontramos el cuerpo tan sólo a 150 metros de la cima. Ante nuestros ojos se presentó una triste visión, pues daba la sensación de que nuestro camarada estaba esperando tan sólo que le despertásemos y, sin embargo, sabíamos que la cruel pared se había vuelto a cobrar otra víctima.
También Gollackner murió con heroísmo por alcanzar una meta que, quizás a muchos hombres les parecerá un sacrificio demasiado elevado. El sentido, o mejor, el concepto del debe y el haber no se pueden razonar. Como descendiente de nuestros antecesores alpinistas quisiera remarcar cuan irresistible nos resulta el impulso de conquistar la última, la más poderosa pared de los Alpes.
Y un día nos encontramos en la cima del Eiger y alargamos las manos con inocente felicidad por encima de su victoriosa pared norte y es entonces cuando enmudecen las voces de los sentenciados ante la felicidad del éxito.
Después de poner a salvo, tras un penoso descenso, al infortunado Gollackner, volvimos a subir el 25 de julio a nuestra tienda en Alpigien. El tiempo, que durante el salvamento había sido bueno, se mostró sin embargo ahora bastante inseguro. Nuestro plan de atacar la pared norte nos había hecho preparar a conciencia. Las experiencias de los últimos dos años habían requerido precauciones extremadas. Las cordadas de Hinterstoisser‑Kurz y Rainer‑Angerer concentraron toda su fuerza de ataque en el primer día, exactamente en el que se colocaron ya en mitad de la pared. El segundo día mostró ya claramente su desgaste, pues únicamente se les vio unos 100 metros más arriba que el anterior. Nosotros, por el contrario, queríamos una vez alcanzada la cima de la pared, gozar casi de la misma fuerza que habíamos poseído en la parte baja de la misma.
Nuestros amigos Liebl y Rieger se mostraron dispuestos a encargarse del transporte de provisiones y del equipo de vivac y demostraron con ello auténtica camaradería montañera.
El 27 de julio nos encontramos por primera vez con buen tiempo al pie de la gigantesca pared. A las 6 de la madrugada subimos por los conos formados por los aludes y por escarpados neveros, de momento proporcionalmente fáciles, en la parte baja de la pared. Debíamos encontrarnos a unos 300 metros en la pared, cuando Liebl llamó nuestra atención sobre un cuerpo sin vida. Este descansaba unos 50 metros más abajo al borde de un nevero. Este espectáculo nos pareció a todos grave e hizo que nuestra difícil marcha se asemejara más lúgubre. Liebl que ya había participado el año anterior en los trabajos de rescate, era del parecer de que únicamente podía tratarse de Hinterstoisser.

De este modo, nuestro plan original sufrió un cambio fundamental. Acordamos depositar tan alto como fuera posible una parte de nuestro equipo, para recogerlo más adelante pues en primer lugar se trataba de rescatar el cadáver. Cuando, a las tres de la tarde, alcanzamos el comienzo del segundo pilar, comprendimos por primera vez las peculiares trampas de la pared.
Casi repentinamente desapareció el cielo azul sobre nosotros y la niebla que iba descendiendo hizo que parecieran todavía más sombrías e imposibles de subir las partes de la pared que a veces formaban un extraplomo. Sobrepasando la singular serie de planicies del Rote Fluh se precipitaron las piedras en libre vuelo hacia el abismo, cantando la canción de la perdición. Ordenamos nuestras clavijas y víveres y nos dispusimos a volver a bajar. En el instante en que descendíamos por los campos de ruinas al pie de la pared, acariciaron los últimos rayos del Sol los flancos poco antes tan tenebrosos .
El 28 de julio fue para nosotros uno de los días más tristes. Arrebatábamos a la pared, contra la que había luchado y resultado muerto, el cadáver de Anderl Hinterstoisser.
El 30 de julio emprendimos un nuevo intento de la pared norte. El día empezó con el amanecer y no resultó prometedor. Llegados a la agrietada pared, nos sorprendió ya la primera tormenta. Se convino pues en volver a esperar. Para aprovechar el tiempo de alguna manera, ascendimos Rebitsch y yo con acopio de provisiones, clavijas, cuerdas y demás hacia el ya mencionado comienzo del segundo pilar, con el fin de enfrentarnos a las verdaderas dificultades con el máximo posible de fuerzas.
Debíamos haber llegado allí hacia las 12 y cumplido así nuestro propósito, pero la curiosidad nos empujó más hacia arriba. Muy pronto aumentó de forma considerable la dificultad de la escalada y nuestro calzado claveteado necesitaba ser cambiado por el propio de la escalada. Pero, ¡horror! las botas de escalar se encontraban abajo, al comienzo de la pared. El afán por proseguir el reconocimiento nos permitió vencer este contratiempo pues frecuentemente habíamos atacado descalzos rocas cubiertas de hielo.
Rebitsch se lanzó hacia los puntos exteriores de la pared que ofrecían más dificultades sin colgarse de las clavijas que allí seguían clavadas, con el único propósito de avanzar más rápidamente. Así llegamos al paso transversal tristemente célebre por las caídas que las dos cordadas ya mencionadas encontraron al retirarse completamente helado e impracticable y de este modo, pese a un desesperado esfuerzo al descolgarse por la cuerda, hallaron la muerte a causa de la lluvia de piedras que se desencadenó sobre ellos.
Como todavía era temprano, emprendimos el, ataque del lado opuesto del paso transversal con nuestras "botas de paseo” ya completamente peladas. Por precaución tendimos cuerdas para agarrarnos con la mano al regreso o para futuros intentos y una hora más tarde nos sentábamos de nuevo juntos después de haber vencido un escollo que sobresalía en una canal por la que con regularidad habla avalancha de piedras. Aquí abandonamos todo lo imprescindible y nos dispusimos a emprender de nuevo el descenso.
Apenas habíamos escalado de regreso el paso transversal cuando nos volvió a sorprender una violenta tormenta. Tan rápido como nos permitió la prudencia bajamos encordados y empapados hasta volver a alcanzar los 800 metros. Esta tormenta constituyó el comienzo de un periodo de mal tiempo, durante el cual también cayeron en la pared norte grandes cantidades de nieve por lo que nos vimos condenados de nuevo a la inactividad. La montaña poseía indudablemente un colaborador extraordinariamente poderoso que indefectiblemente frustraba nuestros ataques a su pared norte.

Con el fin de aprovechar el tiempo de la espera trasladamos nuestra posición a Zasenberg, al pie de la pared norte del Grossen Fiescherhorn. El 6 de agosto la escalamos en compañía de nuestros camaradas Eidenschink y Möller
El 9 de agosto, ya en la tercera semana de asedio, nos encontrábamos de nuevo en nuestro campamento de Alpiglen, que se había convertido en un lugar muy querido para nosotros. Un boletín meteorológico de Berna anunció que se iniciaba un largo periodo de buen tiempo. Dado que para el ataque decisivo preferíamos encontrar la pared de la cumbre lo más desprovista posible de nieve, decidimos esperar un día más.
La noche del 11 de agosto estuvo cuajada de estrellas. En las primeras horas del nuevo día reinó un ambiente feliz y animado ante las tiendas en Alpiglen. Las mochilas acogieron el bagaje necesario y, conscientes del servicio que debían prestarnos en la ascensión de la pared norte del Eiger, les añadimos un extra de 10 libras de provisiones por cabeza.
Cuando, a las 10'30 alcanzamos por tercera vez la cúspide del segundo pilar, este extra que habíamos añadido hacía que tuviésemos los huesos molidos. Después de un descanso de media hora empezamos a trasladar las provisiones y el equipo de vivac en dos veces a nuestro campamento más arriba del empinado paso transversal. Dejamos atrás este paso transversal, que bautizamos “Paso Hinterstoisser”, gracias a las cuerdas que ya estaban tendidas. Poco después de las 13 horas abandonamos el campamento y regresamos a la cúspide del pilar para recogerlo que allí quedaba. Nuestras condiciones físicas eran óptimas pues tan sólo cuatro horas más tarde estábamos de nuevo arriba con la segunda parte de nuestra carga. El resto del día lo ocupamos en ampliar en un buen metro nuestro campamento por mediación de un extraplomo. Además era necesario guarecerse de las importunas gotas del extraplomo, para lo cual desplegamos nuestras “Zdarsknsack” (especie de capa o saco de dormir, fabricado con seda engomada), para que hiciesen las veces de techo. Los telescopios de Grindelwald se hallaban dirigidos hacia nosotros como cañones antiaéreos y queríamos que por ellos contemplaran que poseíamos una tienda resistente. El reposo de la noche demostró que habíamos hecho bien en utilizar el saco de dormir de plumón.
Cuando el 12 de agosto los primeros rayos del sol nos saludaron desde el Grossen Scheldegg, nos preparamos para el ataque. A partir del mismo lugar donde vivaqueamos, nos encontramos ya con peligrosas escaladas de hielo por hallarse las rocas cubiertas de una extensa capa del mismo. La inclinación debía ser de 55 grados y las placas de hielo eran quebradizas y huecas, sin hallarse unidas a la roca que tenían debajo. Pobre de aquél que intente ascender por aquí tallando escalones. La sacudida le precipitaría en breves instantes en el vacío junto con la herramienta utilizada. Pertrechados con las cuatro puntas delanteras de los crampones, en la mano izquierda el pico del piolet y en la derecha el de la pica, esto representaba que durante la mayor parte del próximo día dependeríamos casi únicamente de donde apoyáramos nuestras manos. Tan sólo después de haber cubierto un largo de cuerda encontramos algunos apoyos para que descansaran los pies, asegurándonos con el piolet.
El paso del primer al segundo nevero se hallaba obstaculizado por un saliente que colgaba por encima nuestro. Tuvimos que volver a sacar los piolets de la mochila y el calzado de montaña que llevábamos resistió con éxito la prueba. Las delgadas placas que seguían y que parecían dispuestas por capas como si de tejas se tratase, nos arrebataban toda posibilidad de asegurarnos. También el nevero inmediato engañaba en altura y escarpadura. Los supuestos cinco largos de cuerda se cuadruplicaron y en vez de una hora, necesitamos cinco. En el primer tercio se presentaron escalones con protuberancias, cuya escarpadura alcanzaba la máxima cota, cuya dificultad debíamos vencer sin utilizar clavijas. Después del tercer largo de cuerda, mientras me hallaba precisamente ocupado en tallar algunos escalones, se me partió en dos la pica contra el hielo que estaba duro como el vidrio. Entonces me vi despojado de la más importante de mis herramientas, pues el piolet era tan sólo un pobre sustituto.
Llegados al borde superior izquierdo del nevero, una zona rocosa nos separaba nuevamente del tercer nevero situado en la parte más alta. Por todas partes caía agua abundante y nos daba la bienvenida con un fresco baño. No teníamos demasiadas ganas de bañarnos, así que nuestros ojos buscaron en los alrededores ansiosamente pero en vano. Rebitsch tenía justo detrás suyo las pelígrosísimas rocas y la llovizna, cuando descubrió una clavija con un lazo para descolgarse que nuestros predecesores habían dejado tras de sí.
Durante las últimas horas, nuestra atención se había dirigido a las dificultades de la pared, por lo que no nos habíamos dado cuenta de que oscuras nubes se habían cernido sobre la falda de la montaña. Muy pronto nos envolvió una fría y húmeda niebla que nos privó de toda vista y nos hizo sentir inseguros en nuestros proyectos. Eran las 17´00 horas y la pared de la cumbre se erigía todavía con inquietante declive ante nosotros. Con 650 metros equivalía en altura a la pared sur de la Marmolata.

¿Regresar de nuevo? Este pensamiento nos hizo estremecer de horror pues esto representaba una renuncia definitiva de la pared para este verano. ¿Habían sido en vano estas cuatro semanas luchando casi exclusivamente contra la pared?
Los siguientes 100 metros nos condujeron, a través de unas losas cubiertas de nieve, al lugar donde se vio por última vez a Sedlmayer y Mehringer. Era de suponer que al llegar aquí podíamos encontrar señales, quizás incluso el cuerpo de Mehringer, pero aparte de 2 clavijas en la roca, no pudimos descubrir nada en absoluto. Con el propósito de orientarnos y en busca de un lugar propicio para acampar seguimos escalando hasta que el hielo se perdió definitivamente en la pared de la cumbre. Inútilmente buscamos en las escarpadas paredes un lugar para pasar la noche.
Con una granizada se produjo un fuerte descenso de la temperatura: era la última advertencia para que emprendiéramos el camino de regreso. Nuestra posición se encontraba a 3.350 metros cuando decidimos explorar la escarpada rampa que se encontraba a nuestra izquierda. Para llegar al lugar donde comenzaba, debíamos descender por las placas. Desgraciadamente, nos sorprendió entonces tal chaparrón, que dejamos de preocuparnos por la rampa y únicamente nos esforzamos por llegar lo más rápidamente posible a guarecernos bajo el protector Zdarsknsack.
En la siguiente pausa de lluvia anocheció y tras precipitada búsqueda encontramos un lugar minúsculo para pasar la noche cerca de las ya mencionadas clavijas. El saliente que nos sirvió para vivaquear no resultaba en modo alguno seguro en caso de una avalancha de piedras. Completamente desprevenidos, nos sentamos en esta escarpada placa debajo de nuestro saco de dormir cuando, repentinamente, pasó una piedra como una centella. Atentamente escuchamos donde caía. Inmediatamente siguió toda una serie de piedras, que chocaban por debajo nuestro a izquierda y derecha. Fue un milagro que ese pedrisco no nos hiciera daño.
Un capítulo difícil es la cocina. Esta vez probé de hacer el rancho en el Zdarsknsack, aunque estaba hecho de engomada batista de seda y era, por lo tanto, inflamable. Con especial cuidado realizamos no obstante, con éxito esta parte del trabajo. La ovomaltina en forma líquida constituye la alimentación adecuada después del esfuerzo realizado en los últimos días y para la noche que se nos avecinaba. Hias sirvió después bizcochos y tocino y así acabamos la cena.
Sobre nosotros iba cayendo con regularidad un granizo menudo y de hora en hora iba haciendo más frío. Intentamos combatir los escalofríos que sentíamos haciéndonos fricciones, pues el tiempo transcurría con extremada lentitud y el frío aumentó considerablemente. Una fina capa de hielo cristalizó en el Zdarsknsack por la emanación del calor de nuestro propio cuerpo. El frío se convirtió en un verdadero suplicio y, castañeteando los dientes esperamos el comienzo del nuevo día. Hacia el amanecer cesó de granizar. No gozábamos de visibilidad. La niebla lo envolvía todo así que decidimos seguir esperando. Finalmente levantó la niebla y vimos que por el oeste se acercaba un oscuro banco de nubes. Inmediatamente acordamos retirarnos. No nos imaginábamos lo que nos esperaba. El descenso nos producía escalofríos.
Las cuerdas heladas, las clavijas deformadas y las ropas empapadas no constituían ningún buen comienzo. Hasta las 9 fuimos descolgándonos hasta el comienzo del segundo nevero. Hicimos pasar las cuerdas por los lazos.
Nos habíamos descolgado 30 metros y nos encontrábamos muy ocupados en replegar las cuerdas cuando, de repente, sentimos un tirón y la cuerda se quedó fija. Tiramos y tiramos violentamente, no había nada más. Maldiciendo volvió a ascender Hias hasta las clavijas, sin asegurarse en modo alguno, en una auténtica proeza. Los nudos se habían enredado en los lazos. Este incidente nos costó una hora.
Por fin volvemos a encontrarnos juntos al borde del segundo nevero. Cuidadosamente nos vamos balanceando hacia abajo paso a paso. Los peldaños tallados durante la subida nos son ahora de gran provecho. Fijamos una clavija y el camarada puede continuar.
Densa niebla nos envuelve otra vez y poco tiempo después cae sobre nosotros como una cortina de granizo que se va amontonando entre la pared de hielo y nuestros cuerpos y nos amenaza con hacernos saltar de nuestro único punto de apoyo.
¡Maldita pared norte! ¿Todavía no te has cobrado suficientes víctimas? ¿Debemos estrellarnos también nosotros contra tu falda? Pero estos sombríos pensamientos no nos dominan por mucho tiempo. ¡Debemos continuar! Cada metro que descendemos nos infunde la mayor fuerza moral y física. A las 15'00 horas nos encontramos en el borde inferior del segundo nevero. Pequeños aludes siguen silbando a nuestro alrededor. Las horas pasan como minutos. Cuanto más descendemos, más blandos encontramos la nieve y el hielo. Para conseguir asegurar una clavija debemos primero arrancar una capa de hielo de 30 centímetros. El hielo de la superficie se halla tan empapado de agua que no ofrece ningún asidero. Todavía más difícil resulta fijar unas cuantas clavijas hasta cierto punto seguras en la roca entre el segundo y el primer nevero. A menudo nos vemos obligados a clavar cuatro clavijas una junto a la otra hasta que, por fin, una queda segura.
Hias ha dejado ya detrás suyo los últimos 30 metros que faltaban para llegar a nuestro primer vivac protegido de las avalanchas. Yo estoy a punto de llegar abajo cuando escucho un intranquilizador silbido. Rápidamente me pongo la mochila sobre la cabeza y ya resuenan sobre mi las primeras piedras cual proyectiles. Tengo una suerte increíble. Dos impactos me alcanzan, uno en el hombro izquierdo, el otro en la mochila que me protege la cabeza. A mi alrededor caen en el vacío auténticos pedazos de roca. Abajo quedan proyectiles del tamaño de un puño, incluso de una cabeza. Sin demora trato de bajar hasta donde se encuentra Hias. Nuestro reloj marca ya las cinco de la tarde. Se trata pues de bajar lo más rápidamente posible o de vivaquear aquí una tercera noche. Nos decidimos por esta última posibilidad.

En nosotros sigue existiendo un pequeño rayo de esperanza de que mejore el tiempo. Así que nos preparamos para nuestra tercera noche en vela. La ropa que llevamos está completamente empapada. En este pequeño espacio donde resulta bastante complicado, nos despojamos de todo el equipo y lo escurrimos. Nos ponemos toda la ropa seca que nos queda de reserva y encima la mojada. Hasta este vivac habíamos subido a la venida colchones neumáticos y sacos de dormir de plumón y los habíamos dejado aquí con objeto de recogerlos después de la victoria. Con gran horror comprobamos que todo estaba empapado a consecuencia de las constantes gotas de agua que caían del extraplomo; pero la retirada que debíamos emprender no nos causaba miedo alguno ya que, al contrario de nuestros predecesores, habíamos asegurado el camino de regreso de este paso transversal dejando colgar las cuerdas. Como muchas otras veces hablamos durante esa noche del destino de nuestros camaradas Kurz, Hinterstoisser, Rainer y Angerer que encontraron la muerte pocos metros mas abajo del lugar en que nos hallábamos.
El cuarto día, 14 de agosto, no fuimos tan desafortunados en nuestra retirada, aunque el tiempo seguía siendo lamentable. El peso de nuestras mochilas aumentó considerablemente al añadirle el empapado equipo que aquí habíamos dejado. Pesaba tanto que no creíamos poder escalar con ellas pero cuando hay que hacer algo, al final se hace. Gracias a nuestras cuerdas cruzamos el paso transversal. Justo al final del mismo cayó una lluvia torrencial. De lo más indicado para un cuarto día. El agua penetraba por el anorak y volvía a salir por las botas. Todo nos daba ya igual. En la parte inferior de la pared, en dos ocasiones, lluvias semejantes volvieron a refrescarnos. El descenso nos llevó todo el día. Unicamente a las 5'00 de la tarde llegamos al pie de la pared.
Al bajar corriendo por el cono formado por los aludes se nos ocurrió pensar si habríamos sido observados en nuestro descenso. En efecto, al pie de la pared se veía a un hombre con equipo de escalada que acudía hacia nosotros. Estaba claro que nos andaba buscando. En el primer momento creímos que se trataba de un miembro del equipo de rescate de Munich pero cuando llegamos al alcance de su voz, le reconocimos como a nuestro amigo Eidenschink, a quien nuestra larga ausencia había parecido sospechosa. Enorme es la alegría de este tipo de encuentros y juntos descendimos hasta nuestras tiendas en Alpiglen y, esa misma tarde, seguimos hasta Grindelwald.
A pesar de los últimos días tan agotadores, esa noche se prolongó hasta altas horas, pues éramos los primeros que regresaban con vida de la pared. Esta vez la pared nos había derrotado pero ahora conocíamos mucho mejor al adversario y, la próxima vez, arremeteríamos con superioridad contra él. Llegará el momento en que se reparará la muerte de tantos buenos camaradas.

- CAPÍTULO I

- CAPÍTULO II

- CAPÍTULO III

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